P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Estaba sangrando mucho, y Lochlan tuvo que apretar los dientes por el esfuerzo que le estaba costando mantener a raya al demonio de la sangre. Por una vez, se alegró de sentir aquel dolor en las sienes, que le permitía observar la herida con un interés clínico. Tendría que rellenar el corte para detener la hemorragia. Le miró la cabeza a Elphame; estaba manchada de sangre seca. Aquella herida de la cabeza le asustaba más que el corte del costado, pero no podía hacer mucho por ella.

Lochlan pensó en lo que necesitaba. En un siglo de vida había aprendido muy bien algunas lecciones. Su gente era longeva, pero no inmortal, y ciertamente, no inmune a las heridas. Lochlan había curado muchas heridas y había tratado incontables lesiones. Se levantó y se dirigió hacia el barranco.

– ¡No me dejes sola!

Aquellas palabras lo llevaron rápidamente junto a Elphame. Le acarició la mejilla.

– No, corazón mío. Pero tengo que taparte la herida y parar el sangrado. Eso es todo. No me voy a alejar mucho -le explicó, señalando hacia el barranco-. En la orilla del río había musgo.

Ella asintió silenciosamente, e hizo un gesto de dolor a causa del movimiento.

Lochlan notó que lo seguía con la mirada mientras él se aproximaba a toda velocidad al barranco. Se deslizó hacia la corriente de agua y, con la espada, cortó una porción de musgo sano. Después volvió junto a Elphame y se arrodilló a su lado.

– No quiero hacerte daño, pero no puedo permitir que sigas sangrando. Tengo que rellenarte la herida del costado. ¿Lo entiendes? -le preguntó, mirándola a los ojos. ¿Hasta qué punto eran claros sus pensamientos? ¿Sería muy grave la herida de la cabeza?

– Entiendo que me vas a hacer tanto daño que lo sientes antes de haber empezado -susurró ella con una sonrisa débil.

Aquella sonrisa, y aquella respuesta inteligente, fueron un alivio para Lochlan. Era como la Elphame que él conocía tan bien de sus sueños.

– Entonces, lo entiendes bien.

– Estoy lista -respondió Elphame mientras cerraba de nuevo los ojos-. Hoy he descubierto que no me gusta ver mi propia sangre.

La visión de su sangre… su olor… su contacto… A Lochlan tampoco le gustaba lo que le hacía a él. Trabajó con rapidez. Cortó una tira de musgo de la longitud de su herida y con cuidado la metió en el corte, intentando no oír el sonido del dolor que le estaba causando.

– Ya he terminado -dijo con la voz temblorosa.

Ella tenía las mejillas llenas de lágrimas y los ojos cerrados, y cuando volvió a abrirlos, tuvo que pestañear varias veces para poder enfocarlo.

– Hace mucho frío -musitó.

– Puedo darte calor, Elphame, pero debes confiar en mí. Te doy mi palabra de que no quiero hacerte daño.

– Confío en ti.

Su sonrisa dejó entrever sus colmillos, y Elphame se sintió desconcertada, pero no tuvo tiempo para sentir nada más, porque él se tendió a su lado y desplegó una de sus enormes alas para taparla. El ala permaneció a unos centímetros por encima de ella, inmóvil, como una manta viviente, y su calor la envolvió. Desde tan cerca, Elphame se dio cuenta de que la piel de la parte inferior estaba cubierta con unos pelos pequeños y finos. Entonces percibió su olor. Olía a pino y a sudor, y a algo salvaje que ella no sabía definir, pero que resultaba muy agradable a sus sentidos. Volvió la cabeza, lenta y cuidadosamente. La cara de la criatura estaba muy cerca de la suya, y él la estaba mirando con intensidad.

– ¿Qué eres tú? -le preguntó.

– Soy el hombre que te conoce desde que naciste.

Aquello no tenía sentido.

– Pero si no eres un hombre, y no me conoces.

– Te conozco desde tu nacimiento, Elphame. Te he visto siempre a través de mis sueños. Y soy un hombre, en parte.

– ¿Y la otra parte?

– Mi madre era humana. Mi padre era Fomorian. Tengo la sangre de ambas razas en mis venas.

Elphame sintió mucho frío de nuevo.

– Pero… eso no es posible. Los Fomorians fueron expulsados de Partholon hace más de un siglo.

Él quería explicárselo, intentar mitigar el miedo y la confusión que veía en sus ojos, pero su finísimo oído había captado un sonido. Alzó la cabeza hacia el viento. Entre el ruido de la tormenta que se avecinaba, oyó unos cascos. Tenía que ser Cuchulainn.

– Elphame, escúchame -le dijo con urgencia-. Tu gente se acerca. No puedo quedarme. Ellos sólo verían al Fomorian, y no al hombre.

Elphame pestañeó. A través del dolor intentó concentrarse en su rostro. Vio al hombre; a un hombre bello, heroico.

– Escúchame y recuerda lo que voy a decirte. Ahora no te estoy dejando. Siempre estaré cerca de ti, esperando tu llamada. ¿Lo entiendes?

– Yo… -comenzó ella, pero el sonido de la voz de su hermano, que la llamaba con desesperación, cortó sus palabras-. ¡Vete! -le dijo a Lochlan.

Él subió el ala, y el frío de la noche volvió a cubrir a Elphame. Antes de ponerse en pie, Lochlan le acarició la mejilla con los dedos.

– Llámame, corazón mío. Responderé.

Después se deslizó sigilosamente por el bosque y desapareció.

Capítulo 14

– ¡Cuchulainn! ¡Está aquí! -gritó Brighid.

La Cazadora galopó hasta Elphame y se detuvo con un derrape. Cuchulainn, que iba detrás, saltó del caballo y se puso de rodillas junto a su hermana. Entonces, Elphame se vio rodeada por la luz de las antorchas, mientras la noche estallaba con caballos, jinetes y centauros.

– ¡El! ¡Oh, no! ¡Por favor, no!

Cuchulainn le tomó una mano, y la sintió fría como el mármol. Elphame estaba cubierta de sangre y tenía la cara muy pálida, y si no hubiera pestañeado y murmurado su nombre, él habría creído que estaba muerta.

Elphame pensó que su hermano parecía un niño, y quiso reconfortarlo, pero tenía mucho frío. Tenía la sensación de que todas sus fuerzas se habían ido con Lochlan, y hablar le costaba un gran esfuerzo.

– Cuchulainn, apártate -le dijo Brenna con calma, y con firmeza, y sin la timidez con la que se dirigía a él habitualmente.

Cu la miró sin entenderla.

– ¡Vamos, apártate! Tengo que ver a tu hermana.

Brenna le dio la orden con tanta energía que el guerrero obedeció sin pensar.

La Sanadora se arrodilló junto a Elphame.

– Traed antorchas, y algo con lo que taparla.

La luz hizo que Elphame tuviera que cerrar los ojos de dolor, pero fue un alivio sentir que tapaban su desnudez con varias capas. Era extraño que no hubiera pensado en lo poco que llevaba mientras Lochlan había estado allí.

– Elphame, ¿quién soy? -le preguntó la Sanadora.

– Brenna -susurró ella.

– ¿Y dónde estás?

– En el bosque… Me he caído por un barranco -dijo, e intentó señalarlo, pero el dolor del hombro la hizo gemir.

Brighid siguió el medio gesto de Elphame con la mirada, y portando su antorcha, desapareció por un lado del barranco.

Brenna palpó con delicadeza y rapidez el hombro herido de Elphame, su cabeza, y finalmente la herida llena de musgo del costado.

– Has hecho bien en rellenarla. Ya habías perdido demasiada sangre.

– Yo no… -iba a decir Elphame, pero su Sanadora la interrumpió.

– No hables. Tienes que reservar las fuerzas para el viaje de regreso. Bébete esto -le indicó. Y con suavidad, ayudó a Elphame a levantar la cabeza mientras le ponía el odre en los labios.

Elphame bebió con avidez. El vino tenía especias y era dulce y fresco, y ella sintió que su energía la llenaba. Pudo sonreírle a su hermano.

– Estoy bien, Cu -susurró.

– No -replicó Brenna-. Todavía no estás bien. Cuchulainn, necesito una tela para ponerle el brazo en cabestrillo, y otra para vendarle la herida del costado.

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