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P. Cast: Diosa Por Elección

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P. Cast Diosa Por Elección

Diosa Por Elección: краткое содержание, описание и аннотация

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada… Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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Por un instante, sentí una oleada de tristeza, no sólo porque mi amado padre estuviera en otro mundo, sino porque su reflejo en éste, El MacCallan, el padre de Rhiannon, hubiera sido brutalmente asesinado no mucho después de mi llegada. El poder de mi diosa me había permitido presenciar su muerte para que yo pudiera advertir a este mundo de la invasión del mal. Mi mente me decía que el hombre cuya muerte yo había presenciado no era en realidad mi padre, pero el corazón me susurraba otra cosa. El MacCallan había sido un guerrero y un gran líder. Mi padre también era un líder de hombres, principalmente hombres jóvenes. Su campo de batalla era el campo de fútbol. Yo no podía evitar establecer un vínculo con el hombre muerto que tanto se parecía a mi padre.

– Algunas veces es muy desconcertante -dije mientras me levantaba y le daba una palmadita a la urna.

Aquélla no era la tumba de El MacCallan. Él yacía con sus hombres en las ruinas calcinadas del Castillo de MacCallan. Yo había sentido la necesidad de erigir aquel monumento en su memoria, para mostrarle el respeto que hubiera mostrado a la memoria de Richard Parker.

Había aprendido muchas cosas sobre Rhiannon que me mortificaban y me avergonzaban, pero el amor que sentía por su padre no era una de ellas. Ahora disfrutaba del estatus de lady Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Partholon, Amada de Epona y Encarnación de la Diosa. Y suponía que ella estaba disfrutando del hecho de ser una profesora de instituto público mal pagada en Oklahoma.

Al pensarlo me eché a reír, mientras caminaba de vuelta al Templo de Epona.

– Sí -susurre con sarcasmo-. Quedó patente lo mucho que está disfrutando de su cambio de estatus cuando intentó intercambiar de nuevo su lugar conmigo hace unos pocos meses.

Al recordar aquello se me borró la sonrisa de los labios. Aunque yo no hubiera nacido en aquel mundo había forjado vínculos muy fuertes en él. Partholon se había convertido en mi hogar; aquella gente era mi gente, y Epona era mi diosa. Cerré los ojos y le envié una plegaria. «Epona, por favor, ayúdame a quedarme».

Se me encogió el estómago y tuve que tragar saliva. Quizá fuera eso lo que me estaba ocurriendo. Quizá Rhiannon hubiera retomado sus viejos trucos y estuviera intentando llevarme de vuelta a Oklahoma, para que pudiera volver a Partholon, y aquella sensación inquietante era una advertencia que me hacía Epona para que yo mantuviera los ojos abiertos. Sólo el hecho de pensar en perder Partholon, a mi marido, y la gente a la que había llegado a querer allí, fue suficiente para provocarme otra oleada de náuseas. Estaba harta de sentirme así. Me estremecí de nuevo al notar un soplo de brisa fría en las mejillas, y me envolví bien en la capa. Pensé en aquella oscuridad extraña y el movimiento que no podía dejar de imaginar. Parecía que había comenzado a tener alucinaciones.

Estupendo; mi marido se ausentaba por espacio de un mes, se iba para asegurarse de que las tierras se estaban recuperando de la batalla, y yo me volvía completamente loca.

Erguí los hombros y me repetí que Rhiannon estaba en Oklahoma. Yo estaba aquí, en Partholon, y así era como iban a continuar las cosas. Tendría que prestar atención a las situaciones extrañas, eso era todo. Y en cuanto a la sensación que tenía en el estómago… bueno… seguramente sólo era una gripe, combinada con un caso grave de tristeza por la ausencia de mi flamante marido. De todos modos, él iba a llegar a casa cualquier día de éstos.

Al menos, eso fue lo que me dije mientras hacía caso omiso de las sombras nocturnas. Me dirigí hacia las luces del templo, silbando una canción alegre. Bien alto.

Capítulo 2

Por desgracia, al día siguiente no me sentía mejor.

– ¡Oh, qué asco! -exclamé, y escupí y un pedazo de fresa cubierta de chocolate en la mano-. Está mala.

Olfateé con desconfianza lo que tenía en la palma de la mano. Parecía un pedazo de carne cruda. Miré a mi amiga Alanna. Ella conocía a todos y lo sabía todo de Partholon, lo cual me ayudaba a parecer menos un bicho raro y más la Encarnación de una Diosa de verdad.

– Creo que está podrida.

Después de pasar otra noche en vela, lo que menos necesitaba era un episodio de envenenamiento para mi estómago enfermo.

Alanna eligió una fresa diferente de la bandeja, la olisqueó y después la mordió cuidadosamente.

– Mmm… -murmuró. Se relamió los labios y me miró con satisfacción-. Debe de ser sólo esa. Esta otra sabe muy bien -dijo, y se metió el resto de la fruta en la boca.

– Era de esperar -protesté yo-. La que yo he elegido es la única podrida de toda la bandeja.

Miré por la bandeja hasta que encontré una fresa especialmente bonita, y la mordí.

– ¡Puaj! -el pedazo de fruta se unió a lo que yo ya tenía en la mano-. ¡Ya está bien, esto es ridículo! Esta también es repugnante -afirmé, y le ofrecí la parte que no había mordido a Alanna-. Por favor, pruébala y dime que no estoy loca.

Alanna, que era una buena amiga y, casualmente, la persona que estaba a cargo de organizar la inminente fiesta de celebración, tomó la fresa, la olisqueó también y le dio un mordisquito en un lado. Yo esperé a que su expresión cambiara y a que ella escupiera la fresa.

Y esperé.

Y esperé.

Tragó y me miró con sus enormes ojos.

– No me digas que sabe bien.

– Rhea, sabe bien.

Me devolvió la fresa. Yo me estremecí.

– Eh, no, quédatela.

– Es evidente que todavía no estás bien -me dijo Alanna, con una mirada de preocupación-. Me alegro de que Carolan vuelva con ClanFintan esta noche. Este malestar de estómago tuyo ya está durando demasiado.

Sí, yo estaba deseando que nuestro médico me explorara, sin penicilina, sin análisis de sangre, sin rayos equis, etcétera. Por supuesto, no podía compartir mis temores con Alanna, no sólo porque Carolan fuera el doctor jefe de aquel mundo, sino también porque era su marido.

Una pequeña ninfa sirvienta se acercó a mí.

– Mi señora… -dijo, e hizo una reverencia adorable-. Permitidme que os limpie la mano.

– Gracias -dije, y tomé el paño húmedo que me ofrecía-, pero creo que puedo limpiarme yo misma.

Antes de que pudiera lanzarme una mirada que dijera que yo había aplastado su pequeño ego, añadí:

– Te agradecería mucho que me trajeras algo de beber, por favor.

– ¡Oh, sí, mi señora! -respondió la muchacha, con una sonrisa de placer.

– Trae una copa para Alanna también -le grité cuando, literalmente, atravesó corriendo la habitación para cumplir mis órdenes.

– ¡Por supuesto, mi señora! -respondió por encima del hombro antes de salir por la puerta que conducía hacia la cocina.

Algunas veces, era muy agradable ser la Encarnación de la Diosa y la Amada de Epona. Bueno, tenía que admitir que era más que agradable. Estaba rodeada de opulencia y era muy querida por el pueblo. Disponía de multitud de sirvientas cuyo único propósito en la vida era satisfacer todas mis necesidades, por no mencionar que tenía armarios llenos de ropa exquisita y cajones rebosantes de joyas. Muchas joyas.

Admitámoslo, estaba viviendo muy por encima de las posibilidades del salario de una profesora de inglés de un instituto de Oklahoma. Toda una sorpresa.

Terminé de limpiarme la mano y, cuando miré a Alanna, me di cuenta de que ella me estaba observando con suma atención.

– ¿Qué? -mi tono decía que estaba exasperada.

– Últimamente estás muy pálida.

– Bueno, yo también me he sentido pálida -me di cuenta de que estaba de mal humor, e intenté sonreír y hablar en un tono más ligero-. No te preocupes por eso, sólo debo de tener un poco de… de… -pensé en Shakespeare- unas fiebres -terminé por fin, satisfecha con mi dominio de la lengua vernácula.

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