John Saul - Ciega como la Furia
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Aún no sabían qué había ocurrido.
Josiah Carson se había ido a su casa, negándose a revelar a ninguno de ellos a qué se había referido en el estudio. Cal había tratado de repetir los confusos bisbiseos de Josiah, pero al parecer no tenían sentido. Finalmente, en algún momento de la tarde, Tim había ido al estudio, había contemplado largo rato la extraña pintura; después empezó a buscar, sin saber exactamente qué estaba buscando, pero sabiendo que allí, en alguna parte, debía haber algo… algo que les diera una respuesta.
Había encontrado los bocetos y los había llevado a la casa. Ellos los habían estudiado y habían visto con sus propios ojos cómo había muerto Susan Peterson y como había muerto Billy Evans.
Y cada uno de ellos, en uno u otro momento, había ido al estudio para mirar el cuadro cubierto de trazos carmesí que aún estaba apoyado en el caballete, como un misterioso eslabón con un pasado que ellos no comprendían.
Fue Corinne la primera en advertir la sombra. Era confusa, casi perdida en la vivida violencia del cuadro, pero cuando ella la señaló, todos la vieron.
Desde un rincón del cuadro aparecía una sombra que se proyectaba sobre el suelo hacia la moribunda Louise Carson.
Era en realidad una silueta. La silueta de una niña ataviada con un anticuado vestido y un gorro. Tenía un brazo levantado y en su mano parecía haber cierto objeto.
Para cada uno de ellos fue claro que el objeto que la niña tenía en la mano era un cuchillo.
Todos ellos sabían que Michelle había hecho los bocetos y el cuadro. Tim Hartwick insistía en que era la expresión del lado oscuro de su personalidad.
Debía de haber visto en alguna parte un retrato de Louise Carson cuya imagen había quedado en su mente. Y luego, cuando empezó a inventar a "Amanda'', había empezado a entretejer los cuentos de Paradise Point, la leyenda de esa otra Amanda, muerta tanto tiempo atrás. Para ella el fantasma había sido verdaderamente real. Aunque solo existió en su propia mente, había sido real.
A Lisa Hartwick se le administró un sedante y se la acostó. Cuando despertó se sintió confusa, después recordó dónde estaba.
Estaba en la cama de Michelle Pendleton, en la casa de Michelle Pendleton.
Bajando de la cama se acercó a la.puerta. Escuchó y oyó sonidos de voces que murmuraban abajo. Abrió la puerta y llamó a su padre.
– ¿Papá?
Un instante más tarde apareció Tim al pie de la escalera.
– No puedo dormir -se quejó Lisa.
– Bueno, no te preocupes. De todos modos, pronto nos iremos a casa.
– ¿Podemos irnos ya? -preguntó Lisa-. No me gusta estar aquí.
– Enseguida, linda -prometió Tim-. Vístete, entonces nos iremos.
Lisa volvió al dormitorio y empezó a vestirse. Sabía de qué estaban hablando abajo. Estaban hablando de Michelle Pendleton.
También Lisa quería hablar de ella y contar a todos lo que había visto en la playa.
Pero temía hacerlo.
Estaba segura de que si se los decía, ellos creerían que también ella estaba loca.
Mientras bajaba la escalera decidió que jamás les contaría lo que había visto. Además, tal vez no lo hubiera visto en realidad.
Tal vez en realidad no había habido nadie allá arriba, con Michelle. Tal vez lo que ella había visto no había sido una niñita de vestido negro, con un gorro.
Tal vez había sido tan solo una sombra.
EPILOGO
Jennifer Pendleton cumplía doce años.
Jennifer se había convertido en una hermosa niña, alta, rubia y de ojos azules como sus padres, con un rostro finamente cincelado que desmentía su juventud. Las personas que la conocían por primera vez, casi nunca se daban cuenta de lo joven que era, y a Jenny le gustaba fingirse mayor de lo que era. Si June y Cal se preocupaban cuando muchachos siete u ocho años mayores que su hija llamaban a Jenny pidiéndole citas, trataban de no demostrarlo: Jennifer no era solo bella, sino también inteligente, y si creía poder salirse con la suya, gozaba observando cómo sus padres se preocupaban por ella.
June Pendleton había llegado a ser una especie de anomalía en Paradise Point. Al pasar los años, esos doce años desde que los Pendleton llegaron de Boston anhelando una vida mejor y encontrando en cambio una pesadilla que había superado finalmente su comprensión, June se había dedicado cada vez más a su arte. Le había resultado difícil hacerse de amigos en Paradise Point: primero porque era una extraña, y mas tarde, aunque nunca se le dijo en la cara, porque ciertas personas en el pueblo jamás la habían perdonado por la locura de su hija. Aunque Michelle y su extraña demencia se incorporaron a la tradición del lugar, su madre seguía viviendo con ella, se le recordaba todos los días.
Al principio había querido irse y volver a Boston. Pero Cal se había negado. A través de todo lo sucedido, su amor por la casa nunca había disminuido. Y aunque nunca hablaba de eso, ni siquiera con su esposa, nunca había olvidado las extrañas palabras de Josiah Carson aquel día en el estudio. Fuese verdad o no lo que había dicho Carson, Cal optó por creerle. Estaba, por fin, libre de la culpa que lo había atormentado desde el día en que murió Alan Hanley. El no había matado a Alan, lo había hecho Amanda, tal como los había matado a todos, incluyendo su propia hija. De modo que se había quedado en Paradise Point sin hacer caso de lo que decían, y prosperando. Josiah Carson había abandonado Paradise Point casi inmediatamente después de morir Michelle. En el pueblo casi todos pensaron que algo había ocurrido con la mente de Carson: había pasado sus últimos días en Paradise Point, desvariando sobre la "venganza del pasado". Pero nadie le había prestado mucha atención. En cambio, las confusas murmuraciones de Carson no hicieron más que causar simpatía hacia Cal. Lentamente al principio, pero de manera inevitable, habían empezado a aceptarlo como el médico de la aldea. Después de todo no había ningún otro.
Ni Cal ni June hablaron jamás sobre los acontecimientos de doce años atrás, y cuando hablaban de Michelle, lo cual no era habitual, hablaban sobre Michelle tal como había sido antes de la llegada a Paradise Point. Esos dos primeros meses en Paradise Point los meses que casi habían destrozado a su familia, preferían desconocerlos. A June no le importaba; los recuerdos eran demasiado dolorosos.
Y así los Pendleton vivían tranquilamente en la vieja casa sobre el mar; Cal atendiendo satisfecho a su pequeña clientela, y June en su estudio, trabajando silenciosamente en sus paisajes marinos sombríamente amenazadores.
Mientras tanto, Jennifer había crecido, cuidadosamente protegida de las tragedias de las primeras semanas de su vida. Por supuesto, oía rumores… habría sido imposible lo contrario. Pero cada vez que ella preguntaba a sus padres por los rumores, ellos le aseguraban que no debía creer todo lo que escuchaba a sus condiscípulos. Los cuentos, le decían, solían exagerarse.
Pocas veces Jennifer podía convencer a algunos de sus amigos para ir a su casa, pero esto había dejado de molestarla años atrás: lo atribuía simplemente a la circunstancia de que vivía demasiado lejos del poblado.
Pero entonces, para su duodécimo cumpleaños, había preguntado si podía dar una fiesta.
June se había opuesto a la idea, segura de que las madres de Paradise Point jamás permitirían a sus hijos venir a la casa. Pero Jennifer había acudido como siempre a su padre. Cal había contradicho a June, diciéndole que en su opinión, era tiempo de que Jennifer empezara a tener vida social. Y cuando la fiesta tuvo realmente lugar, y todos los amigos de Jennifer se presentaron, June empezó a pensar que tal vez se había equivocado… tal vez Paradise Point estaba empezando a olvidar.
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