– Bueno… me he sentido un poco inquieta y deprimida.
Él me dio unos golpecitos en el brazo, y después sacó de su bolsa médica un objeto en forma de embudo.
– Por favor, incorpórate y respira profundamente -me pidió, y yo obedecí. Después, comenzó a usar aquel objeto como si fuera un estetoscopio.
Debió de quedar satisfecho con lo que oía, porque dejó aparte el estetoscopio y continuó con el examen, sondando, pinchando y observando mi cuerpo, por dentro y por fuera, mientras me hacía preguntas, como qué tipo de flores habían puesto mis sirvientas en los jarrones de la habitación y con qué frecuencia iba al baño.
Por fin, terminó. Me dio unas palmaditas en las manos y dijo:
– Estoy muy seguro de que…
– ¡Tengo un tumor cerebral! -exclamé, con el estómago encogido.
Carolan se echó a reír.
– No tienes ningún tumor, Rhea, pero sí tienes algo en el cuerpo, algo que no estaba hace unos pocos meses -respondió con los ojos brillantes-. Estás embarazada.
– Estoy… estoy… estoy…
– Calculo que darás a luz a mediados de la primavera que viene.
– ¿Un hijo? -pregunté; me daba cuenta de que parecía tonta, pero se me había quedado el cerebro paralizado.
– Ese es mi diagnóstico, sí -respondió él mientras, con una sonrisa, recogía su instrumental y lo guardaba en la bolsa-. Una niña -añadió.
– ¿Una niña? ¿Cómo lo sabes? -pregunté, mientras me miraba el abdomen, que tenía un aspecto completamente normal.
– El primer vástago de la Elegida de Epona siempre es una niña -me explicó Carolan-. Es un regalo de la diosa para ti, y también para tu pueblo, por supuesto.
Yo me había quedado atontada. Era cierto que me había faltado un periodo, pero yo no le había concedido demasiada importancia. Lo había achacado al estrés. Un nuevo mundo, en una dimensión diferente, donde la mitología era real. Convertirse en la encarnación de una diosa. Luchar contra una horda de demonios. Cosas como ésas podían alterar el organismo de una persona, como mínimo. Me di cuenta de que, repentinamente, Carolan tenía prisa por marcharse.
– ¿Por qué tienes tanta urgencia? -le pregunté, casi al borde del llanto. Eso, al menos, tenía sentido. Hormonas.
– Alanna querrá anunciar la maravillosa noticia ante todo el mundo… ¡Seguro que la celebración continuará toda la noche! -exclamó. Yo palidecí, y él se echó a reír-. No, tú no tienes que asistir, pero habrá muchos brindis por tu buena salud y por la de tu hija -dijo. Se volvió hacia mí una última vez mientras abría la puerta-. Enhorabuena, Rhea. ¡Deja que sea el primero en desearte felicidad y salud para tu hija!
Oí que le decía a ClanFintan que podía pasar. Mi marido todavía tenía una expresión de angustia cuando se acomodó a mi lado, en el colchón.
– ¿Qué es, mi amor? ¿Qué te ocurre?
– ¡Tú! -exclamé, con una risita que rayaba la histeria.
Él frunció el ceño con desconcierto.
– ¿Yo? ¿Te he causado algún daño?
Yo le acaricié la mejilla.
– No me has causado ningún daño, lo que pasa es que me has fecundado.
Parpadeó dos veces, y finalmente pareció entenderlo todo.
– ¡Una hija! -exclamó, y su voz grave estaba llena de alegría-. ¡Vamos a tener una hija!
– Sí…
ClanFintan me besó las palmas de las manos varias veces, y después se inclinó hacia mí para besarme en los labios.
– Aj -dije yo, apartando la cara-. Huelo a vómito.
– No me importa.
– A mí sí.
Él se echó hacia atrás y me observó con atención.
– Rhea, ¿no estás contenta?
– Sí, pero al mismo tiempo estoy asustada -respondí sin pensar.
Entonces, él me abrazó.
– No tengas miedo. Epona siempre cuidará de los suyos.
Yo apoyé la mejilla en el cuero de su chaleco, y murmuré mis miedos.
– No quiero herir tus sentimientos, pero ¿qué voy a tener?
Él permaneció en silencio, y yo me mordí el labio. Amaba a ClanFintan y no quería causarle dolor, pero él era parcialmente un caballo, y era el padre de mi hija. No podía evitar estar preocupada por la mezcla de nuestros genes, sobre todo teniendo en cuenta que en aquel mundo no había epidurales ni cesáreas.
– Tendrá tu forma, Rhea.
– ¿Y si tiene la tuya? -susurré yo.
Él se detuvo un instante, y después dijo en voz baja:
– Mi corazón, Rhea. Nuestra hija tendrá mi corazón.
Yo lo abracé mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.
– Entonces, lo tendrá todo.
Posó sus labios cálidos sobre mi cabeza, y después se levantó y me tomó en brazos.
– Oh, por favor, no me hagas volver al salón, con toda esa comida y toda esa gente.
– No, voy a llevarte a tus baños. Esta noche voy a cuidar de ti y de nuestra hija.
Me sonrió mientras abría la puerta de nuestra habitación y salía hacia el pasillo para dirigirse a mis baños privados.
Los guardias que custodiaban la puerta se cuadraron al vernos, me saludaron y dijeron:
– ¡Bendita sea vuestra hija, lady Rhiannon!
Para estar en un mundo en el que no había televisión ni Internet, las noticias se sabían muy rápidamente.
Sonreí con picardía por encima del hombro de ClanFintan y les guiñé un ojo.
– ¡Gracias, chicos!
No conocía a mis guardias, y lo digo en el sentido bíblico de la palabra, como los conocía la auténtica Rhiannon, pero los apreciaba.
– No los animes -me regañó ClanFintan, afablemente.
– Pronto voy a estar tan gorda y embarazada que ni me mirarán.
– Mmm -comentó él con elocuencia, y me depositó delicadamente junto al borde de la piscina de aguas termales.
Uno de los muchos beneficios de ser la encarnación de una diosa era tener una plétora de ninfas entusiastas que consideraban que el hecho de servirme era un honor, además de un deber, y que me mantenían en medio de un lujo antiguo. Eso significaba que yo tenía el mejor vino, la mejor comida, las mejores joyas, la mejor ropa, los mejores caballos, los mejores guerreros… y así sucesivamente, aunque no tuviera televisión, ni teléfono, mi ordenador, ni coche. A cambio, tenía que ocuparme de la salud espiritual del pueblo de Epona. Presidía las ceremonias, con los pechos al descubierto, eso sí, cosa a la que me había costado un poco acostumbrarme, sobre todo cuando había empezado a hacer frío. Era una especie de líder, y tenía que hacer todo lo que mi diosa me pidiera de la mejor manera posible.
Estaba segura de que era muy buen trato, porque también incluía el hecho de tener unos baños opulentos que siempre estaban preparados para que yo los usara.
– Deja que te ayude con eso… -dijo ClanFintan, y apartó mis manos sucias de vómito para quitarme el broche de diamantes que me sujetaba la túnica por debajo del hombro-. ¿Un broche nuevo? -preguntó, mientras observaba la réplica diminuta de sí mismo.
– Sí, lo he estrenado hoy. ¿Te gusta?
– Lo que me gusta es que descanse cerca de tu pecho.
– Esa forma de hablar, si mal no recuerdo, es la culpable de que haya llegado a esta condición -le dije, y le aparté la mano con unas palmaditas juguetonas y cariñosas.
– Había sospechado que en tu antiguo mundo no había tanta cultura como en éste, pero si piensas que es hablando como te he fecundado, entonces deberíamos…
Sin decir nada, volví a darle unas palmaditas, y entonces la tela de mi túnica se deslizó por mi cuerpo, dejando a la vista el pecho al que él se había referido. Vi cómo cambiaba la expresión de su rostro cuando estiró una mano y me tocó el seno.
– Ya está diferente. Tus pechos están más llenos, son más sugerentes.
Me pareció que su voz era hipnótica mientras posaba ambas manos sobre mis costillas, y me acariciaba suavemente.
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