– ¿Alto, bajo, gordo, flaco?
– Uno ochenta, quizás. De constitución normal, supongo que diría usted. Ojos azules, creo. El cabello, de un castaño medio, podría decirse.
Le enseñé el dibujo.
– ¿Se le parece?
– Demasiado joven. Aunque la barbilla me lo recuerda un poco.
Ruidos dentro. Susan dio otro respingo. Ojeada a sus revistas: Photoplay, Bride's.
– ¿Sabe qué son los álbumes de identificación?
– Ajá. De la tele. Fotos de criminales.
– ¿Querrá usted…?
– No. -Sacudidas de cabeza, rotundas-. Mire, señor, ese hombre no es ningún criminal. Podría pasarme mirando sus fotos hasta que este nuevo bebé mío cumpla los dieciséis, y no encontraría ahí su cara.
– ¿Mencionó si tenía un hijo llamado Richie?
– No hablamos mucho, pero en nuestra segunda cita, creo, dijo que su esposa acababa de intentar matarse. Al principio no le creí, porque muchos hombres le cuentan a una cosas tristes de su esposa para que una se compadezca y finja que lo pasa mejor.
– Dice que al principio no le creyó. ¿Qué fue lo que la convenció?
– Me contó que habían tenido una pelea hacía unas semanas, y que ella se había puesto a chillar y había agarrado un frasco de Dranos y había empezado a tomárselo. Él la había detenido y había ido a buscar a un vecino médico para no tener que llevarla al hospital. Créame, la historia era tan horrible que no podía haberla inventado, estoy segura.
– ¿Dijo si la mujer fue al hospital para seguir algún tratamiento?
– No. El médico vecino se ocupó de todo. Dijo que se alegraba de ello, porque así nadie sabría lo chiflada que estaba su esposa.
Un rastro agotado.
– ¿Le dijo el nombre de su esposa?
– No.
– ¿Y el de algún otro miembro de la familia?
– No. Seguro.
– ¿Mencionó a otras chicas que trabajaban para Doug Ancelet?
Gestos de asentimiento. Impacientes.
– Una de ellas tenía uno de esos apellidos extranjeros terminados en «ian». Me pareció que el hombre tenía…
– ¿Lacey Kartoonian?
– ¡Exacto!
– ¿Qué le dijo de ella?
– Que disfrutaba haciéndolo. Es una buena cosa para los clientes de un servicio de compañía. Cada fulano se cree el único capaz de lograr que una disfrute haciéndolo.
– Sea más concreta.
– Me dijo: «Hazlo como Lacey.» Yo le pregunté cómo lo hacía ella y él me contestó: «Disfruta haciéndolo.»
– ¿No mencionó que fuera esa Lacey quien le pasó la infección?
– No; eso fue todo lo que dijo. Y yo no llegué a conocer en persona a la chica, ni nadie me volvió a hablar de ella nunca más. Y si no fuera por ese nombre tan raro, no me habría acordado de ella en absoluto.
Conexiones cronológicas:
Navidades del 57: la madre del mirón, otra vez con el blues del suicida. Susan Glynn/Joseph Arden: citas en 9/56. La señora Arden, tomadora de Dranos; tratamiento privado. La policía daba carpetazo a los casos de suicidio. Arden, rico: si su mujer se suicidaba, cobraría por una cláusula legal extra.
Relación:
Cartas, cintas del mirón, Ancelet.
Frases:
Joseph Arden a Lucille: «esa infección que me pasaste.»
Mamá a Champ/mirón: «Tu padre me pasó lo que esa prostituta le había pasado a él.»
Conclusión:
El mirón había espiado a su propio padre follando con Lucille. Susan:
– Un centavo por sus pensamientos.
– No le gustarían.
– Hágame otra pregunta.
– Cuando trabajaba para la agencia, ¿conoció a una chica llamada Gloria Benson? Su verdadero nombre es Glenda Bledsoe.
Susan, con una sonrisa complacida:
– La recuerdo. Dejó a Doug para hacerse estrella de cine. Cuando leí que había firmado un contrato con Howard Hughes, me sentí muy contenta.
Comisaría de Wilshire. Espera, trabajo. Empolvé los sobres de las cartas mamá/mirón. Aparecieron dos huellas. Comprobé las de Jack Woods en los archivos. Coincidían: Jack había tocado la mercancía. Ninguna carta posterior a Navidad en el apartado de Correos; ¿por qué?
Llamé a Sid Riegle: comprueba suicidio/intentos de suicidio, mujer blanca, desde Navidad del 57. Supón que hay informe de conclusiones del forense; pregunta en la comisaría, brigada por brigada. Policía local y del condado. Buscar: marido, acomodado, edad mediana/hijo/hijas. Sid: te ayudaré en los ratos libres, nunca apareces por aquí, estoy llevando la sección por ausencia.
Llamé a las granjas Arden, un tiro a ciegas a ese alias de Joseph Arden. Intento nulo: ningún propietario/empleado apellidado Arden; el fundador, muerto, sin herederos.
Llamé a la comisaría de University (cuatro de la madrugada: en plena reunión del turno de noche). En comunicación abierta vía radio:
¿Alguien conocía a un tal Joseph Arden, cliente de prostitutas, varón blanco, nombre supuesto?
Un patrullero: «creo que fiché ese alias.» No recordaba el nombre real, el vehículo ni la descripción.
Joseph Arden, muerto de momento.
Un repaso al teletipo: ningún 187 de Topanga Canyon. Miciak, el alfiletero, descomponiéndose.
Cena: barras de dulce de una máquina expendedora. Ocupo una sala de sudar, espero.
Echo la silla hacia atrás y me invade una oleada de sueño. Medio dormido: el señor Tercera Persona dice hola.
El Red Arrow Inn. El mirón apalanca la puerta de Lucille. Las marcas de palanca en la puerta del mirón no correspondían.
El 459 de Kafesjian: perros guardianes degollados y cegados; los ojos, embutidos en la garganta.
El mirón sollozando, escuchando:
A Lucille con varios clientes… y con el padre del mirón.
El mirón, visiblemente pasivo.
El ladrón, visiblemente brutal.
La vajilla de plata robada, encontrada: la cama del mirón rasgada y acuchillada. Presunto autor: el propio mirón. Mi nuevo instinto: tercera persona/apalancador de la puerta = ladrón/destrozacamas =
Un loco distinto.
Medio soñando: gárgolas locas de sexo persiguiéndome. Medio despierto:
– Dos a la vez, teniente.
Un agente de paisano desconocido, haciendo entrar en la sala de interrogatorio a dos tipejos, uno blanco, otro moreno. El agente los esposó a las sillas, con las manos pegadas al asiento.
– El rubio es Patrick Orchard y el negro es Leroy Carpenter. Mi compañero y yo fuimos a casa de Stephen Wenzel y parece que la ha abandonado precipitadamente.
Orchard: enjuto, con granos. Carpenter: traje púrpura, la facha de moda entre los morenos.
– Gracias, agente.
– Encantado de servirle -una sonrisa-. Encantado de ganar unos cuantos puntos ante el jefe Exley.
– ¿Se les busca por algo?
– Desde luego. Leroy, por abandono infantil. Y Pat ha violado la libertad condicional en Kern.
– Si colaboran, les dejaré libres.
– Claro que sí. -El agente me guiñó un ojo.
Le devolví el guiño:
– Mire mañana en la lista de detenidos, si no me cree.
Orchard sonrió. Leroy dijo, «¡Vamos, hombre!» El agente de paisano, «¿Uh?» y se marchó, encogiéndose de hombros.
La hora del espectáculo.
Tanteé debajo de la mesa. Bingo: una porra sujeta con cinta adhesiva.
– Lo digo en serio, y esto no tiene nada que ver con vosotros. Tiene que ver con un policía llamado George Stemmons, Jr. Le vieron mientras os apretaba las tuercas a vosotros dos y a un tipo llamado Stephen Wenzel, y lo único que quiero de vosotros es que me habléis del asunto.
Orchard: labios secos, impaciente por cantar. Leroy:
– ¡A la mierda, blanquito hijo de puta! ¡Conozco mis derechos!
Le aticé con la porra -brazos, piernas- y volqué la silla.
Dio contra el suelo de costado, sin gemidos, sin gañidos; buenas piedras.
Читать дальше