John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Pero al mismo tiempo que hacía la pregunta, supo que él estaba muerto. Dio un paso más hacia él, luego cambió de idea.

Ayuda. Tenía que buscar ayuda.

Apoyándose en la valla, se agachó cuidadosamente para recoger su bastón. Luego, tras echar otra mirada rápida a Billy, se encaminó hacia el edificio escolar. En el patio no quedaba nadie… nadie que fuera en su ayuda, nadie que hiciera algo por Billy Evans.

Nadie que le dijera qué había sucedido.

Porque Michelle no podía recordar.

Recordaba a Billy trepando el alambre tejido, haciendo equilibrio en lo alto.

Lo recordaba empezando a caminar, y recordaba haberle dicho que tuviera cuidado.

Y él se había reído.

Entonces la niebla se había cerrado sobre ella, y había llegado Amanda.

Pero después, ¿qué sucedió?

Su mente estaba en blanco.

Empezó a subir los escalones del fondo de la escuela.

– ¡Socorro! -gritó-. Oh, por favor, ¿nadie me oye?

Casi había llegado arriba cuando vio abrirse la puerta y apareció su padre.

– ¡Michelle! ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?

– ¡Es Billy! -clamó Michelle-. ¡Billy Evans! ¡Se cayó, papá! ¡Trataba de caminar por la valla y se cayó!

– Oh, Dios mío -exclamó Pendleton..

Las palabras apenas audibles, se ahogaron en su garganta. Volvieron a él las visiones, rostros infantiles aparecían en su mente, acusándolo con los ojos. Empezó a sentirse mareado, pero se obligó a mirar el campo de juego. Ya desde allí, pudo ver al niñito que yacía inmóvil, en informe montón, junto a la valla.

Ya Michelle había llegado a lo alto de los escalones y se aferraba a él, con los ojos rebosantes de lágrimas.

– Se cayó, papá. Creo… creo que está muerto.

Tenía que pensar. Tenía que actuar. Pero era casi imposible.

– Ven adentro -masculló-. Ven adentro, tu madre te cuidará.

Apartándose de Michelle, la llevó adentro, al consultorio, donde June y el psicólogo estaban todavía conversando. Ambos lo miraron sorprendidos; luego la expresión de su cara les indicó que ocurría algo.

– Llame una ambulancia -dijo él-. Hubo un accidente. Un niñito se cayó de la valla. Tengo que… tengo que ocuparme de él. Tengo…

Se le apagó la voz; se dio vuelta y salió del consultorio, tambaleante.

Mientras Tim echaba mano al teléfono y comenzaba a discar, Michelle habló de pronto.

– ¿Mamá? -dijo. Parecía aturdida, y June la tomó en sus brazos, susurrándole:

– No te preocupes, preciosa. Papá se hace cargo y pronto vendrá una ambulancia. ¿Qué ocurrió?

Michelle hundió el rostro contra su madre mientras sollozaba de manera incontrolable. Escuchando a Tim Hartwick que hablaba por teléfono, June procuró tranquizar a su hija. Lentamente, Michelle se recuperó.

Tim colgó el teléfono cuando Michelle empezaba a relatar lo sucedido. La escuchó con atención, observando a Michelle mientras hablaba, procurando leer en su cara la verdad de lo que decía. Una vez que terminó,Jjune la tomó de nuevo en sus brazos.

– Qué terrible -dijo con suavidad-. Pero no te preocupes, es probable que sane.

– No -respondió Michelle con voz hueca-. Está muerto. Sé que está muerto.

Era como una pesadilla que se repetía.

Cal Pendleton cruzó el patio escolar ofuscado, como si los pies lo arrastraran hacia atrás aunque procuraba correr. Los segundos que tardó hasta llegar a Billy Evans le parecieron horas; inundaba su mente la certidumbre previa de lo que encontraría.

Por fin llegó hasta Billy y se arrodilló junto al cuerpo inerte del niño. Le miró la cara, advirtió el cuello roto; después, automáticamente, tomó entre los dedos la muñeca del niño.

Había pulso.

Al principio Cal creyó que lo estaba imaginando, pero un momento más tarde lo supo: Billy Evans estaba aún vivo.

"¿Por qué no puede estar muerto?", preguntó en silencio Cal. "¿Por qué tiene que defenderse de mí"?

De mala gana se inclinó sobre Billy, obligándose a examinarlo.

Tendría que mover al niño.

Vaciló. Apenas unas semanas antes, había levantado a su propia hija. Ahora ella estaba lisiada. El pánico lo dominó y durante una fracción de segundo se sintió paralizado. Después, lentamente, su cerebro empezó a razonar.

Cuando llegara la ambulancia, los enfermeros moverían a Billy. Tal vez él debía esperar.

Pero era médico. Tenía que hacer algo.

Además, si no lo hacía, estaba seguro de que Billy habría muerto cuando llegara la ambulancia… podía ver la constricción en el cuello del niño que se ahogaba lentamente. Para que Billy sobreviviera, Cal debía enderezarle el cuello.

Empezó a mover la cabeza de Billy.

Cuando el flujo de aire penetró más libremente en sus pulmones, Billy empezó a cambiar de color. Desapareció el tinte azulado. Luego, bajo la mirada de Cal el niño comenzó a respirar con más facilidad.

Cal se permitió tranquilizarse.

Billy Evans iba a vivir.

A lo lejos se oyó la sirena de la ambulancia. Para Cal, ese sonido fue una sinfonía de esperanza.

Cuando el sonido de la ambulancia se hizo más intenso, June se puso de pie y se acercó a la ventana. Desde donde se hallaba, no pudo ver nada… solo una punta de la valla, siniestramente visible, mientras el edificio le bloqueaba la visión del resto.

– No puedo soportarlo -dijo-. Tim, por favor, vaya a ver lo que está pasando.

Tim Hartwick asintió. Iba a salir del consultorio cuando se detuvo en la puerta.

– Dije a la señora Evans que viniera aquí. ¿Seguro que no quiere que espere con usted?

Miró sutilmente a Michelle que estaba sentada en una silla de respaldo recto con la mirada fija en el vacío, el rostro congelado en una expresión atónita.

– Si ella llega antes de que usted regrese, yo me haré cargo -insistió June -. Usted solo averigüe… averigüe si está vivo.

Media hora más tarde, solo quedaban en la escuela Michelle, June y Tim. La ambulancia con Billy y Cal atrás había partido hacia la clínica, y la madre de Billy los había seguido, insistiendo en que podía manejar sola cuando se le aseguró que su hijo aún estaba vivo. La pequeña multitud que se había congregado en el patio escolar, se había dispersado con rapidez: la gente salía en pequeños grupos, cuchicheando y, a veces, mirando hacia la escuela donde sabían que Michelle Pendleton se encontraba todavía en el consultorio de Tim Hartwick.

Tim hizo señas a June de que se reuniera con él en el pasillo un momento.

Cuando estuvieron solos, le dijo que deseaba hablar con Michelle.

– ¿Tan pronto? -preguntó June-. Pero… ¡ella está muy alterada!

– Tenemos que averiguar qué pasó. Creo que si hablo con ella ahora, antes de que haya tenido ocasión de pensar realmente en ello, obtendré lo más cercano a la verdad.

Los instintos maternales de June saltaron en defensa de su hija.

– Quiere decir, ¿antes de que ella haya tenido oportunidad de inventar un cuento?

– Eso no es lo que dije; ni lo que quise decir -se apresuró a responder el psicólogo-. Quiero hablar con ella antes de que su mente haya tenido oportunidad de hacer que lo sucedido le parezca lógico. Y quiero averiguar por qué estaba tan segura de que Billy había muerto.

– Está bien -repuso por fin June, a regañadientes-. Pero no la presione… ¿por favor?

– Jamás haría eso -respondió Tim con dulzura.

Dejó a June sola en el pasillo y volvió con Michelle.

– ¿Por qué creíste que Billy estaba muerto? -preguntó Tim con suavidad. Había tardado diez minutos en convencer a Michelle de que su amiguito no había muerto, y aún no estaba seguro de que ella le creyera-. No cayó de muy alto…

– Simplemente lo supe -replicó Michelle-. Se nota.

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