P. Cast - Profecía De Sangre

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Profecía De Sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Elphame apretó los dientes e intentó alejarse. Sabía que iba a morir. «Epona, ayúdame a ser valiente», rezó con fervor.

– ¡No!

Mientras gritaba aquella palabra como una maldición, una forma alada se lanzó desde la parte superior del barranco, por detrás de Elphame, hacia la bestia. El jabalí cayó al suelo debido al impacto, pero se incorporó con rapidez. Ya no estaba concentrado en Elphame. Tenía un nuevo enemigo, un atacante que estaba agazapado ante él, con las alas extendidas y una espada corta, cubierta de sangre, preparada.

Elphame se desplomó de nuevo contra la pared del barranco. Tenía la sensación de que la realidad se había fragmentado, de que estaba en otro mundo, porque aquella criatura alada no cabía en su mente.

El jabalí volvió a cargar, y el ser alado se apartó de un salto y hundió la espada en el costado del animal. El jabalí gritó de dolor y rabia y se giró para embestir otra vez. Sin embargo, de nuevo la criatura fue demasiado rápida, y volvió a apuñalar a la bestia. Echando espumarajos por la boca, el jabalí atacó salvajemente, y con un terrible silbido, la criatura alada se alzó sobre él y le atravesó la garganta con la espada. El jabalí chilló y cayó pesadamente en el río, tiñendo de rojo el agua con su sangre.

Entonces, la criatura se irguió y dio dos pasos, tambaleándose, hacia Elphame.

– ¡No te acerques! -gritó ella.

La criatura se detuvo en seco.

Elphame le estaba mirando las manos. Las tenía cubiertas de sangre, al igual que la espada. Él siguió su mirada e inmediatamente dejó caer la espada y abrió las manos.

– No voy a hacerte daño -le dijo, y se dio cuenta de que ella estaba temblando con violencia.

– Demasiada sangre -musitó Elphame.

No necesitaba decirlo. Lochlan ya notaba intensamente la sangre del jabalí en su cuerpo, porque llenaba sus sentidos. Sentía el espíritu del animal, todavía fuerte y furioso, en la sustancia pegajosa y roja que le teñía las manos. Llamaba a Lochlan con una voz bárbara que hacía bullir su propia sangre.

El demonio que llevaba dentro se removió. Quería hundir los colmillos en el cuello del jabalí y beber, y absorber su esencia bestial. Lochlan luchó contra todas aquellas sensaciones. Tenía que quitarse la sangre de encima antes de dejarse ganar por ella. Mientras resistía el dolor que le atravesaba la cabeza y reprimía aquel deseo oscuro, Lochlan se agachó rápidamente y se lavó las manos en el arroyo, frotándose frenéticamente. Después, con los brazos empapados, pero limpios, se incorporó.

– Ya no tengo sangre -dijo.

Había recuperado el control, y pudo hablarle con voz calmada, como si fuera una niña pequeña.

Ella le miró las manos y el cuerpo, y lo estudió con curiosidad y extrañeza, casi sin poder respirar como resultado de la impresión, de la pérdida de sangre y de la incredulidad. Era un hombre. Un hombre alado. Era muy alto, y tenía el pelo rubio, pero de un color excepcional, como si alguien hubiera domesticado los rayos del sol del amanecer, pensó Elphame. Debía de tenerlo muy largo, porque aunque lo llevaba recogido en una coleta, se le habían soltado algunos mechones durante la lucha con el jabalí y le llegaban hasta los hombros. Tenía la cara esculpida con maestría, con líneas fuertes y unos pómulos muy bonitos, muy altos. Sus ojos, que la observaban atentamente, eran ligeramente rasgados. Cada vez más asombrada, Elphame se dio cuenta de que era muy guapo. Tenía un cuerpo largo y delgado, y la piel muy pálida, aunque no enfermiza. Parecía un ser etéreo, como si no perteneciera al mundo de los mortales. Llevaba una camisa de color crema y unos pantalones de cuero marrón. No llevaba zapatos. Sus pies tenían algo extraño, pero estaba en mitad del río, así que Elphame no podía vérselos bien.

Entonces, miró sus alas. Las tenía plegadas y colocadas a la espalda, pero incluso así su tamaño era impresionante. Recordó cómo eran mientras él luchaba contra el jabalí. Estaban extendidas a su alrededor como si él fuera un enorme pájaro de presa con una envergadura de más de tres metros. No tenían plumas, sino una membrana que tenía aspecto de ser muy suave al tacto. La parte inferior tenía un color muy claro, como su piel y su pelo, pero la parte superior era más oscura, más parecida al gris oscuro de sus ojos.

– ¿Qué eres? -le preguntó.

– Me llamo Lochlan. Y no quiero hacerte daño. Nunca te lo haría. ¿Vas a permitir que te ayude, Elphame? -inquirió él con urgencia.

Elphame estaba perdiendo mucha sangre. Tenía los labios azules, y estaba muy pálida. Sin embargo, abrió los ojos con sorpresa al oír cómo la había llamado él.

– ¿Por qué conoces mi nombre?

– Siempre lo he sabido -dijo él, y dio un paso hacia delante.

– ¿Está ocurriendo esto de verdad, o estoy muerta?

Lochlan dio dos pasos más hacia ella.

– Te prometo que está ocurriendo, y que no estás muerta.

Entonces, él sonrió, y ella se quedó asombrada del calor que desprendía.

– Sin embargo, entiendo lo que sientes. Para mí también es como un sueño -le dijo Lochlan-. Aquí hace demasiado frío, y estás mojada. No es seguro que te quedes en el río.

La preocupación de su voz era real, y penetró a través de la niebla de dolor que amenazaba con abrumar a Elphame.

– Creo que no puedo andar -dijo ella.

– Yo te llevaré.

Elphame pensó que tenía que estar viviendo un sueño. Lo que le estaba ocurriendo era sólo un sueño muy realista, como el de la noche anterior. Pronto se despertaría y se encontraría a Cuchulainn echando otro leño al fuego. La reprendería por no dormir lo suficiente, y después fingiría que no estaba en vigilia, protegiéndola durante toda la noche.

Entonces, ¿por qué no? Era su sueño, y ella pensó que podría gustarle que la llevara aquel hombre alado.

– Puedes llevarme -dijo.

Él se arrodilló a su lado, intentando ignorar el olor de su sangre, llena de poder femenino. Entonces, oyó las palabras de la Profecía en la voz de su madre.

«Salvarás a tu gente de la locura con la sangre de una diosa moribunda».

¡No! Elphame no podía morir. Ni allí, ni en aquel momento.

Apretó los dientes, rechazando la llamada de la sangre, y aceptó el dolor que lo atravesaba cada vez que negaba sus deseos más profundos. La tomó en brazos con sumo cuidado, intentando no hacerle más daño del que ya estaba sufriendo.

– Perdóname -le dijo.

La levantó del suelo y ella emitió un gruñido que a Lochlan le partió el corazón. Él extendió las alas para guardar mejor el equilibrio y, con toda la rapidez que pudo, la sacó del barranco.

Comenzaron a sonar truenos, y la luz de un relámpago iluminó el cielo. Lochlan miró hacia arriba. Se estaba acercando una tormenta desde el mar. Elphame iba a necesitar un refugio, e iba a necesitar que le curaran aquellas heridas. Él miró a su alrededor y detectó un lugar adecuado bajo un gran pino, junto a cuyo tronco había un lecho grueso de acículas. Lochlan amontonó unas cuantas más con la garra y, con delicadeza, la tendió sobre aquel lecho improvisado.

– Elphame, necesito ver tu herida.

Ella abrió los ojos.

– Esto no es un sueño.

– No, no es un sueño. No quiero causarte más dolor, pero necesito comprobar la gravedad de la herida.

– Adelante -dijo ella, y volvió a cerrar los ojos.

Lochlan supo que tenía que mantener la calma. Aquél no era momento para temblar, ni para sentir pánico. Él era más humano que demonio, y podría hacerlo.

Respiró profundamente y abrió los bordes rasgados del corpiño de Elphame. El corte era muy largo y tenía mal aspecto, pero cuando lo inspeccionó, pudo ver con alivio que no era tan profundo como había creído. Palpó la zona con todo el cuidado que pudo, y no sintió ninguna costilla rota.

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