John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Este día no cometería los mismos errores que entonces había cometido.

Este día haría lo que era necesario hacer y lo haría bien.

Salvo que ese día no había nada que hacer. Llegó a la playa y finalmente pudo echar a correr. Habia recorrido cincuenta metros cuando la vio, inerte e inmóvil.

Sabiendo que era inútil apresurarse, comenzó a trotar; los últimos pasos los dio caminando.

Susan Peterson, con el cuello roto, la'cabeza retorcida en un ángulo violentamente forzado, tenía la mirada fija en el cielo, los ojos abiertos, los rasgos aún contraidos por una expresión de terror. Sus brazos y piernas flojamente extendidos en torno a ella, parecían grotescos en su inutilidad. La marea entrante la estaba lamiendo ávidamente, como si el mar estuviese ansioso por devorar esos extraños restos que poco tiempo atrás habían sido una niña de doce años.

Arrodillándose junto a ella, Cal le tomó la muñeca, apretó su estetoscopio junto a su pecho. Era un gesto inútil, que verificaba simplemente lo que él ya sabía.

Estaba por alzarla cuando algo lo detuvo. Sus músculos quedaron paralizados, negándose a obedecer las órdenes que su cerebro les enviaba. Lentamente se incorporó, con los ojos fijos en la cara de Susan, pero viendo con la mente el rostro de Michelle. “No puedo moverla", pensó. "Si la muevo podría hacerle daño". Este pensamiento era irracional, y Cal sabía que era irracional. Y sin embargo, allí inmóvil en la playa, solo con los despojos de Susan Peterson, no logró obligarse a levantarla, a llevarla alzada por el sendero como había llevado a su propia hija tan poco tiempo atrás. Con la mente entumecida por la vergüenza, Cal emprendió el regreso, dejando sola a Susan con la ondulante marea.

– Está muerta.

Cal Pendleton pronunció esas palabras en un tono positivo, tal como el que habría podido emplear para anunciar la muerte de un gato a sus dueños que se lo hubieran llevado para eliminarlo.

– Dios querido -murmuró Constance Benson, desplomándose en un sillón de su sala de recibo-. ¿Quién se lo dirá a Estelle?

– Yo lo haré -fue la respuesta automática de Josiah Carson, aunque tenía los ojos fijos en Cal Pendleton-. ¿No la trajo?

– Me pareció mejor que esperáramos a la ambulancia -mintió éste, sabiendo que no engañaba al viejo doctor-. Tiene el cuello roto, y parece que algunas otras cosas también. -Desvió su atención hacia Constance Benson-. ¿Qué ocurrió? Josiah dijo que al correr cayó del risco.

Vaciló un poco en la palabra "correr", como si aún le costase creer que semejante cosa pudiese haber sucedido.

En vez de responder, Constance miró a Josiah Carson, quien asintió levemente con la cabeza.

– Creo que será mejor que se lo diga -sugirió.

Cal sintió que una punzada de miedo lo atravesaba. Antes de que la señora Benson empezara, supo que en el relato había algo más, algo terrible. Pese a ello, no estaba preparado para lo que oyó.

– Yo estaba junto al fregadero, pelando unas manzanas -dijo Constance Benson. Mantenía los ojos fijos en un lugar del suelo como si el mirar a cualquiera de los dos médicos le hiciera imposible repetir el relato-. Miré por la ventana y vi a Susan Peterson en el cementerio. No sé qué estaría haciendo… he dicho a Estelle que debía mantener a Susan alejada de allí, tal como dije a su esposa, doctor Pendleton, que debía mantener alejada a Michelle, pero supongo que simplemente no me escuchan. Bueno, tal vez ahora lo hagan. Como sea, yo estaba medio vigilando mis manzanas y medio vigilando a Susan, sin prestar demasiada atención. Entonces, de pronto, apareció Michelle por el camino. Susan debe de haberle dicho algo, porque se detuvo y miró fijo a Susan.

– ¿Qué le dijo? -inquirió Cal.

Por primera vez desde que iniciara su recitación, Constance levantó la vista del suelo.

– No pude oír. La ventana estaba cerrada y hay cierta distancia hasta el cementerio. Pero ellas estaban hablando, sin duda, y Susan debe haber querido mostrar algo a Michelle porque Michelle empezó a internarse en el cementerio. Pasó trepando sobre la cerca, casi enredándose en la maleza… no me explico cómo lo hizo con esa cojera suya, pero lo hizo. Susan la esperaba, al menos eso parecía. Salvo lo que ocurrió después. Esa es la parte que no logro entender para nada.

Se interrumpió, sacudiendo la cabeza como si tratara de juntar las piezas de un rompecabezas sin conseguirlo.

– Bueno, ¿qué pasó? -la apremió Cal.

– Fue algo extrañísimo -meditó Constance, luego clavó en Cal una mirada helada-. Michelle debe haberle dicho algo a Susan. No pude oírlo, por supuesto, pero fuera lo que fuese, debe haber sido algo muy espantoso. Porque de pronto vi en la cara de Susan una expresión tal como ojalá no vuelva nunca a ver. Miedo, eso es lo que era. Miedo puro y simple.

Una imagen de Susan atravesó la mente de Cal Pendleton. La "expresión descripta por Constance Benson concordaba exactamente con la que Pendleton había visto en el rostro de la niña muerta.

– Y entonces echó a correr -oyó que decía la señora Benson-. Simplemente echó a correr como si el mismo demonio la persiguiera. Y corriendo pasó por la orilla del risco.

Las últimas palabras fueron susurradas, apenas audibles, pero quedaron flotando en la sala de recibo, congelando la atmósfera.

– ¿Pasó corriendo la orilla del risco? -repitió Cal estúpidamente, como si no pudiera dar crédito a sus oídos-. ¿Se fijaba adonde iba? No es posible.

– Se fijaba. Miraba derecho adelante, pero ni siquiera se detuvo.

– Dios santo -murmuró Cal cerrando los ojos en un inútil esfuerzo por borrar la imagen que estaba viendo. Entonces recordó que su propia hija también había visto lo sucedido. Volvió a abrir los ojos y casi temerosamente enfrentó a Constance Benson-. Y ¿qué me dice de Michelle? ¿Qué hizo?

El rostro de Constance Benson se endureció; lo miró ceñuda y fríamente.

– Nada -respondió escupiendo la palabra.

– ¿Qué quiere decir, nada? -preguntó Cal, sin hacer caso de su tono-. Debe de haber hecho algo.

– Se quedó allí de pie. Simplemente se quedó allí de pie como si ni siquiera hubiese visto lo sucedido. Y entonces, cuando Susan gritó, ella esperó un minuto y luego echó a andar hacia su casa, caminando.

Cal se quedó clavado al suelo, sin poder moverse, sin poder absorber lo que aquella mujer estaba diciendo.

– No lo creo -dijo finalmente.

– Puede usted creerlo o no, como le parezca conveniente -respondió Constance Benson -. Pero es la verdad de Dios y nada más. Ella obró como si no hubiese ocurrido absolutamente nada.

Cal se volvió hacia Josiah Carson como si pudiese apelar a él, pero Josiah estaba sumido en sus pensamientos. Cuando Cal pronunció su nombre, volvió a la realidad. Tendiendo una mano, apretó el brazo de Cal, pero cuando habló, lo hizo con voz extraña, como si estuviese pensando en otra cosa.

– Tal vez sea mejor que se vaya a casa -dijo-. Yo puedo ocuparme de las cosas aquí. Más vale que vaya a ver si Michelle se encuentra bien. Ya sabe que podría estar sufriendo una conmoción.

Asintiendo en silencio, Cal se dispuso a salir del cuarto. Se detuvo un momento. Se dio vuelta como para decir algo. Ante la helada expresión de Constance Benson, pareció cambiar de idea. Luego se marchó.

Josiah Carson y Constance Benson aguardaron en silencio hasta que llegó la ambulancia. Entonces, cuando Carson estaba por partir, Constance habló repentinamente.

– Ese hombre no me agrada -dijo.

– Vamos, Constance, ni siquiera lo conoce.

– Ni quiero conocerlo. Creo que cometió un error al traer a su familia aquí -continuó, fijando en Carson una mirada casi hostil-. Y tampoco creo que le haya hecho usted ningún favor vendiéndole esa casa. Debió usted haber demolido esa casa años atrás.

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