P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Capítulo 5

– ¿Es que quieres sentenciarme a una vida de celibato? -le preguntó Cuchulainn a su hermana, refunfuñando.

Elphame sonrió.

– No creo que asignarte la vigilancia en el exterior, donde sobre todo hay trabajadores, mientras yo entrevisto a las mujeres para los puestos en el castillo, pueda afectar a tu activa vida amorosa.

– Vamos, chico. Yo iré contigo y elegiré a los que puedan ser canteros -le dijo Danann, dándole una palmadita en el hombro-. Después puedes llevarte a los demás y comenzar a limpiar el patio, como te ha dicho tu hermana -el viejo centauro le hizo un guiño a Elphame-. Piensa esto: es más probable que las mujeres te concedan sus favores en el lecho cuando las paredes que haya alrededor sean sólidas y estén limpias.

– Quieres decir todo lo contrario a esta ruina -dijo Cu.

– Exacto.

Cu refunfuñó de nuevo, pero siguió al Maestro de la Piedra hacia el patio, para reunirse con los trabajadores.

Elphame agitó la cabeza mirando a su hermano mientras se alejaba. Su voz fuerte le llegó desde el otro lado del patio, cuando él llamó al orden al grupo de hombres y centauros. Después de que ella hubiera saludado a los trabajadores, Cu, Danann y Elphame habían recorrido todo el castillo, y se habían dado cuenta de que antes de comenzar la reconstrucción debían retirar los escombros, así que los primeros trabajos, los de limpieza, eran tediosos, pero necesarios. Mientras miraba a su alrededor por el patio, Elphame se dio cuenta de que aquélla era una empresa enorme. ¿Podría hacerlo? ¿Sería capaz de restaurar el castillo?

Se sintió abrumada, y notó que se le encogía el estómago de ansiedad, pero rápidamente reaccionó. Era normal que sintiera algo de aprensión, pero tenía que empezar. Tenía que avanzar paso a paso. Mantener el control.

Aquél era su castillo. Su hogar.

– ¡Elphame! -la voz de su hermano atravesó el patio vacío-. ¡Las mujeres ya han llegado!

– Aquí es donde comienzo yo -se dijo. Miró hacia la columna central, sonrió para despedirse de ella y se encaminó apresuradamente hacia la entrada de las murallas.

Las mujeres habían formado un pequeño grupo en el exterior, a varios metros de las murallas del castillo. Elphame las observó desde las sombras, sin que ellas se dieran cuenta. Eran muy jóvenes y estaban asustadas. ¡Y eran muy pocas! Elphame contó rápidamente; había poco más de doce. El número de centauros y de hombres que se habían ofrecido voluntarios era el triple. Y todas las mujeres eran humanas. ¿No había acudido ninguna mujer centauro? ¿Ni siquiera una joven cazadora en adiestramiento? El sintió desilusión, pero rápidamente la superó. Tenía mucho que hacer, y tenía que hacerlo con los medios que tuviera en su mano. Tal vez el hecho de que fueran pocas le diera la oportunidad de conocerlas más personalmente. Eso sería un cambio agradable.

Cuando Elphame salió de entre las murallas, todas le hicieron una reverencia. Ella carraspeó y esbozó su mejor sonrisa de bienvenida.

– Buenos días. Me agrada mucho comprobar que tantas de vosotras estéis interesadas en reconstruir el Castillo de MacCallan y convertirlo en vuestro hogar. Los hombres se ocuparán de las tareas más pesadas, pero eso no significa que nuestro trabajo sea menos importante. Necesito cocineras, y mujeres que sepan coser y tejer -sin darse cuenta, su sonrisa se volvió soñadora-. A medida que el castillo vuelva de nuevo a la vida, quisiera llenar sus paredes con bellos tapices que hagan que incluso mi madre se sienta celosa.

En respuesta a la expresión dulce de la Diosa, varias de las muchachas sonrieron tímidamente. Elphame se sintió animada por aquella reacción, y continuó hablando con la voz segura, fuerte.

– Y por supuesto, necesitaré mujeres que me ayuden con el mantenimiento diario del castillo -Elphame se rió y miró significativamente la maleza que casi ahogaba el paso al castillo-. Algunos días necesitará más mantenimiento que otros, claramente.

Una de las mujeres soltó una risita nerviosa, y después se tapó la boca con la mano y se ruborizó.

– No tengáis miedo de reír -dijo Elphame-. Sé que ahora no lo parece, pero las piedras están cantando de alegría por nuestra llegada. MacCallan será un hogar lleno de alegría.

La muchacha se apartó la boca de la mano y sonrió con timidez.

– ¿Cómo te llamas? -le preguntó Elphame.

– Meara, mi señora.

– Meara. ¿Y cuál es el trabajo que mejor haces?

– Yo… eh… Se me da muy bien ordenar las cosas.

– Entonces, has venido al lugar más adecuado. Aquí hay mucho que ordenar -dijo Elphame, y miró a las demás-. Aquéllas a quienes se les dé bien limpiar, por favor, dadle vuestros nombres a Meara. Meara, por favor, te pediré que me entregues una lista con tus trabajadoras al final del día. Y ahora… ¿quiénes serán mis cocineras?

Con tan sólo una ligera vacilación, cuatro mujeres levantaron la mano. Una de ellas dio un paso hacia delante. Era pelirroja y tenía unos preciosos ojos verdes.

– Venimos del Castillo de McNamara, mi señora. La cocinera jefe de allí era… -hizo una pausa y miró a sus compañeras en busca de apoyo. Ellas asintieron para animarla-. Era muy malhumorada, y no le gustaban las cocineras jóvenes, sobre todo las que tenían ideas nuevas.

Elphame arqueó las cejas.

– Bueno, pues te aseguro que a mí no me importa que las cocineras sean jóvenes, y que me gustan las ideas nuevas. No creo que sea malhumorada, aunque tal vez Cuchulainn no esté de acuerdo conmigo.

Ante la mención de su hermano, las chicas sonrieron.

– ¿Y cuál es la mejor cocinera de entre vosotras? -preguntó Elphame. Tres pares de ojos se volvieron hacia la mujer que había hablado.

– Todas cocinamos bien, pero admito que yo tengo un don especial en la cocina. Me llamo Wynne. Las chicas que están conmigo son Ada, Colleen y Ula -dijo, señalando a cada una de las muchachas mientras hablaba.

– Wynne, me complace anunciar que eres mi nueva cocinera jefe -dijo Elphame-. Lo primero que tendrás que hacer será inspeccionar lo que queda de las cocinas del castillo. Toma nota de lo que hay que reparar para que empiece a funcionar rápidamente. Tenéis muchas bocas que alimentar.

– Sí, Diosa -dijo Wynne, con una reverencia.

Elphame apretó los dientes al oír que la llamaba «Diosa». Nunca la verían tal y como era, Elphame, una joven a quien le gustaba correr y reírse con su familia, y que tenía tendencia a pasar largas horas en la piscina de aguas termales de su madre. Siempre la considerarían una diosa.

Bueno, tal vez aquello comenzara a cambiar. Tomó una rápida decisión.

– Bien -dijo, y la charla que había comenzado cesó al instante-. Me gustaría pediros un favor. Vamos a trabajar codo con codo, y preferiría que me llamarais por mi nombre, en vez de llamarme «Diosa».

Las mujeres la miraron con asombro.

Elphame suspiró.

– O podéis llamarme «señora». Cualquier cosa menos «Diosa» -dijo, y continuó rápidamente-. Veamos, ¿qué más? Ya sé. ¿Hay alguien que sepa coser y tejer?

Varias mujeres levantaron la mano. Elphame se dirigió a una joven regordeta y rubia, con la cara sonrojada y brillante.

– ¿Cómo te llamas? -le preguntó.

– Caitlin.

– Caitlin, ¿sabes coser o tejer?

– Ambas cosas, Diosa… señora.

– Excelente. Tengo varias ideas para el tema de los tapices. Me gustaría que cada uno de los tapices de las estancias principales tuviera un tema distinto, y el del salón principal sería el mismo castillo. Quiero que los tapices muestren el Castillo de MacCallan de nuevo habitado, en toda su grandeza y esplendor.

Caitlin titubeó antes de responder.

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