Ellas lo hicieron, y Elphame observó que el semblante de las mujeres viajaba muy lejos. Tenían sonrisas de satisfacción en los labios.
– Debemos hacer lo mismo, mi señora -dijo Brenna.
Elphame asintió. Tomó una ramita de albahaca y se colocó entre Meara y Caitlin. Ninguna de las dos se sobresaltó ni se apartó de ella. Las mujeres estaban tan absortas en sus pensamientos que nadie se dio cuenta de que Elphame se acercaba. Ella cerró los ojos y metió las manos en el agua, y estrujó la albahaca.
Al instante, pudo oír los deseos de las mujeres que la rodeaban. Era como si el agua actuara como un conductor de pensamientos y sueños.
«Por favor, trae felicidad a mi hogar… Deja que conozca la alegría de tener un buen marido… Quisiera tener hijos… Por favor, no dejes que pase hambre… Quiero estar segura siempre… Quiero que me acepten como soy…».
Sus plegarias llegaron a Elphame en una ráfaga de emoción, y ella las acercó a su corazón y las atesoró. Después añadió su propio deseo, y casi sin darse cuenta, se apartó del anhelo de poder encajar, de ser normal. Por primera vez, su deseo fue otro que no estaba centrado en sí misma.
«Por favor, permite que los que entren en el Castillo de MacCallan encuentren un refugio seguro, y ayúdame a ser una líder comprensiva y sabia».
– Ahora, vos debéis completar el resto de la ceremonia, Diosa -le dijo Brenna.
Al oírlo, Elphame sintió un escalofrío. Había pensado que Brenna dirigiría toda la ceremonia. Ella nunca había llevado a cabo ningún tipo de ritual mágico. Incluso durante su educación en el Templo de la Musa, había evitado el entrenamiento de los encantamientos y la invocación de las deidades. Sabía que las otras estudiantes lo comentaban porque les parecía extraño, pero habían llegado a la conclusión de que lo evitaba porque era tan poderosa que no necesitaba una guía mortal, que ya estaba en comunión con el reino de los espíritus. La gente esperaba que siguiera los pasos de su madre y se convirtiera en la Elegida de Epona, y que reinara como la líder espiritual de Partholon. Con sólo pensarlo, Elphame se sentía enferma porque, desgraciadamente, la verdad estaba muy lejos de lo que ellos pensaban. Aunque lo había deseado, nunca había sentido la magia, ni de los espíritus, ni de los dioses, ni de Epona. No le serviría de nada estudiar la magia. No tenía magia, aparte de sus anormalidades físicas.
Hasta que había entrado al Castillo de MacCallan y había recibido el saludo de las piedras, pensó. Allí, las cosas eran distintas. El Castillo de MacCallan era un nuevo comienzo para todos ellos. Eso no significaba que ella fuera a ocupar el lugar de su madre. Significaba que por fin había encontrado su lugar. Dejando a un lado las inseguridades que la habían angustiado durante años, miró a Brenna a los ojos.
– ¿Qué debo hacer? -preguntó Elphame.
– Tenemos que llevar los recipientes a la entrada del castillo -dijo Brenna, y la tarea se realizó rápidamente. Ella situó los recipientes en el interior del hueco de las murallas y le dijo a Elphame que se situara entre ellos. Las otras mujeres se quedaron justo a la salida-. Ahora, debéis llamar a cada uno de los cuatro elementos por turno. Aire, fuego, agua y tierra. Pedidles que limpien este castillo y que lo llenen de protección, mientras salpicáis con agua perfumada en dirección a los cuatro puntos cardinales. No hay unas palabras determinadas que debáis recitar, tan sólo debéis decir lo que os salga del corazón. Nosotras os seguiremos, Diosa.
Después, Brenna le dio la espalda a Elphame y las mujeres hicieron lo mismo. Todas estaban de cara al este.
«El este…», pensó Elphame frenéticamente. El este era el comienzo de la dirección de todos los encantamientos. Su elemento era el aire. Y el este era la dirección en la que estaba orientado el castillo. Debía de ser un buen presagio.
Cerró los ojos, se concentró, y le envió una plegaria fervorosa a Epona.
«Epona, si puedes oírme, no voy a pedirte que me hables como hablas a mi madre. No espero eso. Sólo quiero pedirte que me ayudes a no decepcionar a estas mujeres, y ayúdame a honrar a los espíritus que he comenzado a sentir hoy. Por favor, enséñame las palabras más adecuadas para bendecir nuestro nuevo hogar».
Podía hacerlo. Abrió los ojos y se inclinó para tomar un poco de agua perfumada de albahaca entre las manos.
Se incorporó, miró hacia el este y permitió que el agua se le resbalara entre los dedos.
– Apelo a ti, Poder del Aire, para que seas testigo de este ritual. Eres el elemento que encontramos al nacer, cuando respiramos por primera vez. Te pido que llenes el Castillo de MacCallan mientras renace y que ahuyentes las fuerzas negativas de su cercanía. Infúndeles a estas murallas protección y paz.
De repente, la brisa movió la larga melena de Elphame. La hizo girar, de un modo juguetón, a su alrededor; atrapó las gotas de agua e hizo que bailaran en el viento, mostrándole así a Elphame, con claridad, que sus palabras habían sido escuchadas y aceptadas. La sonrisa de respuesta de Elphame estaba llena de alegría y asombro.
Después de que el viento cesara, ella respiró profundamente y se volvió hacia el sur, la dirección del fuego. El grupo de mujeres la imitó. Ella tomó más agua y la alzó.
– Apelo a ti, Poder del Fuego, para que seas testigo de este ritual. De ti obtenemos el calor, la luz y la energía. Tu fuerza ya ha purificado el Castillo de MacCallan. Te pido que continúes protegiéndolo, y a todos nosotros también, mientras lo convertimos en nuestro hogar.
Mientras hablaba, notó que los rayos del sol la calentaban, la atravesaban y llegaban hasta su alma.
Elphame y las mujeres giraron hacia la derecha nuevamente. Ella se llenó las manos de agua.
– Apelo a ti, Poder del Agua, para que seas testigo de este ritual. Tú estás presente en nuestro cuerpo en forma de lágrimas, leche y sangre. Nos llenas y nos sostienes. Lava todo el dolor antiguo del Castillo de MacCallan. Límpialo y llénalo con la alegría del presente mientras continúa erguido, vigilante como siempre, sobre tu costa.
El sonido distante de las olas rompiendo en lo más profundo del acantilado se intensificó de repente y resonó con fuerza por las murallas del castillo.
Cuando el sonido se acalló, Elphame giró de nuevo y se situó hacia el norte, el elemento de la tierra, de manera que completó el círculo.
– Apelo a ti, Poder de la Tierra, para que seas testigo de este ritual. Tú nos estabilizas y nos das refugio. Sentimos tu espíritu en las piedras de este castillo. Te pido que uses tu enorme poder para ahuyentar las energías negativas que puedan permanecer todavía en el Castillo de MacCallan, y que lo protejas con la fuerza de un nuevo crecimiento y de una antigua sabiduría.
La hierba sobre la que estaban se meció como si una mano gigante e invisible acabara de pasar sobre ella, y el aire que las rodeaba se llenó de la fragancia de una cosecha abundante.
Entonces, por impulso, Elphame se inclinó otra vez. Volvió a echar agua al aire hacia el cielo, y dijo con alegría:
– Y apelo a ti, Epona, para que seas testigo de este rito y le concedas al Castillo de MacCallan, nuestro nuevo hogar, tus bendiciones y tu protección.
Las gotas de agua explotaron alrededor de Elphame como si fueran estrellas líquidas, y todas las mujeres prorrumpieron en vítores.
– ¡Venid! -exclamó Brenna, y se acercó a uno de los recipientes de agua y albahaca, en el que hundió las manos con una sonrisa-. Vamos a bautizar nuestro nuevo hogar.
Entonces, salpicó las piedras, y las demás mujeres, entre risas y gritos de alegría, tomaron agua en las manos y, mientras la lanzaban contra la muralla, lavaron el último de sus miedos.
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