P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Tal vez los espíritus de la tierra hablaran con ella, y las piedras le dieran la bienvenida, pero a los mortales no les gustaba nada que los tocara una diosa viviente.

Con una pequeña exclamación, Elphame intentó apartar la mano de la de Danann antes de que él pudiera alejarse de su contacto, pero él no se lo permitió, sino que atrapó su mano.

– Los espíritus de la piedra me dicen que éste es vuestro lugar.

Elphame se ruborizó.

– Siempre he querido devolverle la vida al Castillo de MacCallan -dijo-. Gracias por venir con nosotros, Danann. Tu presencia significa mucho para mí.

– Es un honor ser de ayuda, Diosa -le dijo él. Entonces, le estrechó la mano y se la soltó.

No se apartó de ella con miedo, ni le hizo una reverencia temerosa.

«Es como si yo fuera la Jefa del Clan, una mujer normal y corriente, que le está pidiendo ayuda».

Aquella idea era tan inesperada para Elphame que pestañeó con sorpresa, y tuvo que volverse hacia su hermano rápidamente para ocultar su azoramiento.

– Cu, ¿puedes creer que siento el espíritu de las piedras?

– Claro que sí -dijo él con una sonrisa.

Estaba contento de verla tan animada y tan feliz. Aunque ella hablaba muy poco de aquel tema, Cu sabía que su hermana siempre había anhelado tener una conexión espiritual con la diosa que había creado su cuerpo. Elphame era la primogénita de la Elegida de Epona. Nunca era seguro, pero a menudo la diosa llamaba a la hija mayor de una Elegida anciana para que siguiera a su madre como líder espiritual de Partholon. Tal vez Epona estuviera preparando a Elphame para ocupar un día el lugar de su madre. Así era la vida, pensó Cu.

Se acercó a Danann y le estrechó la mano para saludarlo cálidamente.

– Creo que se me da mejor oír a los espíritus que sorprender a un guerrero que está protegiendo a su hermana -dijo irónicamente el centauro.

– Oh, a mí me parece que has hecho un buen trabajo sorprendiéndome así -respondió Cuchulainn.

– Cu está picajoso desde anoche. Ignóralo -le dijo Elphame, con una sonrisa, a Danann.

Cuchulainn no hizo caso de las bromas de su hermana.

– ¿Has venido solo, Danann?

– No, me reuní con el resto del grupo cuando salían de Loth Tor. Ellos han preferido esperar junto a las murallas exteriores. No tienen muchas ganas de entrar -dijo el centauro-. Los jóvenes se asustan fácilmente con los cuentos de miedo y las sombras.

Elphame sintió gratitud por la actitud sensata del centauro.

– Así son los jóvenes -dijo, mirando a Cuchulainn con superioridad de hermana mayor-. En vez de ponerse manos a la obra, se quedan esperando a que les digas lo que tienen que hacer.

Danann se inclinó ante ella con galantería y le ofreció el brazo.

– Entonces, Diosa, ¿queréis que os acompañe para que podáis decirles a los jóvenes lo que tienen que hacer antes de que pierdan toda su vida ociosamente?

Elphame vaciló. ¿De verdad iba a tocar a una persona que no fuera de su familia dos veces en el mismo día? Miró el brazo del centauro, y después miró a su hermano. Cuchulainn le guiñó un ojo y asintió. Ella respiró profundamente y posó la mano en el brazo del Maestro de la Piedra. Le temblaron los dedos, pero sólo un poco.

«Como una persona normal», pensó sin poder reprimir la sonrisa. Con Cu siguiéndolos de cerca, salieron desde las ruinas del patio al lugar donde esperaba el grupo.

Tal y como había mencionado Danann, eran gente muy joven y estaban deseosos de embarcarse en la aventura de reconstruir el Castillo de MacCallan porque querían hacerse un hueco propio en el mundo. Si el Castillo de MacCallan resurgía, habría tierras y oportunidades para ellos. Eso les había provocado impaciencia y excitación.

Cuando Elphame apareció ante los hombres y los centauros que se habían reunido nerviosamente a varios metros de la entrada, todos se quedaron en silencio. La mayoría estaban acostumbrados a ver a la joven Diosa, pero su aparición les afectaba de todos modos, y aquella mañana, en particular, estaba incluso más extraordinaria de lo normal. Su rostro estaba iluminado, y su piel brillaba. Varios de los hombres y de los centauros pensaron en lo espectacular que era, y cuando sus labios carnosos y sensuales esbozaron una sonrisa, muchos de ellos sintieron la respuesta en la sangre, pero sólo brevemente, hasta que recordaron que no podían sentir lujuria por una diosa, por muy tentadora que fuera.

Cuando Elphame habló, su voz se extendió por todo el grupo como si fuera el fuego de una tea.

– Las flores de los arbustos, los pájaros que cantan y la brisa, los pilares de este castillo… ¡Nos dan la bienvenida! Las mismas piedras del Castillo de MacCallan nos saludan con alegría. Dejará de ser una ruina -Elphame alzó los brazos por encima de la cabeza y gritó-: ¡Regocijaos! ¡Será nuestro hogar!

El calor le causó un cosquilleo por los brazos, como cuando había tocado la piedra y había sentido fuego en el cuerpo.

El grupo reaccionó como uno solo, no tanto a sus palabras, ni a la idea de reconstruir el castillo; le respondieron a ella, a su espectacular Diosa. Con una sola voz, vitorearon a su Diosa, y las viejas murallas repartieron el eco de los sonidos jubilosos de los vivos.

Desde su escondite, entre los árboles, Lochlan observó al grupo. Hombres y centauros, jóvenes y orgullosos. Reconoció el fuego de su sangre mientras respondían a la mujer. Y él también la reconoció. ¿Cómo no iba a reconocerla? Él sabía que iba a encontrarla allí. Sin embargo, verla le había sacudido. Parecía mucho más viva que en sus sueños, y verla en persona hizo que se diera cuenta de que nunca había comprendido de verdad el alcance de su belleza.

¡Su cuerpo! Irradiaba pasión y poder sobrenatural. Sintió un arrebato de deseo, caliente y fuerte, y su excitación hizo que sus enormes alas temblaran y se pusieran erectas. Rápidamente, apartó la vista de ella, para poder controlar su lujuria.

El dolor le atravesó las sienes e irradió por todo su cuerpo. Su cuerpo luchó contra su deseo de control, pero como siempre, Lochlan acudió a su pozo de humanidad para derrotar a sus impulsos más oscuros. Su pulso se calmó, y sus alas temblaron una vez más antes de plegarse sobre su espalda.

Ignoró aquel dolor familiar que siguió acosándolo, recorriendo su mente como un fantasma.

Cuando consiguió controlarse de nuevo, volvió a mirarla. En aquel momento, ella elevaba los brazos, y el grupo respondía al unísono. Él sonrió, mostrando unos caninos largos y peligrosos. Ella también conseguía que él quisiera gritar. Había hecho bien en ir solo; los demás no podrían entenderlo. Pero pensar en los demás le causaba desesperación. Podía sentirlos. Siempre los sentía, sentía su necesidad, su dolor, su fe en él. Se estremeció y apartó aquello de su mente. En aquel momento no. No podía pensar en los demás en aquel momento. No, cuando todo lo que tenía de honorable y de verdadero, todo lo que era humano en él, quería correr hacia ella y decirle que había llenado sus sueños y su corazón desde que tenía uso de razón.

Respiró entrecortadamente y se pasó la mano por la cara. No podía ir a ella a la vista de todo el mundo. Ellos lo verían sólo como un Fomorian, y lo matarían. No podría luchar contra todos ellos.

«Recuerda tu promesa», le susurró la conciencia, recordándole a su amada madre. «Recuerda la Profecía. Tu destino es encontrar el modo de sanar a tu gente y de llevarlos de vuelta a Partholon. Eres tú quien debe cumplir la Profecía de Epona».

Lochlan no podía actuar de modo egoísta. Tenía que pensar en los demás. Tenía que terminar con su dolor, aunque aquello significara…

Luchando contra una sensación de pérdida abrumadora, apartó la vista de ella y desapareció en lo más profundo del bosque.

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