– Eh… yo…
Todos quedaron en silencio mientras yo los miraba, y durante un instante, tuve la sensación de que veía algo oscuro detrás de aquel grupo jubiloso. Algo que permanecía allí, que observaba y esperaba, pero que desapareció cuando intenté mirarlo directamente. Carraspeé de nuevo, y sacudí la cabeza.
– Yo… eh…
Miré a mi alrededor hasta que encontré a Alanna. Estaba abrazada a su marido, pero me estaba mirando a mí. Tenía los labios fruncidos, y su expresión se volvió confusa al advertir mis titubeos.
Comencé de nuevo.
– Me gustaría invitaros a todos a que os unáis a nosotros, a todos los sirvientes de Epona y a sus familias, en la fiesta que vamos a celebrar para nuestros valientes guerreros -dije. La fuerza de mi voz aumentó a medida que hablaba-. ¡Por favor, compartid con nosotros la alegría de su regreso con vino y comida!
La multitud aplaudió y gritó de alegría, y nos siguió hacia el Gran Salón. Al mismo tiempo, ClanFintan se volvió hacia mí y me dejó suavemente en el suelo, junto a él. Seguimos avanzando hacia la entrada tomados del brazo.
– ¿Estás bien, Rhea? -me preguntó en voz baja.
– Sí, estoy bien -dije, intentando sonreírle. Sin embargo, sentí otra ráfaga de náuseas que me dejó débil y sudorosa.
Los guerreros que custodiaban la puerta se cuadraron para saludar cuando me acerqué. Abrieron las puertas y los olores y visiones del Gran Salón escaparon e invadieron nuestros sentidos, dándonos la bienvenida.
ClanFintan me acompañó hasta nuestros asientos, que siempre me recordaban a la antigua Roma. Él se acomodó en uno de los divanes y me señaló el otro con un gesto de la cabeza. Como de costumbre, nos reclinamos para comer, como hacían los romanos, menos la parte de hartarse, vomitar, volver a hartarse, etcétera. Las cabeceras de nuestros divanes se tocaban, y había una mesilla estrecha junto a ellos. Yo sonreí a ClanFintan, con una ligera incomodidad por el modo tan intenso en que me estaba observando. Entonces, todo el salón quedó en silencio, y yo comencé la bendición. Tomé aire y me relajé. No sólo estaba acostumbrada a hablar en público para enseñar, o para reprender, o para lo que fuera, sino que me gustaba.
– Te damos las gracias, Epona, por el regreso de nuestros valientes guerreros.
Oí un murmullo de asentimiento entre la multitud, y continué.
– Sólo tengo que cerrar los ojos y, en la memoria, veo las dificultades a las que nos hemos enfrentado esta pasada estación. Sin embargo, nuestra diosa estuvo con nosotros, como siempre. Oímos su voz en el sonido de la lluvia, y en el canto de los pájaros. Está en el ritmo de la luna, en el soplo de la brisa, en el olor dulce y vivo de la tierra. El cambio de las estaciones nos recuerda que las bendiciones no vienen solas, sino en una mezcla, y algunas veces, debemos saber encontrarlas como a gemas entre la arena. Esta noche, damos las gracias por nuestras gemas.
Mis últimas palabras resonaron contra los muros del Gran Salón:
– ¡Ave, Epona!
Entonces, sonreí a mi maravilloso público y me dejé caer, con gratitud, sobre el asiento. Todos comenzaron a hablar entre sí.
– Por favor, tráeme una infusión y llévate este vino -le susurré a una de las sirvientas. Ella me miró con confusión, ¿y cómo iba a reprochárselo? Yo me estaba comportando muy extrañamente. Sin embargo, la muchacha obedeció sin preguntar nada.
– ¿Qué te ocurre, Rhea?
Aunque me habló en voz baja, la preocupación de ClanFintan era evidente, y muchas de las personas que nos rodeaban, incluida Alanna y su marido Carolan, me miraron también.
– Oh… -yo intenté restarle importancia-. Es que he tenido mal el estómago, y no acaba de curárseme -dije, mirando a mi marido con una sonrisa-. Es casi tan obstinado como yo misma.
Algunos de los que nos escuchaban se rieron. Yo me di cuenta de que ClanFintan, Alanna y Carolan no estaban entre ellos.
– Estás pálida -dijo él-. Y delgada.
– Bueno, una nunca puede ser demasiado rica ni estar demasiado delgada -dije.
Entonces, él emitió un resoplido que sonaba casi equino.
El sonido de unos platos devolvió nuestra atención a la mesa. Estaban sirviéndonos un guiso de pollo con salsa de mantequilla y ajo. Cuando percibí el olor, tuve que apretar los labios y tragar saliva.
Disimuladamente, tomé del brazo a la sirvienta.
– Llévate esto y tráeme… arroz. Arroz blanco.
Ella parpadeó de la sorpresa.
– ¿Sólo arroz, mi señora?
– Sí, y un poco de pan -respondí yo, intentando sonreír.
– Sí, mi señora.
Ella se alejó rápidamente, y yo volví a encontrarme con la mirada de preocupación de mi marido. Antes de que pudiera comenzar a interrogarme otra vez, le hice una pregunta para cambiar de tema.
– Bueno, cuéntame. Quiero enterarme de todo -dije, y le di un sorbito a la infusión que me habían llevado, rogando que mi estómago se calmara-. ¿Cómo se ha instalado la gente en el Castillo de la Guardia y en el Castillo de Laragon? ¿Encontrasteis a algún superviviente Fomorian?
– Rhea, he enviado informes semanales para mantenerte al día.
– Lo sé, amor mío, pero eran informes escuetos. Quiero detalles -dije, y sonreí con gratitud a la sirvienta que depositó ante mí un plato de arroz humeante.
– Como desees -dijo él, y entre bocados de aquella comida que parecía tan deliciosa, pero que a mí me provocaba náuseas, comenzó un resumen de los pasados meses. Mientras ClanFintan hablaba, yo seguí mirándolo mientras me metía pequeñas cucharadas de arroz en la boca y tomaba sorbitos de té-. Como las cuadrillas de trabajo habían limpiado y reconstruido ambos castillos, los nuevos habitantes se instalaron con facilidad… Tenemos que agradecerles a Thalia y al resto de las Encarnaciones de las Musas que ayudaran en el asentamiento de Laragon. Muchas de las estudiantes que estaban a punto de graduarse se ofrecieron voluntarias a quedarse allí para que los nuevos guerreros y sus familias se instalaran cómodamente -explicó, y sonrió-. Creo que varias de las jóvenes discípulas de las Encarnaciones de la Musas no volverán al Templo de la Musa.
El Castillo de Laragon estaba situado cerca del gran Templo de la Musa, que era una universidad femenina de Partholon. Las jóvenes más excepcionales de todo el territorio se educaban allí de la mano de las nueve Encarnaciones de las Musas. Las mujeres que se formaban allí eran las más respetadas de Partholon. No era de extrañar que los guerreros hubieran tenido poca dificultad a la hora de instalarse en Laragon.
– Sin embargo -continuó ClanFintan con una expresión sombría-, las mujeres que iban a instalarse en el Castillo de la Guardia estaban muy inquietas, al principio, por el hecho de tener que vivir allí. Ése es el motivo por el que decidí retrasar varias semanas la marcha de nuestras tropas. Después de las atrocidades que se cometieron en aquel castillo, era natural que los nuevos ocupantes se sintieran vulnerables.
Sus palabras me produjeron un escalofrío, porque recordaba muy bien las atrocidades a las que se refería. Poco después de mi llegada por Partholon, una raza de humanoides vampiros llamados Fomorians comenzó una invasión para subyugar y destruir a la gente de este mundo. Quizá el aspecto más horrible de su invasión fue que los Fomorians masculinos capturaban, violaban y fecundaban a las mujeres humanas. Las mujeres, llegado el momento, parían criaturas mutantes que eran más demonios que humanos. Con su poder, Epona me había enviado en un viaje espiritual a presenciar uno de aquellos partos, y en aquel momento, al recordarlo, me estremecí. Es suficiente decir que la madre humana no sobrevivió al nacimiento. Los Fomorians consideraban a las mujeres como incubadoras vivientes desechables para su prole.
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