P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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– Así que estaba esperando en la entrada del castillo cuando oí un ruido que provenía del interior. Y, al igual que mi inquietud, me fue imposible pasarlo por alto.

– ¿Por qué?

– Porque me estaban llamando a gritos -dijo Cu, al recordar la voz grave que reverberaba por los muros del castillo-. El, tengo que decirte que los rumores sobre tu castillo son ciertos, en parte. Tal vez no esté maldito, pero te prometo que está encantado.

El siguiente relámpago iluminó los sorprendidos ojos de Elphame.

– ¿El MacCallan también ha hablado contigo?

Cuchulainn frunció el ceño.

– ¿Me estás diciendo que se te ha aparecido y no me lo habías contado? -le preguntó con incredulidad a su hermana.

– Bueno, yo… Sé que te disgusta mucho todo lo que tenga que ver con el reino de los espíritus.

– ¡Que me disgusta! -exclamó él. Al ver que su hermana se estremecía de dolor por su respingo, cerró los ojos y respiró profundamente-. El -dijo-, no se trata sólo de que me disguste lo espiritual. Piensa en todo lo que ha ocurrido desde que llegamos. Tú nunca habías sentido el roce de la magia de Epona, y de repente, te has convertido en un conducto vivo de ella. Aquí hay fuerzas que no entendemos, El.

Elphame hizo un gesto débil con la mano e intentó negar con la cabeza, pero el movimiento terminó en un gesto de dolor.

– Shhh -dijo su hermano-. No quería disgustarte. No estoy enfadado contigo.

– Lo sé, Cu -susurró Elphame, e intentó ordenar las ideas-. Pero debes recordar que para mí las cosas son distintas. Yo no temo al reino de los espíritus. Y tú no pensarás que El MacCallan o Epona desean nuestro mal.

– Claro que no. Pero quiero que recuerdes que, de igual modo que existe el bien, el mal también existe. Y el mal en el reino de los espíritus no puede vencerse con la fuerza de las armas.

– No -dijo ella-. Debe vencerse con honor, verdad y fuerza de voluntad.

– Debes prometerme que me contarás más de tus visitas espirituales. Sobre todo, si tienen algo que ver con nuestros antepasados.

– Te lo prometo -respondió Elphame-. A propósito, ¿te has dado cuenta de lo mucho que te pareces a El MacCallan?

Cuchulainn soltó un resoplido.

– ¡Por favor! Yo no me parezco a ese viejo fantasma sarcástico.

– ¿Qué te dijo?

– Voy a ver si lo recuerdo correctamente… Sí, me dijo algo como «Cuchulainn, ¿acaso no eres nada más que un montón de músculos sin cerebro? ¡Ve a buscar a tu hermana, la chica te necesita!» -rugió, imitando excelentemente la voz ronca del espíritu.

Elphame estaba entre risitas y gestos de dolor cuando Brighid y el resto del grupo entraron al Gran Salón. Brenna desmontó y se acercó a Elphame, y frunció el ceño con severidad mirando a Cuchulainn.

– Te dije que le hablaras, no que la pusieras histérica.

Lochlan vigiló, bajo el aguacero, para asegurarse de que Elphame llegaba al castillo a salvo. Ellos desaparecieron en el interior de las murallas, y pronto, el resto del grupo se les unió. Lochlan continuó vigilando durante toda aquella noche, y sólo volvió a dormir a su refugio cuando Elphame salió del castillo, al día siguiente, apoyándose pesadamente en su hermano para caminar, con rigidez, hacia la tienda que los trabajadores habían montado rápidamente para ella en cuanto había empezado a amanecer.

Lochlan sonrió. Él sabía que Elphame no aceptaría retirarse al pueblo para recibir cuidados como si fuera una flor delicada. Se sorprendió un poco al verla salir del castillo, pero seguramente era un compromiso que había alcanzado con su hermano. La mirada aguda de Lochlan se fijó en la expresión severa de Cuchulainn. Sí, el guerrero preferiría que ella se recuperara en el pueblo. ¿Acaso no entendía que ella obtenía fuerza de las piedras del castillo?

Sabía que no debía juzgar con dureza a su hermano, puesto que Cuchulainn quería mucho a Elphame, y sólo deseaba ahorrarle dolor, igual que él. Ojalá los dos pudieran ser aliados…

Lejos, al norte, Keir elevó la cabeza pálida y olfateó el aire. Sin embargo, el gesto era innecesario. No era un rastro físico lo que detectaba, sino algo espiritual, un retazo de lo que permanecía desenrollado a sus pies.

– Sí -dijo con triunfo-. Lochlan partió desde aquí.

Las alas de Fallon, que estaba a su lado, se movieron de nerviosismo mientras miraba el camino estrecho y escondido que llevaba a lo más profundo de las montañas.

– ¿Estás seguro? -le preguntó, casi sin poder creerlo-. Hemos buscado antes en esta zona y no encontramos nada de él.

– Lleva demasiado tiempo lejos, y se ha descuidado. He dicho muchas veces que su obsesión lo debilita, y esto es una prueba de ello. Ha relajado su pensamiento y yo vuelvo a sentirlo. Si pudieras concentrarte, tú también lo sentirías -le dijo Keir a Fallon, en tono de recriminación.

Fallon no se amedrentó. Eso sólo serviría para enfurecerlo, y la ira de Keir estaba ya lo suficientemente cerca de la superficie sin necesidad de atraerla. Fallon sentía la locura de Keir. Sentía cómo esperaba que su compañero se rindiera a ella, que dejara de luchar por su humanidad y se dejara abrazar por la herencia oscura que les habían dejado sus demoníacos padres en la sangre. Desde que Lochlan se había marchado, Keir se había hecho más y más salvaje. Parecía que Lochlan se había llevado consigo una parte de la condición humana de su compañero. Otro motivo más para encontrarlo, y para encontrar a la diosa ungulada de sus sueños…

Fallon cerró los ojos e ignoró el dolor insistente que le atravesaba la mente mientras contenía una punzada de ira. Lochlan debería haberles permitido que lo acompañaran. Su búsqueda era demasiado importante. Un solo error y todos quedarían condenados a la locura. Keir tenía razón: Lochlan se había dejado obsesionar por sus sueños, y no podían confiar en él por completo. Con un esfuerzo enorme, lo recordó, y vio sus ojos grises, que brillaban de buen humor y paciencia, y de comprensión, y lo sintió. Un pequeño tirón hacia delante. Abrió los ojos y sonrió a su compañero.

– ¡Lo he sentido!

Keir se relajó, y la oscuridad de su mirada se aclaró. Asintió con satisfacción.

– Vamos a decírselo a los otros.

Capítulo 15

El sol acababa de salir por encima de los altos pinos del bosque cuando Brenna anunció que Elphame podía dormir.

– Bébete esto -le dijo la Sanadora mientras le ponía una taza en los labios.

La tisana estaba caliente y era espesa, con un vago sabor a miel y a menta. Al instante, Elphame sintió que le pesaban los párpados.

– No tenías que drogarme, ¿sabes? Ya estoy muy cansada -dijo arrastrando las palabras.

Cuchulainn le apartó un mechón de pelo de la cara pálida.

– Duérmete. Brenna sabe lo que es mejor para ti.

Elphame intentó, sin éxito, concentrarse en el rostro de su hermano. Él todavía estaba muy preocupado. Tenía unas ojeras muy profundas.

– Tú también necesitas dormir -susurró.

– Pronto, El.

Elphame suspiró y cerró los ojos, y por fin permitió que el sueño la venciera.

Cuchulainn se sentó junto a la cama de su hermana. Se frotó la sien y giró el cuello para relajar la tensión.

– Elphame tiene razón. Necesitas dormir -le dijo la Sanadora sin mirarlo, mientras colocaba la ropa de la cama de Elphame.

Cuchulainn se dio cuenta de que la voz de Brenna se había suavizado de nuevo y ella se había dado la vuelta mientras hablaba. En realidad, no parecía la misma mujer que hacía poco tiempo había empezado a soltar órdenes como una guerrera. Observó a Brenna mientras formaba montoncitos de hierbas con las que había hecho la infusión de su hermana. La amistad entre Elphame y la Sanadora era una de las cosas que había predispuesto a Cu para ser amable con Brenna, pero la capacidad que había demostrado poseer al enfrentarse al accidente de su hermana había fortalecido el respeto que sentía por ella. Algunas veces él tenía la sensación de que debía protegerla, como lo haría con su hermana, y al instante siguiente la Sanadora estaba gritando órdenes y se comportaba con una seguridad que le recordaba a su propia madre. Era una mezcla de mujeres, y distinta a todas las demás que él hubiera conocido.

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