John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Y luego, inevitablemente, ocurrió aquello. La cadena se soltó en las manos de Annie, quien se precipitó abajo en línea recta, con el cuerpo tendido sobre el asiento del columpio, los ojos cerrados, apretados de terror.

Y entonces se acabó la cadena.

Cuando el asiento del columpio llegó abajo y los duros eslabones de la cadena se tensaron de pronto, la espalda de Annie Whitmore se quebró.

Una estocada de dolor la atravesó, pero terminó casi antes de empezar… su cabeza se estrelló en el suelo, el ímpetu de su caída le aplastó el cráneo. Se retorció espasmódicamente y su destrozado cuerpo cayó en informe montón a los pies de Michelle.

– ¿Ves? -susurró Amanda-. Puedes empujar con toda la fuerza que quieras. Al cabo de un tiempo ellos aprenderán. Aprenderán y dejarán de reírse.

Tomó la mano de Michelle y la condujo fuera del campo de juego.

Cuando llegaron a la calle, la niebla se había despejado.

Pero Michelle no miró atrás.

Corinne Hatcher abrió la puerta de Tim Hartwick" sin llamar y entró.

– ¿Tim? ¡Tim!

– En la cocina -gritó Tim.

Corinne cruzó la casa con rapidez y encontró a Tim junto al fregadero, con los brazos metidos hasta los codos en agua de lavar los platos.

– ¿Adivina que?

Tim la miró con curiosidad.

– Bueno, debe de ser algo especial, o no estarías aquí. Y debe tener algo que ver con Michelle Pendleton, dado que fue por eso que disputamos. No se te nota especialmente alterada, de modo que no puede ser nada malo. Así que debes de haber visto a Michelle y ella debe de estar mejor;

Desinflada, Corinne se sirvió una taza de café y se sentó.

– ¿Sabes una cosa? Me conoces dmasiado bien.

– ¿Entonces acerté?

– Sí… Hoy vi a Michelle, estaba en el patio de la escuela, jugando con Annie Whitmore. ¡Y se estaba burlando de su propia cojera! Deberías haberla visto, Tim. Arrastraba la pierna, agitaba los brazos, jadeaba como loca y todo nada más que para hacer reír a Annie Whitmore. ¿Qué opinas de eso?

– Me parece magnífico -repuso el psicólogo-. Pero no comprendo por qué tanto alboroto… tenía que empezar tarde o temprano.

– ¡Pero yo creí… anoche dijiste…

Secándose las manos, Tim fue a sentarse con ella.

– Anoche estuve formulando muchas teorías arriegadas y tal vez haya dicho cosas no quise decir. Y es posible que tú también. Por eso, ¿qué tal si hacemos una tregua?

Corinne lo abrazó.

– Oh, Tim, te amo. -Lo besó minuciosamente; luego sonrió-. Pero ¿no te parece emocionante? ¿Me refiero a lo de Michelle? Es la primera vez que la he visto hacer algo parecido. Habitualmente su cojera la avergüenza mucho, y si alguien trata de hablarle al respecto, se encierra en sí misma. ¡Pero se estaba burlando de eso!

– Bueno, antes de que la declares una niña perfectamente adaptada, veamos qué ocurre, ¿te parece? -le aconsejó Tim-. Tal vez no haya sido lo que tu creíste que era, y tal vez haya sido tan solo algo momentáneo. -Luego sonrió con picardía.- Y ¿qué me dices de Amanda? ¿Has olvidado todo acerca de la famosa Amanda?

– No. Bueno, en realidad no. Oh, no hablemos de ella -gimió Corinne-. Solo conseguiré alterarme otra vez. Es problable que yo también exagerara anoche y que tú tengas razón… lo más probable es que solo sea un invento de mi imaginación.

– Pues en tal caso, Lisa se inquietará mucho.

– ¿Lisa?

Tim asintió con la cabeza.

– Temo que cambié de idea. Después de todo tuvimos una disputa. Por eso esta mañana, cuando Lisa insistió, acepté. Salió a cazar fantasmas.

Corinne lo miró con fijeza.

– ¡Oh, Tim, por qué hiciste eso!

La sonrisa de Hartwick se borró ante su expresión consternada.

– Bueno, ¿y por qué no? -dijo con irritación-. Está con Alison y Sally. ¿Qué puede suceder?

Fue en ese momento que Billy Evans murió en la clínica de Paradise Point, ante la presencia impotente de Cal Peadleton, Josiah Carson y el neurólogo de Boston.

Si alguno de ellos hubiera mirado por la ventana, habría visto a Michelle afuera, inmóvil, espiando dentro del cuarto donde yacía Billy, mientras una lágrima le corría lentamente por una mejilla.

La voz de Amanda susurraba en sus oídos.

– Hecho está -canturreaba la extraña voz.

Sabiendo lo que acababa de ocurrir adentro, Michelli se apartó y reanudó su larga caminata a casa.

CAPITULO 26

– Sigo pensando que no deberíamos estar aquí -dijo Jeff Benson.

Miró por sobre el hombro hacia su casa, casi esperando que su madre apareciera en la ventana de la cocina, llamándolo para que volviera a casa. De haberse salido con la suya, no habría entrado nunca en el cementerio, pero esta mañana, cuando se presentaron Sally Carstairs, Alison Adams y Lisa Hartwick, las había acompañado, creyendo que ellas querían bajar a la caleta.

Pero no era así.

En cambio, habían querido ir en busca del fantasma. Jeff se daba cuenta de que eran principalmente Alison y Lisa quienes querían encontrar a Amanda, aunque las dos afirmaban que no existía. Empezar por el cementerio había sido idea de Sally, y al protestar Jeff, lo había acusado de tener miedo. Bueno, él no tenía miedo… no tenía miedo al fantasma, si realmente lo había, y no tenía miedo al cementerio, pero no quería tener problemas con su madre.

– ¡Si me preguntan, no creo que aquí haya absolutamente nada!

Alison Adams movió la cabeza, asintiendo. Se detuvo en medio del cementerio, con las manos apoyadas en las laderas.

– ¿A quién le interesa una vieja lápida? Bajemos a la playa… ¡por lo menos eso puede ser divertido!

Los cuatro niños emprendieron el regreso hacia la casa de los Benson Benson y hacia el sendero que les permitiría bajar por la faz del risco. Fue Lisa quien de pronto se detuvo y señaló la figura de Michelle que lentamente subía hacia ellos por el camino.

– Aquí viene -dijo Lisa-. La loca Michelle.

– No está loca -respondió Sally-. Quisiera que dejen de hablar así.

– Pues si no está loca, ¿cómo se explica que nadie haya visto el fantasma, salvo ella? -inquirió Lisa.

– ¡Deja de decir eso! -exclamó Sally que se estaba poniendo furiosa y no trataba de ocultarlo-. Todo porque no hayas visto el fantasma, no significa que no lo haya.

– Pues si lo hay, ¿por qué no haces que Michelle nos lo muestre? -se burló Lisa.

Sally ya estaba harta.

– ¡No te soporto más, Lisa Hartwick! ¡Eres peor de lo que fue Susan!

Y apartándose del grupo, echó a andar hacia Michelle, llamándola:

– ¡Michelle! ¡Michelle espera!

En el camino, Michelle se detuvo y miró a los cuatro niños con curiosidad. ¿Qué querían? Pero mientras Sally se acercaba oyó la voz de Jeff Benson.

– Oye, Michelle… ¿a quién mataste hoy?

Sally se detuvo de pronto y se volvió para clavar la mirada en Jeff. Michelle se quedó inmóvil un momento, tratando de entender a qué se refería él. Luego comprendió.

Susan Peterson.

Billy Evans.

Jeff creía que ella los había matado. Pero no lo había hecho… sabía que no lo había hecho.

Sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas, se esforzó por controlarlas. No permitiría que ellos la vieran llorar… ¡no lo permitiría! Una vez más echó a andar por el camino, moviéndose lo más rápido que podía. De pronto la cadera le palpitaba de dolor, pero procuró no hacerle caso.

¿Dónde estaba Amanda? ¿Por qué Amanda no venía en su ayuda?

Y entonces Sally la alcanzó.

– ¿Michelle? ¡Michelle, lo siento! No sé por qué él dijo eso. ¡No quiso decirlo!

– Sí que quiso -respondió Michelle suavemente, con voz temblorosa por el llanto que desesperadamente trataba de contener-. Cree que yo los maté. ¡Todos creen que yo los maté! ¡Pero no lo hice!

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