John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Billy Evans, su cuerpecito encaramado en lo alto de la valla, manteniendo un equilibrio precario. La perspectiva era extraña. Parecía estar muy alto, muy por encima de la figura de la misma Michelle que estaba inmóvil en tierra, olvidando su bastón mientras, impotente, miraba con fijeza hacia arriba.

Junto a ella, aferrando el poste de sostén, estaba Amanda, con una sonrisa en la cara, sus ojos vacíos aparentemente vivos de entusiasmo mientras Billy empezaba a caer.

Michelle contempló el cuadro y en la penumbra del estudio, sintió la mano de Amanda en la suya. Permanecieron juntas un momento en callada intimidad. Luego sabiendo lo que tenía que hacer, Michelle soltó la mano de Amanda, arrancó del block el boceto y lo llevó al armario. Encontró con facilidad lo que buscaba, aunque no había encendido ninguna luz. Retiró esa primera tela que había dibujado para Amanda y dejó su nuevo boceto… el boceto de Billy Evans, junto con el de Susan Peterson.

Acomodó la tela en el caballete y tomó la paleta de June.

Aunque la mortecina luz diluía los colores de la paleta, convirtiéndolos casi en tonos grises, Michelle sabía dónde tocar con el pincel para encontrar los tonos que deseaba.

Trabajaba con rapidez, inexpresivo el rostro. Detrás de ella, mirando por sobre su hombro, la mano ligeramente en su codo, Amanda observaba fascinada, con sus blancos ojos lechosos fijos en el cuadro, la expresión ávida. El cuadro le estaba contando lo sucedido… pronto lo vería todo. Michelle le mostraría todo.

Al trabajar, Michelle no tuvo sentido del tiempo. Cuando finalmente dejó de lado la paleta y se apartó para mirar la tela, se preguntó cómo no se sentía cansada. Pero en realidad, lo sabía… era Amanda quien la ayudaba.

– ¿Está bien? -preguntó tímidamente.

Amanda asintió, con los ciegos ojos aun clavados en el cuadro. Al cabo de algunos segundos, habló.

– Pudiste haberla matado, esta tarde -dijo. Jennifer. Mandy hablaba de Jennifer y estaba enojada con Michelle.

– Lo sé -respondió Michelle con voz queda.

– ¿Por qué no lo hiciste? -preguntó Mandy. Su voz, suave, pero dura, acarició a Michelle.

– No…, no lo sé -susurró.

– Podrías hacerlo ahora -sugirió Amanda.

– ¿Ahora?

– Duermen. Todos duerme. Podrías ir a la nursery…

Tomando la mano de Michelle, Amanda la condujo fuera del estudio.

Cuando cruzaban el prado hacia la casa, una nube flotó a través de la luna, y la plateada luz se esfumó en la oscuridad. Pero la oscuridad no importaba.

Amanda la estaba guiando.

Y llegaba la niebla.

La maravillosa niebla que abrazó a Michelle, ocultándola del resto del mundo, dejándola sola con Amanda. Michelle sabía que haría cualquier cosa que Amanda quisiera…

June despertó en la oscuridad; algún sexto sentido maternal le anunciaba que algo malo pasaba. Escuchó un momento.

Un grito.

Ahogado, pero un grito.

Venía de la nursery.

June abandonó la cama. Echó mano a su bata y cruzó el dormitorio.

La puerta de la nursery estaba cerrada.

Recordaba nítidamente haberla dejado abierta… siempre la dejaba abierta.

Miró a Cal, pero él dormía profundamente en la misma posición.

¿Quién había cerrado la puerta entonces?

La abrió de un tirón y entró en el cuarto, encendiendo la luz al trasponer la entrada. Michelle estaba de pie junto a la cuna de Jennifer. Al llenarse de luz la habitación, alzó la vista, con expresión desconcertada.

– ¿Mamá?

– ¡Michelle! ¿Qué haces levantada?

– Yo… yo oí llorar a Jenny y como no te oía vine a ver qué pasaba.

Cuidadosamente, Michelle acomodó bajo la cabeza de Jennifer la pequeña almohada que tenía en las manos.

¡Su llanto era ahogado!

La idea atravesó la mente de June pero ésta la silenció de inmediato.

"La puerta estaba cerrada", se dijo. "Por eso no pude oírla. ¡La puerta estaba cerrada!"

– Michelle -dijo con cuidado-. ¿Cerraste la puerta que comunica este cuarto con nuestra dormitorio?

– No -respondió Michelle con voz titubeante-. Debe de haber estado cerrada cuando entré. Tal vez por eso no oíste a Jenny.

– Bueno, supongo que no importa.

Pero sí importaba, y June lo sabía. Algo estaba ocurriendo… algo en lo que ella no quería pensar. Acercándose a la cuna, levantó a Jenny. La pequeña dormía ahora, emitiendo unos lloriqueos. Cuando ella la levantó, Jenny tosió un poco; luego se aflojó en los brazos de su madre. June sonrió a Michelle.

– ¿Ves? Solo hacen falta los brazos cariñosos de una madre.

Miró con más atención a Michelle. Tenía los ojos despejados; no parecía haber estado durmiendo apenas unos minutos atrás.

– ¿No podías dormir, linda?

– No. Solo hablaba con Amanda. Entonces Jenny empezó a llorar, por eso vine.

– Bueno, espera a que la acomode, después hablaremos un poquito, ¿quieres?

Los ojos de Michelle se nublaron. Por un momento, June temió que fuera a negarse. Pero luego Michelle se encogió de hombros diciendo:

– Está bien.

June acostó de nuevo a Jennifer en la cuna; después ofreció a Michelle su brazo para que se apoyara.

– ¿Dónde está tu bastón?

– Lo dejé en mi habitación.

– Vaya, es una buena señal -dijo June, esperanzada. Pero al recorrer el pasillo, le pareció que Michelle apenas podía caminar. Sin embargo no dijo nada hasta que Michelle estuvo acostada en su cama, apoyada en las almohadas.

– ¿Duele mucho? -preguntó, tocando suavemente la cadera de Michelle.

– A veces. Ahora. Pero otras veces no. Cuando Amanda está cerca es mejor.

– ¿Amanda? -repitió suavemente June-. ¿Sabes quién es Amanda?

– En realidad, no -repuso Michelle-. Pero creo que antes vivía aquí.

– ¿Cuándo?

– Hace mucho tiempo.

– ¿Dónde vive ahora?

– No estoy muy segura. Creo que sigue viviendo aquí.

– Michelle… ¿quiere algo Amanda?

Michelle asintió con la cabeza.

– Quiere ver algo. No sé en realidad qué es, pero se trata de algo que Amanda tiene que ver. Y yo puedo mostrárselo.

– ¿Tú? ¿Cómo?

– No… no lo sé. Pero se que puedo ayudarla. Y es mi amiga, de modo que debo ayudarla, ¿verdad?

A June le pareció que esto era un ruego de confirmación.

– Por supuesto -le contestó-. Si ella es verdaderamente tu amiga. Pero ¿y si no es tu amiga? ¿Y si en realidad quiere hacerte daño?

– Pero no es así -replicó Michelle -. Sé que no. Amanda jamás me haría daño. Jamás.

June vio que su hija cerraba los ojso y se dormía.

Se quedó con ella largo rato, teniéndole la mano y vigilando su sueño. Más tarde, cuando la primera débil luz empezaba a brillar entre la oscuridad, June besó ligeramente a Michelle y volvió a la cama.

Intentó dormir, pero sus pensamientos, tan cuidadosamente relegados, volvieron para atormentarla.

No había oído llorar a Jenny porque la puerta estaba cerrada.

Pero ellos nunca cerraban la puerta.

Y Michelle había tenido en las manos una almohada.

Saliendo otra vez de la cama, June regresó a la nursery.

Cuidadosamente, cerró la puerta que comunicaba con el pasillo y guardó la llave en el bolsillo de su bata.

Solo entonces pudo dormir, y se odió por ello.

CAPÍTULO 25

Sábado por la mañana.

En cualquier mañana común de sábado, June habría despertado lentamente, se habría desperezado con exuberancia y habría deslizado sus brazos en torno a su marido.

Pero desde mucho tiempo atrás no hacía eso, ni la mañana del sábado ni cualquier otra mañana.

En esta mañana de sábado, estaba bien despierta pero cansada.

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