James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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El capitán:

– El cartero nos llamó. Tenía un paquete de entrega especial y quería dejarlo en la puerta de servicio. Los perros no ladraron como era habitual y el hombre vio sangre en la ventana.

– ¿Los ha identificado?

– Sí. Un padre y sus dos hijas. Phillip Herrick, Laura y Christine. La madre murió; según el cartero, se suicidó hace unos meses. Tápese la nariz cuando…

Dentro. Lo huelo: sangre. Flashes de fotógrafos, trajes grises. Me abrí paso entre ellos.

El suelo del vestíbulo: dos pastores alemanes muertos, destripados, rezumando espuma por la boca. Cerca, unas herramientas: pala/tijeras de jardinero/horquilla, ensangrentadas.

Pedazos de carne/babas/regueros de vómitos.

Acuchillados, cortados y pinchados: entrañas amontonadas empapando una alfombrilla.

Me agaché y abrí a la fuerza las mandíbulas de los animales. Los presentes me miraron con asombro.

Trapos en la boca. Empapados en clorestelfactiznida.

D é j à vu: el 459 de Kafesjian.

Caminar/mirar/pensar; los policías de paisano me abrieron paso.

El pasillo delantero: discos rotos/cubiertas rasgadas. Discos de jazz navideños; confirmación de las cartas mamá-mirón.

El comedor:

Botellas de licor y retratos hechos pedazos; otra semejanza con el caso K. Fotos de familia: un padre y sus dos hijas.

Mamá al mirón: «Tus hermanas.»

Menciones a suicidio/confirmación de suicidio.

Estampida de policías de paisano. Voy tras ellos. El cuarto de herramientas.

Tres muertos en el suelo: un varón, dos hembras.

Detalles:

Disparos a los ojos, mejillas negras de la pólvora, agujeros de salida sanguinolentos.

Cojines destrozados sobre una silla: silenciadores de los disparos.

Cizallas, sierra de cadena, hacha: ensangrentadas, apoyadas en un rincón.

La alfombra, empapada y espumosa.

El hombre, con los pantalones bajados.

Castrado. Su pene, en un cenicero.

Las mujeres:

Acuchilladas/serradas/cortadas a cizalla. Con las extremidades colgando del cuerpo por jirones de piel.

Paredes embadurnadas de sangre, ventanas rociadas. Chiquillos asomándose.

Sangre de color rojo arterial en el suelo, el techo, las paredes. Agentes de paisano rezumando neurosis de guerra.

Una foto enmarcada, salpicada: papá de buen ver, hijas crecidas.

La familia del mirón.

«¡Jodeeer!»/«¡Dios mío!»/«¡Virgen Santísima!»

Di un rodeo evitando la sangre e inspeccioné los accesos. El pasillo de atrás, la puerta trasera, los peldaños: marcas de palanca, pedazos de carne, más babas.

Una zapatilla de tacón alto junto a la puerta.

Reconstrucción:

El tipo apalanca la puerta, entra con sigilo, arroja la carne y espera fuera.

Los perros huelen la carne, la comen, vomitan.

El tipo entra.

Dispara contra Herrick.

Encuentra las herramientas, mata los perros.

Las chicas llegan a casa, ven la puerta, entran corriendo.

Una pierde un zapato -herramientas esparcidas- y el tipo las oye.

LOOOCO: disparos/mutilaciones; las ventanas emplomadas amortiguan el ruido.

Homicidio/destrucción simbólica; probablemente, no robó nada.

Una suposición repentina: las chicas aparecieron inesperadamente.

Salí afuera: árboles, arbustos… Buenos escondites. Ningún reguero de sangre (probablemente, había cogido ropa limpia).

Agentes de uniforme y un cartero fumando un pitillo. Me acerqué a interrogarlos:

– ¿Los Derrick tenían algún hijo?

El cartero asintió.

– Richard. Se fugó de Chino hacia septiembre del año pasado. Estaba condenado por asuntos de drogas.

Mamá: «corresponsales en la misma ciudad»; Richie fugitivo lo explicaba. «Te impulsó a cometer una imprudencia»; Richie había escapado de Chino, cárcel de mínima seguridad.

Uniformados parloteando, nerviosos: Richie, su inmediato sospechoso: capturado/condenado/gaseado.

¿Richie, el asesino? NO. Un repaso minucioso:

Red Arrow Inn: el observatorio de mirón de Richie, asaltado. La cama hecha trizas… con la vajilla de los Kafesjian. Una cosa absolutamente segura: el asesino y el ladrón eran el mismo hombre. Confirmado por: botellas rotas/discos hechos pedazos/perros eliminados. Richie, observador pasivo; alguien le vigilaba y le presionaba. Tommy K., buscándole con insistencia. Jugar con una idea: Tommy, psicópata total, Tommy revuelve su propia casa y, ahora, ESTO.

Vuelvo adentro:

Gotas de sangre -oscuras, disolviéndose- en el pasillo principal, desde la puerta del cuarto de herramientas. Las sigo hasta el piso de arriba, rojo sobre rosa. Un cuarto de baño. Stop.

Agua en el suelo. La taza del retrete, llena. Un cuchillo flotando en agua con meados. En la ducha, agua rosa y coágulos de sangre con cabellos.

Reconstrucción:

Ropas ensangrentadas hechas trizas y arrojadas al retrete (el sumidero, atascado). Luego, ¿tal vez una ducha? Me acerco al colgador: una toalla húmeda.

Reciente. Muertos a la luz del día.

Inspección del pasillo: marcas de pisadas mojadas sobre la moqueta. Huellas fáciles, directas a un dormitorio.

Cajones abiertos, ropas desparramadas. Una cartera en el suelo: abierta, sin dinero.

Un permiso de conducir: Phillip Clark Herrick, EN. 14/5/06. La foto del carnet: «Un tipo» soso y bien parecido.

En los compartimentos interiores, una foto: Lucille, desnuda. Un permiso de conducir falso: Joseph Arden, los datos de Herrick, una dirección falsa.

Me asomé a la ventana: South Arden estaba acordonada. Una línea de uniformados mantenía a distancia a los periodistas.

Otros dormitorios…

Un pasillo, tres puertas. Dos, abiertas; alcobas de chica, intactas. La tercera puerta, cerrada: cargué con el hombro y saltó.

Lo supe al instante: la habitación de Richie, conservada.

Ordenada, apestando a naftalina.

Pósters de jazz.

Libros: biografías de músicos, teoría de saxo.

Pinturas de estilo infantil: Lucille suavizada, recatada.

Una foto de la graduación; el retrato robot del mirón, Richie perfecto.

Batir de puertas. Me asomo a la ventana: Asuntos Internos entrando en tropel.

Lucille, idealizada: una madonna.

Libros: sólo jazz.

Curioso, ningún manual técnico, y Richie sabía poner micrófonos ocultos.

Pasos apresurados. Exley ante mis narices, resollando:

– Debería estar abajo, teniente. -De nuevo, el trato formal-. Ray Pinker me ha hecho un resumen, pero antes quería su interpretación.

– No hay nada que interpretar. Ha sido Richie Herrick, o el tipo que irrumpió en su habitación del motel. Repase mis informes; verá que ya le mencionaba en ellos.

– Lo recuerdo. Y usted me ha estado evitando. Le dije que me llamara después de registrar el apartamento de Stemmons.

– No había nada que informar.

– ¿Dónde ha estado?

– Todo el mundo se empeña en preguntarme lo mismo.

– Ésa no es respuesta.

Sangre en el borde del ala del sombrero. Se acercó más. Yo:

– ¿Y ahora, qué? Y ésta sí que es una pregunta.

– Voy a dictar una orden de busca y captura contra Richard Herrick.

– Piénselo primero. Yo no creo que haya sido él.

– Me doy cuenta de que está usted esperando a que yo le pregunte. ¿Y bien, teniente?

– Y bien, creo que deberíamos detener a Tommy K. He recibido un buen soplo de que ha estado buscando a Richie Herrick. Richie sabe esconderse muy bien, pero Tommy le conoce a fondo. Tiene más probabilidades de encontrarle que nosotros.

– Ninguna aproximación directa a los Kafesjian. Y voy a dictar esa orden porque los Kafesjian están bajo vigilancia permanente de los federales, lo cual les coarta en parte su libertad de movimientos para buscar a Herrick. Además, esas muertes son noticia de primera página. Herrick las leerá y se volverá aún más furtivo. Sólo podemos controlar a la prensa hasta cierto punto.

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