John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Miró el reloj: las nueve y media.

Se volvió del otro lado, para ver si Cal estaba todavía durmiendo.

Se había ido.

June se sentó, dispuesta a levantarse; luego se permitió reclinarse otra vez en la almohada.

Su mirada se desvió hacia la ventana.

Afuera el cielo estaba plomizo y los árboles, donde las hojas que aún quedaban habían perdido su brillo bajo la luz gris, empezaban a verse ralos y fatigados. Pronto las hojas desaparecerían totalmente. June tembló un poco, anticipando el invierno venidero.

Se puso a escuchar los sonidos habituales de la mañana… Jennifer debía de estar llorando y ella debía poder oír a Cal haciendo ruido en la cocina, simulando preparar su desayuno cuando en realidad solo procuraba despertarla a ella.

Pero esa mañana reinaba el silencio en la casa.

– ¿Hola?-llamó June, titubeante.

Como no hubo respuesta, abandonó la cama, se puso la bata, luego fue a la nursery.

La cuna de Jennifer estaba vacía y la puerta del pasillo se encontraba abierta. Arrugando la frente, June se dirigió al pasillo, cruzando el cuarto. Cuando llegó a los altos de la escalera, volvió a llamar con voz más fuerte.

– ¡Hola! ¿Dónde están todos?

– ¡Estamos aquí abajo!

Era Michelle, y al oírla, June sintió que se tranquilizaba. "Todo está bien", se dijo. "No ha ocurrido nada. Todo está bien". Solo en la mitad de la escalera se dio cuenta de cuan preocupada había estado, cuánto la había asustado el silencio matinal. Ahora, al entrar en la cocina, se dijo con seguridad que se estaba portando como una tonta. Todo lo imaginado la noche anterior, voló de sus pensamientos.

– ¡Que tal! Qué temprano se han levantado todos.

Después de mirarla, Cal siguió revolviendo unos cuantos huevos.

– Esta mañana estabas muerta para el mundo y alguien tenía que preparar el desayuno. Michelle me ayudó para que el desastre no fuera total.

Michelle estaba poniendo la mesa. Se la veía cansada, pero cuando June le guiñó un ojo, sonrió un poco, evidenteniente feliz de estar haciendo algo con su padre, aunque solo fuera estar poniendo la mesa.

– ¿Dormiste bien? -le preguntó.

– Me dolía bastante la cadera, pero esta mañana está bien.

En la casa reinaba una buena atmósfera, y June sabía la razón de eso: Billy Evans no había muerto. Cal lo había salvado, no le había hecho daño, y ahora, estaba segura, todo iba a estar muy bien. Quería decir algo, comentar sobre el agradable clima, pero temía que, de hacerlo, lo destruiría. En cambio se acercó a la camita, donde Jennifer dormía pacíficamente.

– Bueno, al menos no fui la única que se quedó dormida -dijo mientras levantaba a la pequeña. Jenny abrió los ojos y gorgoteó; después volvió a dormirse.

– Ella se despertó antes -declaró Cal-. Le di un biberón hace cosa de una hora. ¿Los quieres con tostadas?

– Bueno -respondió June, distraída. Con Cal preparando el desayuno, Michelle terminando de poner la mesa y Jennifer dormida, se sintió inútil de pronto.

– ¿Quieres que siga yo?

– Demasiado tarde -respondió Cal.

Sirvió los huevos, agregó dos o tres tajadas de tocino en cada plato y los llevó a la mesa. Al sentarse, consultó su reloj.

– ¿Ya tienes que irte? -preguntó June.

– El neurólogo debe llegar a eso de las diez. En realidad, yo tendría que estar ya allí.

– ¿Puedo ir contigo? -inquirió Michelle ,Cal arrugó el entrecejo y June sacudió la cabeza.

– Creo que hoy mejor te quedas aquí -dijo evitando cuidadosamente mencionar a Billy Evans.

– Pero ¿por que? -insistió Michelle.

Su rostro empezó a ensombrecerse y June tuvo la seguridad de que habría una discusión. Sintió que la atmósfera matinal, relativamente tranquila, se esfumaba. Volviéndose hacia Cal preguntó:

– ¿Qué opinas tú?

– No sé. En realidad, supongo que no hay ningún motivo para que ella no venga conmigo. Pero no sé cuánto tiempo estaré allí- agregó volviéndose hacia Michelle -. Es posible que te aburras.

– Solo quiero ver a Billy. Después podría ir a la biblioteca. O volver a casa caminando.

Está bien -aceptó Cal -. Pero no puedes pasarte todo el día merodeando por la clínica. ¿Está claro eso?

– Antes me lo permitías-, se quejó Michelle. Los ojos de Cal se desviaron, inquietos.

– Eso fue antes- dijo.

– ¿Antes? ¿Antes de qué?

Como no respondió, Michelle lo miró fijamente; entonces comprendió a que se refería.

– No le hice nada a Billy -declaró ella.

– Yo no dije… -empezó Cal, pero June lo interrumpió afirmando:

– No quiso decir eso, quiso decir…

Ya sé lo que quiso decir -gritó Michelle -. ¡Pues no quiero ir! ¡No quiero acercarme siquiera a tu maldita clínica!

Se levantó de la mesa, tomó su bastón y salió de la cocina. La puerta del fondo se había cerrado con violencia tras ella antes de que June o Cal se recobraran de su arranque. June se incorporó, pensando ir tras Michelle, pero Cal la retuvo.

– Déjala ir -le dijo-. Tiene que aaprender a encarar sola las cosas. Tú… tú no puedes protegerla del mundo.

– Pero no tendría por qué protegerla de su propio padre- respondió June con amargura-. Cal, ¿por qué haces cosas así? ¿Crees acaso que esas cosas no le hacen daño?

Cal no contestó nada. June, sabiendo que todo lo agradable que la mañana había prometido estaba ya destruido, levantó a Jenny y salió de la cocina.

Annie Whitmore estaba sentada en el tiovivo de la escuela cuando vio a Michelle que venía por la calle. Michelle caminaba con lentitud y Annie pensó que parecía muy enojada. Annie miró en derredor con rapidez, preguntándose si estaba presente otra persona. Quería jugar con Michelle, pero sabía que no tenía que hacerlo. La noche anterior la madre le había hablado largo rato, advirtiéndole que desde ese momento no debía hablar con Michelle, y si ésta pretendía jugar con ella, debía regresar enseguida a casa.

Pero Annie estimaba a Michelle, y como su madre no quiso decirle por qué debía permanecer alejada de ella, decidió no hacer caso de la orden.

Además, no había nadie cerca que la delatara si desobedecía.

– ¡Michelle!

Como Michelle no respondió, Annie volvió a llamarla con voz más fuerte. Esta vez Michelle miró en su dirección y Annie le hizo señas.

– ¡Hola! ¿Qué haces?

– Caminaba, nada-más -repuso Michelle, deteniéndose y apoyándose en la cerca-. Y tú, ¿qué haces?

– Juego. Pero no logro que el tiovivo vaya lo bastante rápido. Es demasiado pesado.

– ¿Quieres que te empuje? -ofreció Michelle.

Annie asintió, diciéndose que estaba bien… en realidad, no había pedido a Michelle que jugara con ella.

Michelle abrió el portillo y entró cojeando en el patio escolar. Annie esperaba pacientemente en el tiovivo. Cuando Michelle se le acercó, sonrió diciendo:

– ¿Cómo es que estás aquí un sábado?

– Caminaba simplemente -repuso Michelle.

– ¿Cómo es que no estás jugando con nadie?

– Sí, estoy jugando contigo.

– Pero no lo hacías. Estabas totalmente sola. ¿Acaso no tienes amigos?

– Claro, te tengo a ti, y además está Amanda.

– ¿Amanda? ¿Quién es Amanda?

– Es mi amiga especial -repuso Michelle-. Ella me ayuda.

– ¿Te ayuda? ¿Te ayuda a qué?

Annie golpeó el suelo con el pie y el tiovivo empezó a moverse con mucha lentitud. Michelle se estiró y le dio un empujón, entonces aceleró un poco. Annie levantó los pies y esperó hasta que llegó de nuevo junto a Michelle antes de insistir:

– ¿Qué te ayuda a hacer Amanda?

– Cosas -replicó Michelle.

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