P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Se mordió el labio y miró hacia el suelo. Había algo entre las hierbas, algo que relucía. Elphame se agachó y lo tomó. Era un objeto metálico. Lo puso a la luz.

Era un broche redondo, deslustrado, lleno de tierra incrustada. Sin embargo, ni siquiera el fuego y los años de exposición a los elementos habían podido extinguir la belleza de la yegua encabritada sobre la plata.

– Es el broche de El MacCallan -dijo Danann, inspeccionando aquel tesoro-. Por eso has sido conducida hasta aquí. Atesóralo, Diosa. El propio MacCallan te lo ha regalado.

Ella acarició el broche con un dedo, y mientras lo hacía, oyó el eco de la respuesta del Jefe cuando ella le había llamado El MacCallan.

«Sí, muchacha, ahora esa posición la ocupas tú».

A Elphame le parecía que tenía la aprobación del viejo espíritu. Lo sentía a través del calor que desprendía el broche.

Danann y ella se encaminaron hacia el patio principal. El centauro le concedió tiempo para que asimilara lo que le acababa de ocurrir, pero antes de que llegaran al ajetreo del patio, se detuvo.

– Ha sido una experiencia difícil para ti -le dijo.

Elphame miró el broche y asintió. Estaba un poco mareada.

– Lo mejor será que comas y bebas un poco ahora. Has visitado el reino de los espíritus, y no te sentirás enteramente de este mundo hasta que te sitúes entre los vivos alimentándote.

Ella asintió, y sintió otra ráfaga de mareo.

– Verlo morir ha sido horrible -dijo, con la voz ahogada.

– Ocurrió hace más de cien años. Intenta olvidar el horror, y recuerda el regalo que te han hecho. Tú has sido testigo de su muerte por un motivo que verás con claridad a su debido momento. Hasta ese instante, piensa en el regalo. Ahora debo despedirme. Los hombres ya habrán vuelto con otra carga de piedra. Tengo que supervisar su colocación.

– Gracias por enseñarme, Danann.

– No te he enseñado, sólo te he guiado -dijo él con una sonrisa-. Pero voy a darte un último consejo. Esta noche haz algo que le dé alegría a tu corazón. A menudo, los que escuchan a los espíritus se olvidan de vivir su propia vida. Ten en cuenta que el mundo tiene alma, y que no está en una tumba. Llénate de vida, Diosa, no de imágenes de muerte.

El viejo centauro hizo una reverencia y se marchó.

Capítulo 12

– ¿Y dónde dices que has encontrado esto? -le preguntó Cuchulainn a Elphame mientras inspeccionaba el broche de El MacCallan.

– Junto a las escaleras de piedra de los barracones de los soldados -respondió ella.

No le había hablado a Cuchulainn de la visión que la había conducido hasta aquel broche, y no sabía bien por qué, salvo que presenciar la muerte de El MacCallan había sido una experiencia muy privada para ella. Elphame adoraba a su hermano, y sentía por él la misma lealtad que él sentía por ella. Sin embargo, eran dos personas distintas. Ella reverenciaba el pasado y el mundo de los espíritus. Él desconfiaba de aquello que no comprendía, lo que no podía vencer con los puños y las armas. Elphame no quería oír a su hermano analizando minuciosamente, y quizá rechazando, lo que le había ocurrido aquella tarde. Quería mantener el pasado cerca, y para eso debía mantener en secreto su visión y también la visita del espectro.

– El patio está maravilloso -dijo, desviando la atención del broche.

Y no estaba exagerando sólo para cambiar de tema; paseó la mirada a su alrededor con asombro. Mientras atardecía, Cuchulainn y ella se habían reunido para supervisar el progreso de los trabajos. La zona sur del castillo estaba casi despejada por completo, y él le había asegurado a Elphame que la noche siguiente podrían acampar allí, en vez de hacerlo a las afueras de Loth Tor.

La mitad superior de las columnas que rodeaban el patio principal ya estaba limpia, y la belleza color crema de sus tallas intrincadas hacía un raro contraste con el resto del pilar. Parecía que las mitades restauradas se habían materializado del aire. Brenna se había tomado un interés especial en las antiguas columnas, y se había ocupado de supervisar personalmente los trabajos de limpieza. Cuando Elphame y Cuchulainn alabaron el trabajo que estaban haciendo las mujeres y ella, la pequeña Sanadora casi brilló de placer.

En aquel momento, los dos hermanos estaban junto a la entrada de la cocina, y aunque la actividad había empezado a ralentizarse, Elphame apenas podía creer el cambio que había experimentado en dos días. Los hornos estaban limpios, las piedras caídas se habían repuesto y los armarios y la isla central, además del suelo, habían recibido un vigoroso fregado. La bomba ya expulsaba agua a la amplia pila de mármol, y Wynne informó a Elphame de que al día siguiente podrían preparar comida en las cocinas del Castillo de MacCallan.

Elphame y Cuchulainn salían al patio cuando Brenna se acercó a ellos con excitación.

– ¡Oh, mira la fuente, Elphame!

– ¡Cu, funciona!

Elphame lo tomó de la mano y tiró de él hacia el centro del patio, donde había varias personas observando la fuente. Un agua turbia comenzó a manar del jarrón que sujetaba la estatua de Rhiannon y cayó en la pila, que ya estaba empezando a llenarse. Poco a poco, el agua se aclaró y finalmente brotó cristalina y comenzó a chispear bajo la luz del sol.

– Es realmente precioso, El -dijo Cuchulainn, pasándole el brazo por los hombros.

– Sí, es cierto -dijo Brenna.

La Sanadora estaba junto a Elphame, sonriendo felizmente, y en sus ojos bailaba el reflejo del agua.

Elphame no podía hablar. Después de años de frustración por su vida sin sentido, de repente era como si todos sus deseos se estuvieran cumpliendo. Casi tenía miedo de creerlo por si no era más que un sueño.

– Bueno, creo que ya es suficiente por hoy -dijo Cuchulainn, y se volvió hacia los hombres-. Dermont, diles a los demás que vamos a volver a Loth Tor a pasar la noche.

Los hombres y mujeres, hablando entre ellos, comenzaron a dispersarse. Elphame, la Sanadora y Cuchulainn se quedaron solos junto a la fuente.

– ¿Estás bien, Elphame? -le preguntó Cuchulainn.

– Sí, muy bien -murmuró ella.

– Estás pálida -le dijo Brenna.

Sin mirar a su hermano ni a la Sanadora, Elphame respondió:

– Me resulta un poco abrumador ver que mi sueño se está haciendo realidad. Algunas veces me emociono.

Cuchulainn refunfuñó.

– Hablas como una chica.

– Soy una chica, Cu.

Brenna, sin embargo, no se dejó distraer por aquella broma.

– Creo que deberías seguir el consejo de tu hermano, Elphame. Ya has hecho suficiente por hoy. Necesitas comer bien y descansar esta noche para recuperar fuerzas. Te haré una tisana que te relaje los músculos. Voy a ir a buscar las hierbas que necesito.

Después, se alejó por el patio, hacia la salida de las murallas.

Antes de que su hermano pudiera seguir haciéndole preguntas, Elphame sonrió y dijo:

– ¿Sabes lo que me haría muy feliz ahora?

– ¿Qué?

– Correr -respondió-. No he dado una buena carrera desde que salimos del templo de mamá. Cu… -dijo, poniéndole una mano en el hombro antes de que la interrumpiera-. Necesito correr.

– No conoces este terreno. ¿Adónde vas a ir? La única zona que está despejada es el camino que hay entre el castillo y el pueblo.

Ella hizo un gesto negativo. No podía permitir que la vieran los demás. Estaban empezando a aceptarla, y si veían la verdadera velocidad a la que podía correr, seguramente comenzarían a tratarla de nuevo como a una diosa. Lo pensó mientras observaba el bosque que los rodeaba con ojo de atleta. Después sonrió.

– Correré en paralelo al acantilado. El bosque termina a varios metros de la caída, así que tendré visibilidad, y el acantilado es bastante recto.

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