James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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– Sí. Lo cual debe sentarle a usted como un tiro.

– Con franqueza, no lo sabe bien, teniente. Y ahora, sorpréndame o anticípeme. Dígame algo que no sepa.

Le di unos golpes en el chaleco con la punta del índice. Fuerte.

– Johnny Duhamel ha muerto. Es el cadáver desconocido de la oficina de un sheriff cerca de Compton, y creo que usted y Duhamel estaban juntos en algo sucio. Usted me está echando encima a los Kafesjian, y eso guarda relación con Duhamel. Estos días no tengo la cabeza muy clara y estoy llegando a un punto en que voy a joderle por ello.

Exley retrocedió un paso.

– Quedas apartado de Homicidios y a cargo de esta investigación. Puedes hacer lo que quieras, menos acercarte a los Kafesjian.

Campanillas en la calle. Furgonetas de helados.

34

Camino de la oficina. Un semáforo en rojo en Tercera y Normandie. Unos Plymouth me cortaron el paso y me encajonaron.

Cuatro coches. Agentes federales salieron en tropel apuntando sus armas. Por la radio, muy alto:

– Está usted detenido. Salga con las manos en alto.

Corté el motor, puse el freno, obedecí. Leeento: manos en el techo, brazos separados.

Inmovilizado/cacheado/esposado. Los gilipollas de corte de pelo militar, encantados. Milner me picó:

Reuben Ruiz ha dicho que te vio empujar a Johnson.

Tres hombres registraron mi coche. Un tipejo enjuto inspeccionó la guantera.

– Milner, mira. ¡Esto parece caballo blanco!

Jodido Ruiz, soplón mentiroso.

Heroína restregada en mis narices.

El edificio Federal, en el centro. Escaleras arriba, esposado. Empujado a un despacho…

Cuatro paredes empapeladas; líneas de gráficos visibles debajo.

Noonan y Shipstan, esperando.

Milner me sentó; Shipstad me quitó las esposas. Mi droga pasó de federal en federal; coro de silbidos. Noonan:

– Una lástima que Junior Stemmons haya muerto. Podría haber sido su coartada para lo de Johnson.

– ¿Quiere decir que usted sabe que Ruiz miente? ¿Usted sabe que Ruiz dormía cuando Johnson saltó?

– Esa bolsa de polvos blancos no lleva ninguna etiqueta que la identifique como prueba policial, teniente -Shipstad.

– Me parece que el teniente está enganchado -Milner.

– Stemmons sí que lo estaba, desde luego -su compañero.

Noonan se aflojó el nudo de la corbata. Sus subordinados salieron.

– ¿Quiere examinar la orden de detención, señor Klein? -Shipstan.

– Tendremos que corregirla para añadir violación de las leyes federales sobre narcóticos -Noonan.

Apunté una conjetura:

– Ha conseguido esa orden de un juez amistoso. Usted le ha dicho a Ruiz que mienta; cuando hayan terminado conmigo, podrá retractarse. Usted le ha contado al juez lo que se proponía. Lo que tiene es una orden federal en base a una inventada violación de derechos civiles, no un acta de Acusación por homicidio de California, porque ningún juez del Tribunal Superior la firmaría.

Noonan:

– Bueno, eso ha conseguido su atención, teniente. Y, por supuesto, tenemos pruebas concluyentes.

– Suélteme.

– He dicho «concluyentes».

Shipstad:

– Poco después de cuando le soltamos a usted, a primera hora de la mañana, dejamos salir a Abe Voldrich para ocuparse de unos asuntos personales. Esta tarde le han encontrado muerto. Ha dejado una nota de suicidio, que un grafólogo ha determinado que fue escrita bajo coacciones físicas. Voldrich había accedido a declarar como testigo federal en todos los temas relativos a la familia Kafesjian y a esta investigación por robo quizá marginal que llevaban a cabo usted y el difunto sargento Stemmons. Un agente pasó por casa de Voldrich para recogerle y continuar los interrogatorios y le encontró.

Noonan:

– El agente Milner recorrió el barrio buscando información. Un Pontiac coupé azul pólvora del 56 fue visto aparcado junto a la casa hacia la hora aproximada de su muerte.

– ¿Le mató usted? -Shipstad.

– Usted tiene un coche verdeazulado, ¿verdad? -Noonan.

– Y usted sabe que yo no lo hice. Sabe que han sido Tommy y J.C. Sabe que tengo un Dodge azul marino del 55.

– Los Kafesjian tienen una coartada excelente para el momento de la muerte de Voldrich -Shipstad.

– Estaban en casa, bajo vigilancia federal permanente.

– Entonces, contrataron a un profesional.

– No, el teléfono estaba intervenido -Shipstad.

– Y lo estaba desde antes de que cogiéramos a Voldrich -Noonan.

– ¿Qué más hablaron por teléfono?

Shipstad:

– Diversos asuntos. Nada relacionado con ese Richie en que parecía tan interesado anoche, Klein.

Reflexioné: Sin novedades de Herrick, sin pistas sobre la matanza de South Arden.

– Al grano, Noonan. ¿Dónde está la «prueba concluyente»?

– Antes, su valoración de la situación, señor Klein.

– Usted se propone llevar tres testigos ante el gran jurado. Yo soy uno, otro acaba de morir y el tercero es ese presunto testigo sorpresa, clave para la acusación. Ahora le falta un hombre, de modo que apostará el doble a mi número. Ésta es mi opinión, y ahora oigamos su oferta.

– Inmunidad en la muerte de Johnson -respondió Noonan-. Inmunidad en todos los posibles cargos criminales que se le puedan hacer. Garantía escrita de que no se iniciará ningún embargo contra usted si se revelara que ha tenido ingresos no declarados como resultado directo de conspiraciones criminales en las que usted haya tomado parte. A cambio de esto, usted accede a someterse a custodia federal y a testificar ante un tribunal público sobre lo que conozca de la familia Kafesjian, su historia con el LAPD y, lo más importante de todo, su propia declaración de tratos con el crimen organizado, excluido Mickey Cohen.

Una luz encendida: Mickey, testigo principal.

Reflejo instantáneo; Mickey, nunca.

– Es un farol, supongo.

Shipstad desgarró el papel que cubría las paredes. Pilas de papel rasgado; debajo, columnas y gráficos.

Me puse en pie. Cifras y letras en negrita, fáciles de leer.

Columna uno: nombres y fechas, los tipos eliminados.

Columna dos: mis transacciones de propiedades, detalladas. Fechas correctas. Sobornos a la Oficina de Bienes Inmuebles, cinco mil dólares cada uno: mi tarifa por contrato, invertida.

Columna tres: lista de receptores de sobornos. Detalle de los edificios de barrios bajos que me habían ofrecido tirados de precio. Fechas correspondientes: depósitos y liquidaciones.

Columna cuatro: declaraciones de impuestos de Meg 51-57. El dinero negro de mi hermana, anotado y documentado, para los sobornos a tasadores y firmantes de permisos.

Columna cinco: nombres de testigos. Sesenta y pico receptores de sobornos.

Nombres y números, latiendo. Noonan:

Muchos de los datos relativos a usted son circunstanciales y sujetos a interpretación. Los muertos de nuestra lista sólo son los que le adjudican los rumores de los bajos fondos, y esos cinco mil dólares que le llueven del cielo después de cada muerte son poco más que detalles circunstancialmente seductores. Lo importante es que usted y su hermana son procesables por siete delitos de fraude a la Hacienda Federal.

Shipstad:

– He convencido al señor Noonan de que amplíe el acuerdo de inmunidad a su hermana. Si accede, Margaret Klein Agee quedará exenta de cualquier cargo federal.

– ¿Qué responde? -Noonan.

– ¿Klein? -Shipstad.

Tictac de reloj, latidos del corazón. Se me había pasado algo por alto.

– Quiero cuatro días de plazo antes de someterme a la custodia. Y quiero un mandamiento federal para acceder a las cajas de seguridad de Junior Stemmons en el banco.

Shipstad, picando el anzuelo:

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