John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– Llévala alautomóvil, ¿quieres, cariño? -pidió.

Cuidadosamente, Michelle tomó a la niña con un brazo, mientras usaba el otro para apoyarse en el bastón. June mantuvo los ojos fijos en Constance Benson como desafiándola a decir algo más. Acunando a la pequeña en su brazo izquierdo, Michelle echó a andar hacia la puerta temblorosamente.

– ¿Quieres ir con ella? -pidió June a su marido-. No veo cómo podrá también abrir la portezuela del coche. Pero me imagino que podría hacerlo si fuese necesario.

Intuyendo la tensión entre ambas mujeres, Cal salió rápidamente detrás de Michelle. Ya sola con Constance Benson, June procuró controlar la voz.

– Gracias por cuidar a Jennifer -dijo por fin-. Ahora que dije eso, debo decirle que en mi opinión, es usted la persona más cruel e ignorante que he tenido la desgracia de conocer en mi vida. En el futuro, ni yo ni mi familia volveremos a molestarla. Encontraré otra persona que cuide a Jenny o lo haré yo misma. Adiós.

Se dirigió a la puerta, pero de pronto la detuvo la voz de Constance Benson.

– No le guardaré rencor por esto, señora Pendleton -dijo Constance -. Usted no sabe lo que está ocurriendo. Simplemente no lo sabe.

Michelle empezó a bajar los peldaños, sujetando con fuerza a Jennifer contra el pecho, mientras empleaba el bastón para encontrar apoyo. No se apartaba de la baranda, de modo que, si resbalaba, podría apoyarse en ella. Cuando llegó abajo se detuvo, y lentamente soltó el aliento que venía conteniendo al bajar del pórtico de los Benson.

– Llegamos -susurró sonriendo a la carita de Jenny.

Jenny la miró como si la entendiera, gorgoteando dichosa. Un hilillo de saliva le goteaba de una punta de la boca. Michelle lo secó con la manta.

Y entonces, súbitamente, la niebla empezó a cerrarse en torno a ella. Levantó rápidamente la mirada, viendo acercarse veloces las brumas y oyendo los primeros tenues susurros de la voz de Amanda. Vio a su padre que, de pie junto al automóvil la observaba.

– ¿Papá?

Cal dio un paso titubeante hacia ella, pero entonces la niebla se cerró sobre Michelle y él desapareció.

– ¡Papá! ¡Pronto! -gritó Michelle.

Iba a soltar a Jennifer.

Podía sentir a Amanda que, a su lado, la aguijoneaba le susurraba, diciéndole que soltara a la pequeña, que dejara caer al suelo a Jennifer… a Jennifer, que le había quitado a su padre.

A medida que la voz de Amanda se hacía más insistente, Michelle se sintió ceder, se sintió obedecer a la voz de su amiga. Quería hacer daño a Jenny, quería verla caer.

Lentamente comenzó a aflojar el brazo izquierdo.

– No te preocupes -oyó decir a su padre-. Ya la tengo yo. Puedes soltarla.

Sintió que le quitaban a Jenny de los brazos. La niebla se dispersó tan rápido como había venido. Junto a ella estaba su padre, sosteniendo a la pequeña, observándola.

– ¿Qué pasó? -Le oyó preguntar.

– Me… me cansé -balbuceó Michelle-. Simplemente ya no podía sostenerla más. ¡Creí que iba a soltarla, papá!

– Pero no lo hiciste, ¿cierto? -respondió Cal-. Es tal como le dije a tu madre. Estás perfectamente bien. No quisiste hacer daño a Jenny, ¿verdad? No quisiste dejarla caer.

En la voz de Cal Pendleton había desesperación, el tono de un hombre tratando de convencerse de la veracidad de sus propias palabras. Sin embargo, Michelle estaba demasiado perdida en su propia confusión para oír la súplica en las palabras de su padre. Cuando respondió, también su tono fue indeciso.

– No. Solo… solo me cansé, nada más -dijo.

Pero mientras subía al automóvil, le pareció oír la voz de Amanda, muy lejana, gritándole. Entonces su madre entró también en el auto, y partieron hacia su casa. Pero durante todo el trayecto, Michelle pudo oír la voz de Amanda.

Amanda estaba furiosa con ella.

Se daba cuenta por el modo en que Amanda le gritaba.

Michelle no quería que Amanda se enojara.

Amanda era la única amiga que tenía. Sucediera lo que sucediese no podía permitir que Amanda siguiera enojada.

CAPITULO 24

Corinne Hatcher no perdió los estribos hasta que Tim Hartwick sugirió que tal vez Michelle debería ser internada, aunque fuese para observación.

– ¿Cómo puedes decir eso? -preguntó.

Se acomodó los pies bajo el cuerpo en un gesto inconcientemente defensivo, mientras sujetaba su taza de café con ambas manos. Tim hurgó el fuego mientras se encogía de hombros, impotente.

– Algo había en sus ojos -dijo. ¿Cuántasveces había tratado de explicarlo?- No sé exactamente qué era. Pero ella no me decía todo. Lo siento, Corinne, pero no creo que Billy Evans se haya caído de esa valla accidentalmente.

– Querrás decir que crees que Michelle Pendleton trató de matarlo – respondió Corinne fríamente-. Más vale que digas lo que piensas.

– Ya lo hice. Según parece, pretendes hacerme decir que creo que Michelle Pendleton es una asesina, pero no lo diré. No estoy seguro de que lo sea. Pero sí estoy seguro de que tuvo algo que ver con la caída de Billy. Y también con la de Susan Peterson, ya que estamos en eso.

– ¿No crees que sea una asesina, pero crees que mató a Susan? ¿Eso estás diciendo? -Sin esperar a que él respondiera, Corinne prosiguió.- Dios mío, Tim, si hubieras hablado con ella hace apenas unas semanas, sabrías que eso no podría ser cierto. Era una niña dulcísima, agradabilísima. Las cosas no cambian con tanta rapidez, simplemente.

– ¿Dices que no? Basta con mirarla. -El psicólogo se pasó una mano por el cabello intentando evitar que sus bucles castaños le cayeran sobre la frente, pero fue inútil.- Mira, Corinne, tienes que hacer frente a los hechos. Sea lo que sea, Michelle no es la misma niña que llegó a Paradise Point en agosto. Ha cambiado.

– ¿Por eso quieres encerrarla? ¿Simplemente quieres aislarla donde nadie tenga que verla? ¡Hablas como los niños de mi clase!

– No fue eso lo que quise decir, y tú lo sabes. Corinne, tienes que aceptar lo sucedido. Cualquiera que sea la causa, Susan ha muerto y Billy, casi también. Y las dos veces Michelle estuvo presente. Y nosotros sabemos que algo le ha pasado, -dijo Tim en tono fatigado. Hacía horas que daban vueltas al tema, desde la cena, sin haber llegado a ninguna parte. Tim pensó: "Ojalá Michelle hubiera dado otro nombre a esa maldita muñeca, cualquier otro nombre". Fue como si Corinne le leyera los pensamientos.

– Todavía no has explicada a Amanda -observó.

– La he explicado quinientas veces.

– jOh, claro! Insistes en decirme que solo existe en la imaginación de Michelle. Salvo que todavía no has explicado una cosa… ¿Cómo es que todos por aquí han estado hablando sobre Amanda durante tantos años? Si solo es la amiga imaginaria de Michelle, ¿por qué ha estado por aquí tanto más tiempo que Michelle?

– No todos han estado hablando sobre Amanda. Tan solo algunas escolares impresionables.

Corinne entrecerró los ojos, enfurecida, pero antes de que pudiera iniciar su argumentación, Tim alzó la mano como para contenerla.

– No hablemos más de esto, ¿quieres? ¿No podemos olvidarlo por esta noche?

– No veo cómo -respondió Corinne-. Es como una nube que cuelga sobre nosotros.

El tintineo del teléfono la interrumpió. Automáticamente Corinne se levantó para atenderlo antes de recordar que no era su teléfono. Utilizando la distracción para tratar de cambiar el clima de la velada, Tim le sonrió diciendo: -Si te casaras conmigo podrías atender ese teléfono cuando quisieras.

Acababa de tender la mano hacia el aparato, cuando dejó de sonar. Tanto él como Corinne esperaron ansiosos a que Lisa llamara a uno de ellos. En cambio hubo un silencio, después Lisa bajó la escalera.

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