– ¿Ha sido ése quien se lo ha dado? No le he visto en mi vida, y esa cara parece mucho más joven que la inmensa mayoría de mis clientes. Señor…
– Teniente.
– ¡Señor Teniente de Policía Fuera de su Jurisdicción, salga del despacho inmediatamente!
Cerré la puerta; de puro encarnado, Ancelet parecía al borde de un ataque cardíaco. Le tranquilicé:
– ¿Conoce a Mort Riddick, de la comisaría de Beverly Hills? Hable con él y le dirá quién soy. Lo de Pete B. ha sido un invento mío, así que llámele y pregúntele por mí.
Rojo remolacha/púrpura. Una botella y un vaso sobre el escritorio. Le serví un trago.
Lo apuró e hizo gestos con la cabeza para que lo rellenara. Le serví otro, corto. Ancelet lo acompañó de unas píldoras.
– ¡Hijo de puta! Usar a un cliente mío de confianza como truco… ¡Hijo de puta!
Tercera dosis de licor. Esta vez, lo sirve él.
– Unos minutos de su tiempo, señor Ancelet. Hará usted un valioso contacto con el LAPD.
– ¡Hijo de puta desgraciado! -Más calmado.
Le enseñé la lista de clientes.
– Aquí hay nombres de fulanos sacados de un archivo policial.
– No voy a identificar ninguno de los nombres o seudónimos de mis clientes.
– Ex clientes, entonces; son lo único que me interesa.
Una mirada furtiva. Unos dedos escudriñadores:
– Aquí está: «Joseph Arden.» Fue cliente hace varios años.
Le recuerdo porque mi hija vive cerca de la granja Arden, en Culver City. ¿Ese hombre trata con vulgares chicas de la calle?
– Exacto. Y los fulanos siempre conservan el mismo alias. Bien, ¿trató ese hombre con la chica de nombre armenio?
– No recuerdo. Pero recuerde lo que le he dicho: no tengo fichas de clientes y mi foto de archivo de esa guarra trasmisora de purgaciones es historia pasada, se lo aseguro.
Una jodida mentira: archivos apilados de pared a pared.
– Escuche una cinta. Serán dos minutos.
Ancelet dio unos golpecitos con la yema del dedo índice sobre la esfera de su reloj de pulsera.
– Un minuto. Tengo que presentarme en el tee de Hillcrest.
Rápido, colocar las bobinas, pulsar Play. Chirridos. Stop, Play. Ahora. Lucille: «Estos lugares están llenos de perdedores y de quejicas solitarios.»
Stop, Play, « Chanson d'amour » , el fulano: «…por supuesto, siempre está esa infección que me pasaste.»
Pulsé Stop. Ancelet, impresionado:
– Ése es Joseph Arden. La chica también me resulta algo familiar. ¿Satisfecho?
– ¿Cómo puede estar seguro? Sólo ha escuchado diez segundos.
Más golpecitos en el reloj.
– Mire, llevo la mayor parte de este negocio por teléfono y reconozco las voces. Le explicaré mi línea de pensamientos: Yo padezco de asma y ese hombre de la grabación tenía un ligero resuello asmático. Enseguida me ha venido a la memoria que hace algunos años tuve una llamada suya, sin referencias previas. El hombre jadeaba y hablamos del asma. Me dijo que había oído a dos hombres hablando de nuestros servicios en un ascensor y que había encontrado el teléfono de la agencia en las páginas amarillas de Beverly Hills, donde anuncio abiertamente mi tapadera legal de servicio de azafatas. Le concerté unas cuantas citas, y eso fue todo. ¿Satisfecho?
– Y no recuerda a qué chicas seleccionó, ¿verdad?
– Verdad.
– Y el hombre nunca acudió a echar un vistazo a su álbum de fotos, ¿verdad?
– Verdad.
– Y, por supuesto, no guarda ningún archivo de seudónimos de sus clientes…
Golpecitos.
– No. ¡Dios, voy a llegar tarde al golf! Bien, señor Policía Amigo de Pete, ya le he complacido más allá de lo obligado por cortesía; ahora, me hará el favor…
Yo, a la cara:
– Siéntese. No se mueva. No descuelgue el teléfono.
Ancelet obedeció asustado, crispado, casi amoratado de cólera. Los archivos: nueve cajones. Adelante.
Abiertos: carpetas con papeles, etiquetas de identificación. Nombres masculinos, desmintiendo las afirmaciones del viejo alcahuete. Orden alfabético: «Amour, Phil», «Anon, Dick», «Arden, Joseph»…
La abrí.
Sin nombre verdadero/sin dirección/sin número de teléfono. Ancelet:
– ¡Esto es una grosera invasión de la intimidad!
Citas:
14/7/56, 1/8/56, 3/8/56: Lacey Kartoonian (Lucille, probablemente). 4/9/56, 11/9/56: Susan Ann Glynn. Una nota al pie: «Obligar a la chica a usar seudónimo. Me parece que intenta que los clientes puedan localizarla a través de canales normales para evitar pagar comisión.»
– ¡Ya estarán en el hoyo dos!
Abrí los demás cajones. Uno, dos, tres, cuatro: sólo nombres masculinos. Cinco, seis, siete: carpetas con iniciales/fotos de prostitutas desnudas.
– ¡Lárguese ahora mismo, maldito mirón salido, antes de que llame a Mort Riddick!
Saqué las carpetas de un tirón: ninguna L.K., ninguna foto de Lucille…
– ¡Karen, llama a Mort Riddick, en la comisaría!
De otro tirón, arranqué el cable del teléfono del despacho del tipo. A Ancelet le tembló el rostro de ira. Mi pensamiento, también tembloroso: olvidar L.K., buscar G.B.
– ¡Señor Ancelet, Mort está en camino!
La pila de carpetas, menguando, y ninguna L.K. Por fin,
éxito con G.B.; entre comillas, «Gloria Benson». El nombre artístico de Glenda; elegido por ella misma, me había dicho.
Cogí la carpeta, cogí la grabadora y cogí la puerta. Fuera, el coche; quemando llanta camino de mi jurisdicción.
Un vistazo: dos fotos desnuda, con fecha 3/56. Glenda parecía incómoda. Cuatro «citas» apuntadas y una nota: «Una chica testaruda que volvió a servir mesas.»
Hice pedazos todo aquello.
De pura jodida alegría, hice sonar la sirena.
Una Susan Ann Glynn en los archivos de Tráfico. Dirección: Ocean View Drive, Redondo Beach.
Veinte minutos en dirección sur. Una casa de tablones de madera, sin vista; una mujer embarazada en el porche.
Aparqué y me encaminé hacia ella. Rubia, veintitantos años; los datos del archivo de Tráfico encajaban perfectamente.
– ¿Es usted Susan Ann Glynn?
Me invitó a sentarme con un gesto. Expectante: cigarrillos, revistas.
– ¿Es usted el policía del que me ha hablado Doug?
Tomé asiento.
– ¿Él la ha avisado?
– Ajá. Ha dicho que había revisado un viejo archivo de clientes en el que aparecía mi nombre. También ha dicho que quizá vendría y me causaría problemas como ha hecho con él. Yo le he dicho que ojalá lo hiciera antes de las tres y media, cuando mi marido llega a casa.
Era mediodía.
– ¿Su marido no sabe a qué se dedicaba antes?
Un llanto de niño dentro de la casa. Susan encendió un cigarrillo por reflejo.
– No. Y apuesto a que si colaboro con usted, no se lo dirá.
– Exacto.
Ella carraspeó y sonrió.
– El bebé daba patadas. Bien, esto… Doug ha dicho que el cliente era Joseph Arden, de modo que me he puesto a pensar. Esto no es un asunto de asesinatos ni nada parecido, ¿verdad? Porque el hombre se comportaba como un caballero.
– Investigo un robo.
Toses, un respingo.
– ¿Sabe?, recuerdo que el hombre me caía bien. Le recuerdo claramente porque Doug dijo que le cuidara porque esa otra chica de la agencia le había contagiado la gonorrea y había tenido que tratarse.
– ¿Le dijo cómo se llamaba de verdad?
– No. Yo sí que utilicé mi nombre real en la agencia durante un tiempo, pero Doug me acusó de intentar captar clientes por mi cuenta, de modo que dejé de usarlo.
– ¿Qué aspecto tenía Joseph Arden?
– Agradable. Culto. Cerca de los cincuenta. Daba la impresión de tener dinero.
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