Alicia Bartlett - Días de amor y engaños

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Una historia magistral sobre las parejas, el amor y el engaño La convivencia en una pequeña comunidad de ingenieros españoles en el extranjero se desmorona tras desvelarse la relación que ha mantenido uno de ellos con la esposa de otro. En unos pocos días, todo el frágil entramado de complicidades, de pequeñas hipocresías y de deseos contenidos de los miembros de la colonia se vendrá abajo, y saldrá así a la superficie un mundo de sexo, engaños y sueños largamente incumplidos. Una historia magistralmente narrada que trata un tema de eterna actualidad: la de las relaciones de pareja y cómo evolucionan, se transfiguran y mueren… o dan lugar a otras.

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– ¿Qué ha sido todo ese alboroto, mi amor?

– Nada -respondió él-. Un malentendido entre españoles.

– Jesús!, ¿eso fue un malentendido? ¿Y qué hacen ustedes cuando nomás se pelean? ¡Para que luego se diga que los mexicanos somos arrebatados!

Henry y Adolfo dejaron a Ramón en su dormitorio del campamento. Lo ayudaron a tumbarse en la cama. Probablemente se mostraba más borracho de lo que en realidad estaba porque se sentía avergonzado por su proceder en la cantina. Salieron y respiraron el aire fresco de la noche. Adolfo se limpió el sudor de la cara con un pañuelo.

– ¡Joder! -exclamó por lo bajo.

Luego se sintió en la obligación de explicarle al americano algo de lo que estaba pasando.

– Verás, la historia es complicada y…

– No te esfuerces, conozco la historia.

– ¿La conoces?

– Susy los vio besándose hace tiempo.

– ¡Claro, naturalmente, ni al diablo se le ocurre liarse con la mujer de un compañero en un lugar tan cerrado como éste!

– Al parecer, tampoco estaba en sus planes llevarlo en secreto muchos días.

– Sí, ya lo sé.

– Pero está claro que deberían haber evitado todas estas complicaciones.

Adolfo miró a Henry e hizo un gesto vago con la cabeza. Guardó silencio mientras pensaba: «No sé si es por ser americano o por ser joven, pero es evidente que este tío no sabe que el amor no se evita a voluntad del usuario.»

En seguida quedó probado que las sospechas de Manuela eran la pura realidad. De todas sus disponibilidades de ayuda, lo único que parecía interesar a la cooperante de la ONG era la capacidad que tuviera para recaudar dinero. Lo demás: trabajo, organización o ideas, fue despreciado, ni siquiera contemplado por aquella férrea mujer. Es más, tuvo la desfachatez de soltarle que las intervenciones de tipo amateur estaban vetadas en su entidad, ya que lo habitual era que los voluntarios puntuales no hicieran más que incordiar. Se quedó un tanto despagada ante tan desabrida contestación, aunque la hubiera intuido ya. En fin, pues lo sentía en el alma, pero limitarse a hacer una colecta económica entre las familias de la colonia quedaba descartado. ¿Qué gracia tenía una cosa así? Ella quería que la gente del grupo se sintiera partícipe de un bien social en aquel país de acogida. Pero recolectar dinero no era un empeño muy elaborado. Además, no podía obligar a las familias a que soltaran la pasta sin más. Muchos de los residentes estaban ahorrando, por eso habían aceptado aquel trabajo en el extranjero, para hacerse con unos ingresos mayores que en España. No eran potentados. De modo que pegarles un sablazo en nombre de la caridad le parecía excesivo. Algunos se verían obligados a participar por ser ella quien lo organizaba. No, se haría a su manera, montaría una gran fiesta benéfica en la que los asistentes comprarían una entrada simbólica. Además, las instituciones también se unirían al evento aflojando la mosca a voluntad. El consulado español en Oaxaca, la empresa constructora, el banco local con el que trabajaban… La cooperante se quedó un momento pensando en esa posibilidad. Luego sacó lápiz y papel y se puso a hacer números sin el menor recato.

– Puede ser -afirmó-. Si logramos alcanzar esta cantidad que le escribo aquí, la fiesta podría llegar a ser rentable.

– Habrá que organizado bien, sacar invitados hasta de debajo de las piedras. Yo creo que haciendo las cosas con un poco de inteligencia… Déjame que hable con todas las esposas de la colonia para ver qué ideas pueden aportar. Haremos una brainstorm y veremos qué sale de ahí.

– De acuerdo, Manuela, tengo que marcharme. Llámeme cuando las cifras empiecen a cuadrarle.

Ni siquiera le había dado las gracias. La observó mientras iba hacia la puerta. Tenía una figura decididamente hombruna. Al menos, las monjas misioneras presentaban un aspecto mucho más encantador con sus hábitos blancos y las angelicales tocas. Pero todos estos tipos de las ONG… en fin, se suponía que ése era el signo de los tiempos. Suspiró y fue a prepararse un té. Se encontraba cansada. ¿Estaba perdiendo su sempiterna vitalidad? En verdad ya no era joven, y aunque aún demostraba buen ánimo, enfrentarse a una tarea complicada le hacía plantearse dudas sobre su resistencia. Antes nunca le sucedía eso, antes hubiera abordado los trabajos de Hércules sin pestañear. Pero cada vez su empuje decrecía, y se veía obligada a hacer verdaderos actos de voluntad. Y total, ¿para qué?, nadie parecía valorar sus desvelos. Sus hijos raramente la llamaban por teléfono y la gente de la colonia había acabado por considerar normales todas las tareas que ella ejercía con ahínco. Incluso Adolfo se había acostumbrado a verla como un motor que no tenía por qué dejar de funcionar. Pero las máquinas también son humanas, ¡hasta los motores necesitan gasolina, qué demonio!, y un engrasado periódico, y una limpieza general. Pero a ella se le exigía darlo todo de sí misma y no desfallecer en ninguna ocasión. ¿Qué iba a hacer, sin embargo, quedarse en un rincón lamentando su mala fortuna? ¡Ni hablar, eso no lo haría nunca! Había conocido a demasiadas mujeres que lloriqueaban por las esquinas y se quejaban de todo. Una cosa debía tener clara: siempre había sido consecuente consigo misma. Durante toda la vida había creído cumplir con su obligación, y la satisfacción que le proporcionaba ese sentimiento había sido suficiente hasta aquel momento para mantenerla en pie. Las cosas no tenían por qué cambiar. Claro que un poco de reconocimiento ajeno no le hubiera venido mal… pero si nadie estaba dispuesto a dárselo, tendría que seguir adelante sola.

Suspiró profundamente y apuró el último sorbo de té. Bien, empezaría por comentarle a Darío el asunto de la reunión de mujeres. Necesitaba al muchacho para los detalles logísticos. Intentaría presentarle las cosas como si sus opiniones fueran de verdad cruciales para el proyecto. No se le ocurría otro modo de conseguir que aquel chico se movilizara mínimamente. Era un típico sujeto de su generación, siempre arrastrándose por los acontecimientos como si llevara montones de piedras en los bolsillos. ¡Si ella se hubiera permitido esa pasividad!, ¿dónde estaría ahora?, ¿quizá en el mismo sitio? Quería pensar que no.

Darío la vio llegar con la delicuescente impresión de que los extraterrestres lo visitaban, y no pudo desprenderse de esa idea mientras ella le hablaba de la necesidad de solidarizarse con los campesinos autóctonos, gentes desfavorecidas a quienes debían ayudar. Pero su extrañamiento llegó al colmo cuando oyó lo de la brainstorm.

– ¿Y qué es eso de una brainstorm, doña Manuela?

– Es un término inglés que define una especie de reunión sobre un tema concreto y en la que todo el mundo expone sus ideas. Literalmente significa «tormenta de cerebros». ¿Ves la relación?

– Pues no sé yo si una tormenta es lo más aconsejable en las actuales circunstancias.

– Ya, para ponerte a ti en funcionamiento haría falta un huracán, o un tifón. Pero quiero que tengas presente que se trata de algo de la máxima importancia y que lo tomo como un empeño muy personal. ¿De acuerdo?

– Sí, doña Manuela, lo que usted me diga.

– Convoca a todas las esposas de los mandos intermedios y a las de los ingenieros también. Mañana a las cinco de la tarde. Le dices a Pancho que prepare bebidas frías y calientes en la sala del club. ¡Ah, y bocadillos y snacks!

Aquella mujer estaba como una chota. Con todo el cristo que tenían organizado y a ella sólo se le ocurría organizar fiestecitas de caridad. Aunque lo más probable era que aún no se hubiera enterado de nada. En cualquier caso, a él le traía sin cuidado. Si quería tormentas, las tendría, ¡ya lo creo que las tendría!, y con abundante aparato eléctrico, además.

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