P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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– Pero, señora… ¿cómo vamos a saber lo que debemos tejer? -preguntó, y señaló hacia las ruinas-. Ahora no tiene demasiado esplendor.

Elphame frunció el ceño. Se le había olvidado que no todo el mundo tenía la imagen del castillo reconstruido en la mente.

– Supongo que tendré que encontrar una pintora…

– Yo podría dibujarlo, señora.

– ¿Quién ha hablado?

La misma voz respondió desde la parte posterior del grupo.

– Me llamo Brenna.

– Ven aquí, Brenna. No te veo.

Las mujeres se hicieron a un lado para dejar pasar a una mujer morena y delgada. Tenía la cabeza agachada, y Elphame se dio cuenta de que el resto de las muchachas apartaba la vista de su rostro, como si se sintieran incómodas. Entonces, la mujer elevó la cabeza. Elphame sintió una profunda impresión, y tuvo que hacer un esfuerzo por mantenerse impasible.

Brenna era joven, y una vez había sido bella. Elphame lo supo por el lado izquierdo de su rostro. El lado derecho estaba destrozado. Tenía una terrible cicatriz que le cubría desde el cuello hasta la frente. Era una cicatriz gruesa, con las manchas rosadas y blancas que distinguían la más profunda de las quemaduras. El lado derecho de su boca había perdido la línea del labio, lo cual era más horrible al compararlo con la carnosidad suave de la parte izquierda. Tenía el ojo derecho claro, e intacto. Era del mismo color castaño que su ojo izquierdo, pero las cicatrices tiraban de la piel y le daban un aspecto caído.

Se quedó inmóvil, permitiendo a Elphame que la observara.

– Creo que puedo dibujar vuestro castillo -dijo en voz alta y clara.

– ¿Eres pintora, Brenna? -preguntó Elphame.

– Tengo un poco de habilidad para el dibujo, sobre todo para dibujar cosas que imagino -dijo con una sonrisa. Elphame se quedó sorprendida al ver que era una sonrisa atractiva-. Así que creo que podría dibujar las cosas que vos imagináis, si me las describís.

Elphame asintió con entusiasmo, pero antes de que pudiera responder, Brenna continuó:

– Pero deberíais saber que no me considero artista. Soy una Sanadora.

Elphame sonrió.

– Eso es magnífico, Brenna. Con todos estos trabajadores reconstruyendo el castillo, es probable que tengamos algún percance que requiera el toque de una Sanadora. Sé que mi hermano, aunque es un gran guerrero, también es proclive a hacerse cortes y heridas.

Durante un instante, Elphame vio que la expresión de Brenna cambiaba, y fue como si una sombra pasara por el semblante de la joven. Sin embargo, Brenna respondió sin titubeos.

– Por supuesto, señora. Me agrada estar donde se me necesita.

– ¡Elphame!

Como un tornado, Cuchulainn atravesó el grupo de mujeres. Con los ojos chispeantes, saludó a varias de las más guapas antes de llegar junto a su hermana.

– Las carretas de las provisiones están atascadas en la carretera. He enviado a los centauros para que abran un buen camino en la maleza y despejen la entrada de las murallas. Cuando los carros estén aquí, creo que lo mejor será montar las tiendas en el exterior del castillo, por lo menos hasta que hayamos conseguido que este monstruo sea habitable de nuevo.

Elphame arqueó una ceja.

Cuchulainn se echó a reír.

– ¡De acuerdo! Perdóname por haber llamado «monstruo» a tu palacio.

– No es un palacio. Es un castillo.

– Bueno, tu castillo no es adecuado para los hombres ni para las bestias -dijo, y le guiñó un ojo a la regordeta Caitlin, que se ruborizó intensamente-. Ni para una preciosa señorita -añadió, señalando hacia atrás-. Al suroeste del castillo hay una pradera que llega hasta el acantilado, y será fácil clarearla. En un par de días podemos tener preparado el campamento. Hasta entonces, la gente de Loth Tor estará encantada de hospedarnos -dijo Cu, y sonrió a Elphame descaradamente-. Si eso es de vuestro agrado, mi señora.

Elphame se contuvo para no darle una torta.

– Sí, sí, muy bien. Pero necesito que algunos hombres acompañen a la cocinera jefe y a sus ayudantes. Es importante que las cocinas se arreglen rápidamente -dijo, y le dio un codazo en las costillas-. Los hombres necesitan algo más que carne seca y galletas si tienen que trabajar durante largas jornadas.

Cuchulainn se echó a reír y se agarró el costado. Le gustaba ver a su hermana tan relajada en público. Normalmente, sólo bromeaba con él en privado. Estaría muy bien reconstruir aquel castillo si iba a enseñarla a relajarse.

– Por mucho que me cueste admitirlo, tienes razón, hermana mía. Pondré varios hombres a disposición de tu cocinera -dijo, sonriendo con picardía-. Lo cual significa que tienes que presentármela.

Elphame puso los ojos en blanco, y después llamó a la cocinera jefe.

– Wynne, este molesto joven es mi hermano. Cuchulainn, te presento a la cocinera jefe.

Cuchulainn se inclinó ante ella.

– Me alegro de conocerte, Wynne la del cabello de fuego.

– Lo mismo digo -respondió ella, admirándolo sin disimulo.

– Ahora que sabes su nombre, Cu, envía a varios hombres para que la ayuden. Estarán dentro del castillo, como el resto de nosotros -le dijo Elphame, y lo empujó suavemente hacia la salida.

– Ah, siempre pensando en el trabajo, hermana mía -dijo Cu, e hizo una galante reverencia para todo el grupo-. Señoras, hasta luego.

Las mujeres se inclinaron y se despidieron.

– Mi hermano es un granuja -dijo.

– Sí, pero un granuja endemoniadamente guapo -suspiró Wynne, que todavía estaba mirando la figura de Cuchulainn mientras se alejaba.

Entonces se dio cuenta de que debía de haber traspasado los límites. Se quedó pálida y murmuró una disculpa apresurada.

Elphame agitó la mano para quitarle importancia y dijo:

– Recuerda bien lo de «endemoniadamente» y te ahorrarás mucho dolor de corazón -dijo.

¿Acaso nunca iban a relajarse en su presencia? ¿Siempre iban a comportarse como si ella fuera un ser sagrado? Estaba intentando comportarse con normalidad con aquellas mujeres. ¿No acababa de bromear con Cu delante de ellas?

«Llevará tiempo demostrarles que no soy diferente», se dijo con firmeza. Aquello era su nuevo comienzo, pero tenía que ser paciente. Lo que había sucedido en los años anteriores de su vida no se borraba en un día. Contuvo su frustración y se dirigió nuevamente al grupo.

– Vamos a trabajar. Sé que todas tenéis un talento especial, y lo valoro mucho -dijo, y sonrió a las mujeres, sobre todo a aquéllas a quienes ya conocía, y se dio cuenta de que Brenna ya no estaba cerca de ella. Había vuelto a la parte posterior del grupo-. Pero me temo que todas tendremos que imitar a Meara. Debemos limpiar y ordenar las cosas antes de poder concentrarnos en nuestras habilidades individuales. Así pues, comencemos a despejar la entrada de nuestro futuro hogar.

Sin esperar respuesta, Elphame caminó hacia el hueco que había en las murallas del castillo. Tomó una larga pieza de hierro oxidado, que una vez formó parte de las puertas de la muralla, y tiró de ella valiéndose de la fuerza de sus poderosas patas. El hierro salió de entre la maleza.

Alzó la vista y vio a las mujeres observándola a ella y mirando después hacia las sombras que había en el interior de las murallas del castillo. Estaban ansiosas y asustadas. Sin duda, recordaban los cuentos que les habían contado de niñas sobre la maldición del Castillo de MacCallan. Elphame casi podía ver el reflejo de los fantasmas en sus ojos. Sabía que necesitaban unas palabras de ánimo, pero a ella no se le daba demasiado bien aquello. El discurso que les había hecho a los hombres aquel día había sido una excepción. Todavía estaba demasiado emocionada por haber oído a los espíritus de la piedra del castillo. Dar discursos inspirados era la especialidad de su madre, no la suya.

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