John Saul - Ciega como la Furia
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– ¿Qué clase de cosas?
– No importa -respondió Michelle, sin saber exactamente cómo explicar a Amanda-. Quizás algún día la conozcas.
Annie dio algunas vueltas en el tiovivo, luego bajó de un salto.
– ¿Cómo es que nadie simpatiza contigo? -preguntó-. Yo pienso que eres gentil.
– Y yo pienso que también tú eres gentil -repuso Michelle, sin hacer caso de la pregunta de Annie-. ¿Qué quieres hacer ahora?
– ¡Los columpios! -exclamó Annie-. ¿Me empujarás en los columpios?
– Claro -repuso Michelle-. Ven… ¡Te juego una carrera!
Inmediatamente Annie se precipitó hacia los columpios y Michelle salió tras ella, moviéndose tan rápido como podía y jadeando con gran aparato. Cuando alcanzó a Annie, la niñita reía, dichosa.
– ¡Gané! ¡Gané!
– Espera no más -dijo Michelle-. ¡Algún día aprenderé a correr otra vez y entonces, mejor que te cuides!
Pero Annie no la escuchaba, ya estaba en los columpios, rogando que la empujara. Michelle dejó su bastón en el suelo y se puso detrás de Annie, un poco de costado. Lentamente empezó a empujar a la niñita…
Sentada tras su escritorio, Corinne Hatcher procuraba concentrarse en los deberes escolares que estaba calificando. Habitualmente no les habría hecho caso hasta el lunes y habría pasado el sábado con Tim Hartwick, pero esta mañana él no la había llamado, y Corinne sabía que, aunque lo hubiera hecho, ella habría encontrado alguna excusa. Probablemente habría utilizado esas mismas pruebas.
Y solo eran una excusa. Habría querido poder llamar simplemente a Tim, decirle que ojalá nunca hubiera tenido lugar la pelea de la noche anterior, y sugerirle que la olvidara. Pero sabia que no iba a llamar hasta que pudiera sentir que era cuestión profesional. Hasta sabía que no engañaría a nadie, salvo a sí misma, pero no importaba… aun así, necesitaba ese pretexto, esa razón para llamar, aparte de hacer las paces. Disgustada consigo misma, dejó su estilográfica roja y miró por la ventana.
Y vio a Michelle.
Contuvo bruscamente el aliento e instintivamente se levantó de su sillón. Michelle entraba en el patio de la escuela y evidentemente Annie Whitmore la estaba esperando. Corinne vio que Annie subía al tiovivo y que Michelle empezaba a empujarla. Podía ver que las dos niñas hablaron, pero no pudo oír lo que decían. Sin embargo, no importaba… las dos sonreían.
Entonces Annie bajó del tiovivo y se encaminó hacia los columpios, lentamente al principio y después corriendo. Por un momento Corinne se preocupó, temiendo que Annie se estuviera burlando de Michelle, pero luego vio que era un juego, y que evidentemente Michelle lo había iniciado, porque hacía un gran espectáculo tratando de correr, agitando los brazos, jadeando locamente mientras Annie la miraba riendo.
Corinne se encontró riendo también. Comprendió entonces que allí estaba su excusa para llamar a Tim. Si él creía que Michelle era peligrosa, que esperara a enterarse de esto… ¡ella empezaba realmente a parodiar su propia cojera!
Saliendo del cuarto, echó a andar por el pasillo hacia la oficina. Pero cuando empezaba a discar, tuvo una idea mejor… aún no era mediodía, y si conocía a Tim, estaría en su casa demorándose con su café.
No lo llamaría por teléfono. En cambio iría a verlo, a hablarle de Michelle. Podrían pasar el día juntos. Al salir de la escuela, Corinne sonreía; ese día era capaz de tolerar inclusive a Lisa Hartwick. Subió a su automóvil y partió. Al pasar frente al campo de juego, vio a las dos niñas en los columpios; Annie se balanceaba y Michelle la empujaba suavemente. Corinne decidió que, después de todo, era un buen día.
– ¡Empújame más fuerte, Michelle!
Annie se echaba atrás en el columpio, lanzaba en alto sus piernecitas y se esforzaba por mover el columpio. Pero le salía mal; en lugar de moverse más rápido, el columpio se movió más despacio.
– ¡Más fuerte! ¡Me estoy deteniendo!
– Ya estás bastante alta -respondió Michelle-. Lo estás haciendo mal… ¡tienes que echarte atrás cuando te balanceas hacia atrás, e inclinarte hacia adelante cuando vas para adelante!
– Lo estoy intentando -chilló Annie, que redobló sus esfuerzos, haciendo lo posible para seguir las instrucciones de Michelle-. No puedo hacerlo. ¡Empújame más fuerte! Por favor…
– ¡No! Del modo en que te mueves, es peligroso. Cuando lo haces mal, las cadenas no funcionan. ¿Ves? Cada vez que llegas arriba sucede algo. Se aflojan y tú caes un poquito.
– No lo haría si tú empujaras más fuerte.
Michelle no le hizo caso; siguió empujando firmemente, tendiendo la mano derecha para dar un pequeño empujón a Annie cada vez que pasaba balanceándose.
Pero Annie se estaba impacientando. Quería que Michelle la empujara más fuerte. Tenía que haber una manera de obligarla. Entonces tuvo una idea. Ya al pensar en ella supo que era mezquina. Pero igual, si con eso iba a lograr que Michelle la empujara más fuerte…
– Lo que pasa es que no puedes empujarme más fuerte. ¡Eres lisiada, por eso no puedes empujarme!
¡Lisiada!
La palabra la golpeó como siempre lo hacía, igual que un martillo. Le dio vuelta el estómago y se sintió aturdida, aturdida y furiosa.
Esta vez la niebla le cayó encima de pronto, surgiendo del vacío. No podía ver nada… solo las brumas grises e impenetrables que giraban en torno a ella bloqueando su visión.
Y Amanda.
Amanda que iba hacia ella desde la gris penumbra, sonriéndole, alentándola.
– Tú puedes empujarla, Michelle -decía Amanda-. Muéstrale qué fuerte puedes empujarla.
De pronto el dolor que sentía Michelle en la cadera, el palpitar constante, casi insoportable, desapareció. Sintió que podía moverse fácilmente, sin ayuda de su bastón. Y si necesitaba ayuda, allí estaba Amanda… Amanda la ayudaría..
Pasó detrás del columpio y, la próxima vez que Annie llegó flotando hacia ella entre la niebla, Michelle estaba lista. Puso las manos en la espalda de Annie y cuando la niñita llegó a la cúspide de su arco y empezó de nuevo a retroceder, Michelle se dispuso a empujarla.
Annie lanzó un silbido de regocijo mientras arremetía de nuevo hacia adelante y se aferraba con más fuerza a las cadenas. Esto era mejor… nunca había estado tan alto antes. Valerosamente procuró mover las piernas, pero aún le faltaba maña para eso.
Llegó atrás y de nuevo sintió las manos de Michelle en sus hombros.
– ¡Más fuerte! -vociferó-. ¡Empuja más fuerte!
De nuevo se lanzó hacia adelante y agrandó los ojos al ver que el suelo se precipitaba hacia ella. Luego se niveló, inició el arco ascendente y el suelo fue reemplazado por el cielo. ¿Qué debía hacer ella? ¿Inclinarse hacia adelante? ¿Patear hacia atrás?
Continuó hacia atrás, y cuando el columpio llegó a la cima delantera, ella perdió de pronto él equilibrio… las cadenas, tan apretadas en sus manos un momento antes, se aflojaron bruscamente y Annie sintió que empezaba a caer.
Lanzó un grito, pero luego eso pasó… las cadenas volvieron a estar tensas, y ella iniciaba el trayecto hacia atrás, como las pesas en la punta del péndulo.
– No tan fuerte esta vez -dijo cuando sintió de nuevo la mano de Michelle en su espalda.
Pero si Michelle la oyó, no dio señales de ello. Annie se encontró abalanzándose de nuevo hacia adelante, más alto que nunca. Una vez más, cuando llegó arriba, se inclinó hacia donde no debía y las cadenas se aflojaron en sus manos.
– ¡Para! -gritó desesperada-. ¡Por favor, Michelle, para!
Pero era demasiado tarde. Volaba de un lado a otro, cada vez más alto, y en cada ocasión la cadena tardaba más en volver a estirarse.
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