P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Cuando llegaron a las rocas que había elegido Brenna, Elphame se sentó con cuidado en una de ellas, desde la que tenía una vista excelente del castillo. Brenna se sentó también, y rebuscó en su bolso hasta que sacó un cuaderno y varios lapiceros de carboncillo. Después comenzó a dibujar. Elphame inspiró profundamente para respirar el aire fresco de la primavera. La sal del mar y el olor de los pinos le llenaron los sentidos, y bebió aquellas esencias fuertes mientras miraba su castillo.

– Es precioso, ¿verdad? -le preguntó a Brenna con reverencia, después de un rato.

– Sí -dijo la Sanadora distraídamente.

Brenna estaba muy concentrada haciendo volar el lapicero sobre la hoja. Cuando se detuvo, sopló con suavidad por la hoja y entrecerró los ojos críticamente.

– Ya he terminado. Creo que he conseguido poner la cuarta torre en su posición correcta -dijo.

Entonces le tendió el cuaderno a Elphame para que ella pudiera ver el dibujo.

El Castillo de MacCallan saltaba de aquella página. Brenna había dibujado los poderosos muros exteriores, con la puerta de hierro forjado, que había sido restaurada, aunque en realidad todavía no la habían instalado. Las banderas que estaban cosiendo las mujeres aparecían ondeando sobre cada una de las cuatro torres, cada una con su yegua encabritada. No había madera quemada, ni piedras ennegrecidas, ni agujeros en las almenas. El castillo aparecía joven y lleno de vida.

– ¡Oh, Brenna! Es perfecto. Es como si hubieras visto lo que yo tenía en la cabeza.

Brenna se sonrojó.

– Me lo describiste muy bien.

Antes de que Brenna pudiera detenerla, Elphame comenzó a pasar las páginas del cuaderno y vio algunos bocetos de partes del castillo, y algunos estudios de pies y manos. Y entonces, estaba Cuchulainn. Página tras página de Cuchulainn. Elphame se sorprendió. «Bien», pensó, «así son las cosas». Los dibujos de su hermano estaban hechos con ternura, y capturaban varios de sus estados de ánimo. Elphame se detuvo especialmente en uno en el que Cuchulainn estaba cansado y triste, y parecía mucho mayor de lo que era en realidad.

– Así es como estaba el día de mi accidente -dijo Elphame.

– Es… Yo… Sólo quería… -Brenna hizo una pausa, tragó saliva y comenzó de nuevo-. Tu hermano es un modelo muy interesante. Tiene unos rasgos perfectos, orgullosos, y demuestra muchas emociones distintas.

Elphame no podía apartar la vista de aquel dibujo de su hermano, en el que se apreciaba a la perfección el amor y la preocupación que sentía por ella.

– Lo has dibujado perfectamente. ¿Puedo quedarme con éste?

Brenna miró a su amiga con atención. No vio lástima en su semblante, ni tampoco ningún reproche.

– Por supuesto. Puedes quedarte con todos los que quieras.

– Sólo con éste. Los demás son tuyos.

Elphame sonrió con calidez a Brenna, pensando en lo mucho que se alegraría su madre si la conociera.

El sonido de unos cascos que se acercaban rápidamente las sorprendió a las dos, y como si lo hubieran conjurado al pensar en él, Cuchulainn apareció frente a ellas. Brenna leyó su expresión al instante.

– ¿Un accidente? -le preguntó, bajándose enseguida de la piedra en la que se había sentado.

– Angus estaba cortando unas maderas nuevas y la sierra se le resbaló. Me temo que tiene una herida muy fea -dijo él, mientras se inclinaba para tenderle la mano. Sin titubeos, Brenna depositó la suya en su palma y él la levantó y la sentó en la grupa del caballo. Después, Cuchulainn miró a su hermana con severidad-. No te muevas de ahí. Volveré pronto a buscarte.

– No tienes por qué apresurarte. Me siento bien aquí, alejada de mi cautividad -respondió Elphame.

Cuchulainn frunció el ceño y después espoleó al caballo. Brenna y él se alejaron hacia el castillo. El vio que Brenna se agarraba a la cintura de su hermano, y que Cu echaba un brazo hacia atrás, con un gesto posesivo, para sujetarla con firmeza contra sí.

Sí, así eran las cosas. Cuchulainn y Brenna. Su instinto no había errado. Se preguntó si alguno de los dos se daba cuenta. Seguramente, todavía no. Pese a toda la experiencia que tenía con las mujeres, Cuchulainn estaba tan poco preparado para el amor como su hermana.

Sin embargo, ¿cómo podía haber estado preparada para Lochlan? ¿Había sido sólo una alucinación? No, no podía ser. Había pruebas de que él era real. El jabalí estaba muerto, y el corte del costado de Elphame había sido rellenado con musgo. Sin embargo, ¿tenía Lochlan de verdad las alas de un Fomorian? Elphame se estremeció y miró hacia el bosque. No había sentido temor, eso sí lo recordaba. ¿Por qué no?

Porque su presencia había hecho que se sintiera bien. Ya sabía la respuesta, porque le había dado muchas vueltas a todo aquello durante los últimos cinco días.

– Lochlan -dijo, sin poder evitar pronunciarlo en voz alta.

Una brisa inesperada se llevó su nombre, y Elphame notó que se le ponía el vello de punta. Durante un momento, tuvo la sensación de que el nombre de Lochlan volaba a su alrededor, antes de que el viento se lo llevara y lo extendiera por el bosque.

Elphame cabeceó.

– El golpe que me di me está haciendo imaginar cosas extrañas.

– ¿Y qué es lo que estás imaginando, corazón mío?

Elphame se sobresaltó y dio un respingo. Miró hacia el bosque con los ojos abiertos como platos.

El hombre alado, como un enorme pájaro, se dejó caer desde la rama de un pino y aterrizó a pocos metros de Elphame. Permaneció dentro de las sombras del bosque, y plegó las alas a la espalda. Tenía una sonrisa tímida.

– No quería asustarte.

– ¡Por Epona, eres real! -balbuceó Elphame, y se sintió como una tonta.

– ¿Lo dudabas?

Elphame asintió con vehemencia.

– Constantemente.

Lochlan se echó a reír. Fue un sonido tan alegre que Elphame sonrió, y notó que se relajaba un poco.

– Entiendo tu confusión. Yo tenía la mente clara y no estaba herido, y pese a todo, durante estos cinco días que han pasado, me ha parecido que nuestro encuentro fue cosa de otro mundo.

– Como un sueño -dijo Elphame.

Lochlan negó con la cabeza.

– No, corazón mío, nuestros sueños son algo único, diferente a todo lo demás.

Elphame se ruborizó, pero no apartó la vista de sus ojos penetrantes. Lochlan salió de entre los árboles. Aunque tenía las alas bien plegadas contra el cuerpo, se movía con una elegancia que la hipnotizaba. Durante un momento, lo único que pudo oír, sentir o ver fue a Lochlan. Y entonces, su mente comenzó a trabajar de nuevo y se dio cuenta de algo. ¿Y si lo veían? Alzó una mano, y él se detuvo en seco.

– Quiero que me lo expliques todo. Quiero saber quién eres y qué está ocurriendo entre nosotros -dijo Elphame, mirando nerviosamente a su alrededor-. Pero no pueden verte. Ni siquiera le he hablado de ti a Cuchulainn.

Lochlan se quedó decepcionado, pero asintió con tirantez y dio unos pasos atrás, de modo que volvió a sumirse en la luz tenue del bosque.

Elphame se sintió azorada y, después, irritada. Los días de aburrimiento y frustración le habían puesto los nervios de punta, y de repente quería recriminarle, decirle que no era más que un extraño para ella porque acababa de conocerlo. Sin embargo, aquellas palabras falsas no salieron de sus labios. Elphame supo, con una certidumbre aterradora, que estaba viendo su futuro.

Recordó lo que le había dicho Cuchulainn: «Sé que encontrarás tu destino en el Castillo de MacCallan. Y sé que tu destino está vinculado al de tu compañero…».

Lochlan era aquel compañero.

Entonces, recordó el resto de la frase de su hermano: «… pero cuando intento concentrarme en los detalles del hombre, sólo veo niebla y confusión».

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