P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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No era humana, pero tampoco era una mujer centauro. Era alguien que estaba aparte de todos los demás en Partholon. Brenna elevó la vista y se encontró con la de Elphame.

– Sí, creo que vos podéis entenderme bien -dijo lentamente.

Y aquellas dos mujeres únicas se sonrieron con timidez.

Las mujeres volvieron mucho más rápidamente de lo que Elphame había previsto. El grupo de Meara había encontrado dos recipientes que podían usarse, un cubo y una vasija que habían escapado al fuego.

– Es evidente que ninguno se ha lavado durante años -dijo Meara-. Habrá que restregarlos bien, como a todo el castillo.

Elphame reprimió una sonrisa. Evidentemente, Meara era la mejor elección para encabezar un grupo de formidables limpiadoras, y era mejor que estuviera refunfuñando por todo el trabajo que tenían por delante que preocupándose por una maldición imaginaria.

– Hay un riachuelo cerca de aquí que cae desde el bosque al océano por los acantilados -dijo una de las mujeres.

– Eres Arlene, ¿verdad? -le preguntó Elphame.

La mujer asintió con timidez.

– Sí, mi señora. Me crié en Loth Tor, y conozco bien esta zona.

– Bien. Puedes mostrarle a Meara dónde está ese riachuelo. Meara, llévate a las mujeres que necesites para limpiar bien esos recipientes.

Con un gruñido de satisfacción, Meara les hizo un gesto a varias de las mujeres, y todas ellas se marcharon.

– Y yo he encontrado mucha albahaca -dijo Wynne.

Abrió la falda y dejó caer al suelo varias plantas de albahaca, y el aire se llenó de su aroma. Elphame inhaló profundamente, y se dio cuenta de que varias de las otras mujeres hacían lo mismo. Sonrió.

– También he encontrado las cocinas -prosiguió Wynne-. Están en mal estado -dijo con el ceño fruncido-. No va a ser fácil, pero creo que podremos repararlas. Los cimientos son fuertes, y la mayor parte sobrevivió al incendio.

Sin ninguna explicación, a Elphame se le llenaron los ojos de lágrimas al oír a Wynne. Pestañeó rápidamente, porque no quería que las mujeres malinterpretaran su respuesta emocional. Cuando estuvo segura de que no se le iba a quebrar la voz, respondió:

– Creo que vamos a encontrarnos con eso muchas veces en nuestro nuevo hogar. Los cimientos son fuertes, y ha sobrevivido gran parte de él.

Las mujeres asintieron, y Elphame notó que volvían a llenársele los ojos de lágrimas.

– ¡El! ¿Estás lista ya para recibir a los hombres? -preguntó Cuchulainn desde detrás de ellas, con su voz resonante, y las mujeres se sobresaltaron.

Cu le guiñó un ojo a Wynne, que estaba intentando sacudirse la tierra y las hojas de albahaca que se le habían quedado prendidas a la falda.

– Cuando les dije a los hombres que esto estaba lleno de mujeres guapísimas, hubo muchos voluntarios.

– Sí, sí, Cuchulainn, ya nos hacemos una idea -dijo Elphame-. Casi estamos listas para reunirnos con ellos, pero primero tenemos que llevar a cabo una ceremonia de purificación.

– ¿Una ceremonia de purificación?

– Sí. Nuestra nueva Sanadora ha pensado que sería una idea inteligente hacer un ritual de purificación y de protección antes de comenzar a trabajar en el interior del castillo. Y yo estoy de acuerdo con ella.

Cuchulainn fue quien frunció el ceño en aquella ocasión.

– Es una ceremonia sencilla, Cu. No vamos a hacer ningún encantamiento, ni a conjurar guías espirituales. Deja que te presente a la Sanadora…

Su voz se apagó. Un momento antes, Brenna estaba a su lado, pero ahora su lugar estaba vacío. Elphame recorrió el grupo de mujeres con la vista, y vislumbró a Brenna al final. De nuevo, se había deslizado en silencio hasta la parte trasera del grupo.

Elphame tuvo ganas de gruñir de frustración. Si iba a ser su Sanadora, tenía que dejar de esconderse cada vez que se acercara un hombre. ¿Qué pensaba Brenna, que su hermano iba a echarse a temblar de miedo o a gritar al verla? Entonces, Elphame recordó la mirada de la joven cuando le había dicho que necesitaba un nuevo comienzo. Tal vez aquélla era la respuesta que se esperaba, sobre todo por parte de un hombre joven y guapo. Pero Brenna no conocía a Cuchulainn como ella; tal vez a su hermano le encantara flirtear, pero tenía buen corazón. Él nunca le haría daño a una mujer deliberadamente.

– Brenna -dijo Elphame-. Me gustaría presentarte a mi hermano.

La Sanadora se acercó lentamente. Tenía la cabeza agachada, y no la alzó hasta que llegó junto a Elphame. Después, con un suspiro, miró hacia arriba. Elphame estaba observando a su hermano, y vio que su expresión se volvía grave al ver por primera vez las terribles cicatrices de la muchacha. Sin embargo, Cuchulainn no se estremeció, ni apartó la vista.

– Cuchulainn, te presento a nuestra nueva Sanadora, Brenna.

– Encantado, Brenna -dijo Cu, inclinando cortésmente la cabeza.

– Pensaba que debíais conoceros. Ya le he dicho a Brenna que tienes mucha tendencia a hacerte heridas -dijo Elphame, mirando con calidez a Brenna, que estaba muy concentrada observándose los pies.

– Estaré encantada de ayudar siempre que sea necesario -dijo Brenna.

– Como he dicho antes, Brenna tuvo la idea de realizar una ceremonia de purificación -prosiguió Elphame, mirando a las demás mujeres-. Y nosotras hemos pensado que era buena idea.

– ¿Eres Chamán, Brenna? -preguntó Cuchulainn.

Brenna alzó la mirada de mala gana y miró al guapo guerrero.

– No, mi señor, no lo soy. Pero tengo algunos conocimientos del mundo de los espíritus, y estoy familiarizada con los rituales que invocan su bendición.

– Bien. Creo que es sabio que pidamos ayuda a los espíritus para restaurar el Castillo de MacCallan.

Elphame pestañeó de la sorpresa. ¿Qué estaba diciendo? Cu odiaba cualquier mención del reino de los espíritus, porque siempre se sentía incómodo al hacerla. Ella lo miró con los ojos entornados.

– Cu, ¿te encuentras bien?

Antes de que él pudiera responder. Meara y su grupo de mujeres hicieron aparición. Tenían los brazos y la falda empapados, y llevaban los dos recipientes recién limpios y llenos de agua brillante. Al ver a Cuchulainn, se detuvieron e hicieron reverencias apresuradas, riéndose nerviosamente mientras el agua salpicaba el suelo.

Cu sonrió a las mujeres.

– ¿Cómo no iba a estar bien, rodeado de tantas caras bonitas?

Ya parecía más él mismo. Elphame sacudió la cabeza y le dijo que se callara, pero pensó que después iba a preguntarle por qué necesitaba repentinamente el apoyo espiritual.

– Ya puedes marcharte, Cu -le dijo, y se volvió hacia la Sanadora-. Brenna, ¿qué es lo que tenemos que hacer?

– Tomad la albahaca y aplastadla dentro del agua.

Mientras iba explicando la ceremonia, su voz pasó de ser el susurro con el que había hablado con Cuchulainn a la voz clara y segura de una Sanadora, la Sanadora a la que Elphame estaba empezando a respetar.

– Todas las mujeres deben tomar parte en esto. Todas debéis tomar algunas hojas de albahaca y meterlas en el agua. Al hacerlo, debéis concentraros en todas las cosas maravillosas que os gustaría que tuviera vuestro nuevo hogar.

Brenna llamó a Meara, que estaba junto a los recipientes. La muchacha tomó una rama de albahaca, la metió dentro del agua fresca y aplastó las hojas. Después agitó suavemente el agua.

– Bien -dijo Brenna.

– Es suave y frío, y huele muy bien -les dijo Meara al resto de las mujeres. Sin más titubeos, Wynne, Ada y Colleen tomaron algunas hojas y, en poco tiempo, el cubo y la vasija estaban rodeados de mujeres sonrientes que tenían los brazos hundidos hasta los codos en el agua.

– Cerrad los ojos -les dijo Brenna-, y pensad en lo que soñáis para vuestro nuevo hogar. Pensad en lo que deseáis.

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