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P. Cast: Diosa Por Elección

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P. Cast Diosa Por Elección

Diosa Por Elección: краткое содержание, описание и аннотация

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada… Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– Estás maravillosa -dijo Alanna-. Pálida, pero maravillosa.

– Gracias, mamá -respondí, y le hice un poco de burla.

En aquel momento la ninfa Noreen llamó a la puerta del baño y nos avisó de que los guerreros habían llegado a la colina oeste. Alanna me ayudó a colocarme la capa de armiño, se envolvió en una capa similar, y las dos nos pusimos en camino. Yo tenía el corazón acelerado de impaciencia. Rápidamente, recorrimos mi pasillo privado, que conducía al patio principal interior del templo de Epona. Uno de mis guerreros abrió la puerta, y salimos al patio, que estaba abarrotado de gente.

– ¡Ave, Epona!

– ¡Bendita seáis, lady Rhiannon!

– ¡Bendita sea la Elegida de Epona!

Yo sonreí y saludé alegremente a todas las doncellas y los guardias que me abrieron paso a través del patio, hacia la fuente del caballo, llena de agua mineral, y hacia la muralla de mármol que rodeaba al tempLo. A la salida de la puerta principal había otra multitud de gente que se había reunido para dar la bienvenida a los guerreros.

El Templo de Epona estaba erigido sobre una meseta, y la entrada al templo estaba orientada hacia el oeste. Yo alcé la vista y sentí que mi corazón daba un salto en respuesta a aquella magnífica panorámica. El sol de poniente había teñido el cielo de violetas y rosas, que se convertían en azul zafiro intenso cerca del horizonte. Contra aquel asombroso fondo se recortaba la silueta de los guerreros. El ejército se movía como uno solo, como una marea líquida de fuerza y elegancia. Los abalorios de los chalecos de cuero de los centauros brillaban con el movimiento de sus largas zancadas. Las bridas de los caballos de los humanos lanzaban dardos brillantes de color bajo la luz débil del anochecer. Galopaban en perfecta formación, y el estandarte de Partholon, una yegua plateada encabritada con un fondo púrpura, restallaba y se ondulaba sobre ellos.

Cuando llegaron a la zona que rodeaba el Templo de Epona, el ejército ejecutó una maniobra de flanqueo. Se separaron en dos columnas y rodearon a la muchedumbre de espectadores, que los esperaba con impaciencia entre vítores de bienvenida.

Ante mis ojos, mi marido centauro rompió filas y cabalgó rápidamente hacia mí. Yo me aparté de la cabeza los pensamientos tristes de aquel día y contuve una oleada de náuseas. Erguí los hombros para parecer una diosa de verdad y di un paso adelante, hacia mi marido. Mientras él se acercaba, los vítores se convirtieron en un silencio expectante.

ClanFintan llegó a mi lado rápidamente, pero me pareció que el tiempo quedaba suspendido mientras mis ojos se llenaban con su visión. Se movía con la elegancia y la fuerza únicas de su especie, los centauros. Eran, quizá, las criaturas más exquisitas que yo había visto en la vida. Y mi marido era un príncipe entre ellos. Era muy alto. Su torso humano superaba con mucho mi metro setenta de estatura. Tenía el pelo oscuro y liso, como el de los conquistadores españoles, y lo llevaba recogido en una coleta gruesa de la cual escapaban unos cuantos mechones que jugueteaban alrededor de su rostro bien definido. Al verlo después de meses de ausencia, con ojos nuevos, me asombré de lo mucho que me recordaba a Cary Grant, con sus pómulos marcados y una hendidura profunda y romántica en la barbilla.

Paseé los ojos por su cuerpo, y en mis labios se dibujó una sonrisa de satisfacción al ver su torso musculoso, que el chaleco tradicional de los centauros dejaba medio descubierto. Como yo ya sabía, la temperatura corporal de los centauros era varios grados más alta que la de los humanos. Obviamente, el aire frío no iba a molestarle. Y, no por primera vez, admiré su cuerpo.

De la cintura humana para abajo, su cuerpo era el de un semental musculoso. Tenía un pelaje castaño brillante. Aquel color intenso se convertía en negro en las patas y en la cola. A cada paso, sus músculos se ondulaban y se tensaban. Cuando se acercó, me pareció muy poderoso y, de repente, muy ajeno.

Se detuvo frente a mí y me empequeñeció con su presencia física. Yo tuve que contenerme para no dar un paso nervioso hacia atrás. Mis ojos se elevaron rápidamente desde su cuerpo hasta su mirada.

ClanFintan tenía los ojos grandes y un poco rasgados, casi asiáticos. Eran del color de una noche sin estrellas, tan negros que no se le distinguían las pupilas. Me vi atrapada en aquella oscuridad, y la náusea que había tenido antes volvió a despertárseme en la garganta.

De repente, recordé cuál había sido mi primera reacción al saber que tenía que mantener relaciones íntimas con aquel ser asombroso. Me había sentido muy inquieta, incluso después de saber que él podía adoptar la forma humana a voluntad.

Entonces, ClanFintan sonrió, y las arrugas de sus ojos formaron un dibujo familiar. Me tomó la mano, le dio la vuelta y se la llevó a la boca para besármela suavemente. Mientras sus labios todavía tocaban mi piel, me miró a los ojos y, juguetonamente, me mordió la parte carnosa de la palma con delicadeza.

– Ave, Amada de Epona -me dijo con una voz profunda y grave que se extendió entre la multitud-. Tus guerreros y tu esposo han regresado.

Aquellas palabras fueron como un bálsamo, y su tono me reconfortó por su afecto evidente. Pestañeé una vez, y mi inquietud se disipó. Aquél no era un extraño gigante. Era mi marido, mi amante, mi compañero.

– Bienvenido a casa, ClanFintan -dije. Como buena profesora, elevé la voz para que todo el mundo pudiera oírme-. Sumo Chamán, guerrero y esposo -dije, y me acerqué al calor de su abrazo, vagamente consciente de que la multitud prorrumpía en vítores otra vez.

– Te he echado de menos, amor mío -me dijo, y su voz resonó por todo mi cuerpo cuando se inclinó para capturar mis labios.

El beso fue breve y fuerte. Antes de que pudiera devolvérselo con el entusiasmo que hubiera querido, él me agarró por la cintura y me sentó en su lomo. Entonces, todo el mundo comenzó a moverse a nuestro alrededor, las familias y los amigos saludando a los guerreros que llegaban. Todos entramos al patio central del Templo de Epona. Por el rabillo del ojo atisbé un pelo rubio platino, y volví la cabeza justo a tiempo para ver a mi amiga Victoria aceptando el saludo sobrio de Dougal. Se quedaron el uno junto al otro, pero sin tocarse, dejando que la gente se moviera a su alrededor. A un desconocido le parecería que el rostro de belleza clásica de Victoria estaba sereno e impertérrito ante la presencia de Dougal. Sin embargo, yo había llegado a conocerla tanto como para saber que estaba ocultando sus emociones, porque como Jefa de la Cazadoras y abastecedora de su gente, aquello era lo adecuado. Sin embargo, no podía ocultar las emociones que transmitían sus ojos, y en aquel momento ardían con un deseo que ojalá Dougal pudiera leer tan bien como yo.

ClanFintan siguió avanzando con la multitud, y Victoria y Dougal desaparecieron de mi vista. Con un suspiro, apoyé una mano ligeramente en el hombro de mi marido, mientras saludaba a los guerreros a los que reconocía a nuestro alrededor. Me concentré en ser una diosa cordial. Eso, al menos, era algo familiar. Me había acostumbrado a representar a la diosa benevolente.

«No estás representando a nadie, Amada».

Aquellas palabras resonaron en mi mente, y yo me sobresalté como si hubiera recibido una descarga eléctrica. ClanFintan me miró alarmado, y yo le apreté el hombro para tranquilizarlo. Sin duda, mi cuerpo le estaba transmitiendo al suyo su tensión.

Hacía meses que Epona no hablaba conmigo, pero yo reconocí la voz de la diosa como si fuera la mía.

Entramos al patio, y ClanFintan se detuvo y se volvió para que quedáramos frente a la gente. Me miró brevemente y cubrió mi mano con la suya.

Yo carraspeé, intentando concentrarme.

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