John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– Aquí -respondió ella-. Estoy aquí.

Su voz era apagada y estaba pálida.

Cal se le acercó y se arrodilló junto al sillón.

– June, ¿qué pasa?

– El estudio… está en el estudio.

– ¿Qué cosa? ¿Ha sucedido algo? ¿Dónde están las niñas?

June lo miró con expresión perpleja.

– ¿Las niñas? -repitió. Entonces se dio cuenta-. ¡Jenny! Dios mío, ¡dejé a Jenny en el estudio!

Disipado ya su letargo, se incorporó, pero presa del vértigo, volvió a desplomarse en el sillón.

– No puedo, Cal. No puedo ir allá. Ve, por favor, y que te acompañe el doctor Carson. Trae contigo a Jenny.

– ¿Que no puedes ir allá? -inquirió Cal con expresión que reflejaba desconcierto -. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

– Lo sabrás. Simplemente anda y mira. Entonces verás -insistió June. Los dos hombres iban a salir de la habitación cuando ella los detuvo.

– Cal… el cuadro… el cuadro que está en el caballete no lo pinté yo.

Cal y Josiah se miraron sin comprender, pero como June no dijo nada más, se encaminaron hacia el estudio.

Antes de llegar, oyeron el llanto de Jenny. Cal echó a correr. Se precipitó adentro, miró apresuradamente en torno, pero no hizo caso de nada, salvo su hija. Alzando en sus brazos a la pequeña, que berreaba, la acunó contra su pecho mientras canturreaba:

– Todo está bien, princesa. Llegó papá y todo estará perfecto.

La meció suavemente un rato, hasta que sus berridos cesaron. Solo entonces miró el cuadro que estaba en el caballete, el cuadro que June tanto había insistido en decir que no había pintado ella.

Lo contempló fijamente, con la frente un poco arrugada. Al principio no le encontró sentido. Y luego comprendió lo que era… una mujer que moría mientras hacía el amor, en cuya expresión se mezclaban el éxtasis y otra cosa. Pero ¿qué era?

– No lo entiendo… -empezó a decir en tono perplejo e indeciso.

Pero entonces vio la expresión de Josiah Carson y las palabras se extinguieron en su garganta. Mientras Carson observaba fijamente el cuadro, en su rostro aparecía lentamente una expresión comprensiva.

– De modo que así fue -susurró-. Eso fue lo que ocurrió.

Cal fijó la mirada en el anciano doctor.

– Joe, ¿qué pasa? ¿Se siente usted bien?

Dio un paso hacia Carson, pero el anciano lo apartó con un ademán, diciendo:

– Ella lo hizo. Finalmente Amanda vio a su madre y la mató. Cien años más tarde la mató. Ahora será libre. Ahora todos seremos libres. -Se volvió hacia Cal, diciendo con voz queda-. Fue justo que viniera usted aquí. Nos lo debía. Mató a Alan Hanley, por eso nos lo debía.

Desesperado, Cal miró a Josiah, luego al cuadro, después a Josiah de nuevo.

– ¿De qué demonios está usted hablando? -vociferó-. ¿Qué está pasando aquí? ¿De qué se trata?

– El cuadro -respondió Carson con suavidad-. Todo está en el cuadro. Esa mujer es Louise Carson.

– No… no comprendo…

– Procuro explicárselo, Cal -continuó Carson. Su tono era razonable, pero en sus ojos brillaba un extraño resplandor.- Esa mujer es Louise Carson. Está sepultada en el cementerio. Dios mío, Cal, June empezó a sentir dolores sobre su tumba… ¿acaso no lo recuerda?

– Pero es imposible -objetó Cal-. ¿Cómo iba a saber June…?

Entonces recordó.

"Yo no lo pinté"…

Cal se acercó más al cuadro para examinarlo cuidadosamente. La pintura era fresca, apenas seca. Se apartó otra vez. Solo entonces advirtió que la escena del cuadro era el estudio. Eso le causó una sensación escalofriante. Su mirada se apartó de la tela para recorrer la habitación.

Detrás de si, percibía vagamente a Josiah Carson que murmuraba de manera confusa.

– Ella está aquí -susurraba Carson-. ¿No lo entiende, Cal? Es Amanda. Está usando a Michelle. Está aquí. ¿No lo siente usted? ¡ Ella está aquí!

Entonces comenzó a reír; suavemente al principio, luego cada vez más fuerte, hasta que Cal ya no lo pudo soportar.

– ¡Basta! -gritó.

Fue como si hubiera roto un hechizo. Carson se estremeció, después volvió a mirar el cuadro. Con una peculiar expresión triunfante en el rostro, se dirigió a la puerta diciendo:

– Venga. Mejor será que volvamos a casa. Tengo la sensación de que las cosas apenas han empezado.

Pendleton se disponía a seguirlo cuando vio la mancha en el suelo.

– Jesús -susurró entonces.

Estaba tal como había estado el día en que ellos llegaron. De un color pardo rojizo, espesa, cubierta de polvo, casi inidentificable. Pero se la había limpiado. Lo recordaba con claridad, recordaba a June, de rodillas en el suelo, desmenuzándola. Y ahora allí estaba otra vez. De nuevo miró el cuadro. La sangre chorreaba del pecho herido de Louise Carson, brotaba a raudales de su garganta abierta…

Era como si de algún modo el pasado, tan claramente pintado en la tela, estuviese otra vez vivo en el estudio.

Tim Hartwick y Corinne Hatcher llegaron cuando Cal y Josiah Carson regresaban a la casa. June, todavía pálida, no se había movido de su sillón en la sala de recibo. El grupo se congregó alrededor de ella.

– ¿Lo viste? -preguntó June a Cal, quien asintió-. Yo no lo pinté -repitió June.

– ¿De dónde salió?

– Del armario -respondió June inexpresivamente-. Lo encontré en el armario hace cosa de una semana. Entonces… entonces era solo un boceto. Pero hoy, cuando entré allí, lo vi sobre el caballete.

– ¿Qué cosa? -interrumpió Hartwick-. ¿A qué se refiere usted?

– A un cuadro -respondió June con suavidad-. Está en el estudio. Más vale que vayan a verlo… es lo que yo quería que vieran.

Confundidos, Tim y Corinne iban a salir del cuarto cuando se detuvieron al sonar el teléfono. Aunque era la que más cerca estaba del teléfono, June no intentó responder al llamado; fue Cal quien lo hizo por último.

– Hola…

– ¿Doctor Pendleton? -preguntó una voz temblorosa.

– Sí.

– Habla Bertha Carstairs. Quisiera… quisiera saber si está con usted Joe Carson.

– Sí, aquí está -respondió Cal arrugando un poco la frente mientras miraba a Carson inquisitivamente, esperando casi que rechazara el llamado.

Pero Carson parecía haberse repuesto, como si la extraña escena del estudio nunca hubiese tenido lugar. Tomando el auricular, dijo:

– Habla el doctor Carson.

– Aquí Bertha Carstairs, Joe. Algo terrible ha sucedido. Acaban de entrar Sally y Alison Adams, diciendo que Annie Whitmore está en el campo de juego. Joe… ellas dicen que está muerta. Se encuentra bajo los columpios. Sally dice que parecía haberse caído. Como si fuera un accidente o algo así…

Se le apagó la voz y Carson comprendió que estaba ocultando algo.

– ¿Que más, Bertha ?Porque hay algo más, ¿verdad?

Bertlia Carstairs vaciló. Cuando volvió a hablar lo hizo en tono casi de disculpa.

– No estoy segura -declaró con lentitud-. Tal vez no sea importante… tal vez no signifique absolutamente nada… pero, en fin,… -Se interrumpió un segundo; luego sus palabras se oyeron con claridad.- Joe, hoy Sally vio a Michelle Pendleton. Venía por el camino, desde el poblado. Y Sally dijo que la semana pasada Michelle y Annie estuvieron jugando mucho juntas. Y con lo de Susan Peterson y lo de Billy Evans… pues no sé… no me gusta decirlo…

La voz de Bertha se volvió a apagar.

– Entiendo. No se preocupe, Bertha -dijo Carson. Colgó el teléfono y se volvió hacia las cuatro personas que lo observaban.- Se trata de Annie Whitmore. Algo le ha sucedido -anunció.

Les contó lo dicho por Bertha Carstairs sin omitir nada.

– Dios santo -gimió June cuando él hubo terminado-. Ayuda a Michelle. ¡Por favor, ayúdala! -Luego se incorporó de un salto, con los ojos dilatados-. Pero ¿dónde está ella? -exclamó-. Si Sally la vio venir por aquí, debía de estar volviendo a casa. -Con ojos súbitamente enloquecidos, echó a correr hacia el pasillo.- Michelle… ¡Michelle!

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