John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– Fue esa niña, ¿verdad? ¿Michelle Pendleton? Susan nos contó que le pasa algo.

– Es lisiada -repuso Constance-. Se cayó del risco.

– Ya lo sé -respondió Estelle-. No me refiero a eso. Había otra cosa. Susan me lo contó ayer, pero no puedo recordar qué era.

– Pues no veo que importe mucho -resopló Constance-. Me parece que lo que hay que hacer es ocuparse de que todos estén prevenidos. Creo que deberíamos advertir a todos que mantengan a sus hijos lejos de ese cementerio y lejos de Michelle Pendleton. No sé qué dijo, pero sé que dijo algo.

Estelle Peterson asintió con la cabeza.

La noticia no tardó mucho en difundirse por todo Paradise Point. Constance Benson llamó a sus amigas,y sus amigas llamaron a las de ellas. Mientras avanzaba la noche, en toda la aldea hubo pequeños grupos familiares, reunidos en cocinas y salas de recibo, hablando en voz baja a sus adormilados hijos, previniéndoles sobre Michelle. Los niños mayores asentían sabiamente.

Pero para los más pequeños, eso no tenía sentido…

En casa de los Carstairs, fue Bertha quien conversó brevemente con la señora Benson y luego murmuró algunas palabras de compasión para la señora Peterson antes de colgar el teléfono y mirar a su marido. Fred la estaba observando.

– ¿No es un poco tarde para llamadas telefónicas? preguntó sentándose en la cama. Le disgustaba que lo molestaran en plena noche.

– Era Constance Benson -respondió Bertha con tranquilidad-. Parece creer que Michelle Pendleton tiene algo que ver con lo que ocurrió hoy.

– Siempre la misma Constance -refunfuñó Fred, somnoliento, aunque con expresión cautelosa -. ¿Qué cree Constance que hizo Michelle?

– No lo dijo. Ni creo que lo supiera con exactitud. Pero dijo que nosotros deberíamos tener una charla con Sally, advirtiéndole que no se acerque a Michelle.

– Yo no advertiría a un hombre que no se acerque a una trampa para osos porque lo diga Constance Benson -murmuró Fred-. Se lo pasa hablando de ese cementerio, pero casi nunca sale de su casa. Debe de ser duro para ese hijo suyo.

Bertha estaba por apagar la luz cuando se oyó un suave golpecito en la puerta y entró Sally. Evidentemente bien despierta, fue a sentarse en la cama de sus padres.

– ¿Quién llamó por teléfono? -preguntó.

– Solo la señora Benson -respondió Bertha-. Quería hablar sobre Susan, y sobre Michelle -agregó.

– ¿Michelle? ¿Qué hay con ella?

– Bueno, ya sabes que Michelle estuvo hoy con Susan -hizo notar Bertha. Sally asintió con la cabeza, pero se mostró desconcertada.

– Ya sé -respondió-. Pero es raro. Susan odiaba a Michelle. ¿Qué podía estar haciendo Susan con alguier a quien odiaba?

Bertha no hizo caso de la pregunta; en cambio formuló una a su vez.

– ¿Por qué odiaba Susan a Michelle?

Sally se encogió de hombros, inquieta; luego decidió que era hora de decir a alguien lo que venía sintiendo.

– Porque es coja. Susan actuaba siempre como si Michelle fuese una especie de monstruo… se lo pasaba llamándola retardada y cosas así.

– Oh, no… -murmuró Bertha-. Qué terrible para ella.

– Y… y todos nosotros le hicimos caso -continuó Sally acongojada.

– ¿Le hicieron caso? ¿Quieres decir que todos estuvieron de acuerdo con Susan?

Sally movió la cabeza asintiendo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

– Yo no quise hacerlo… de veras que no quise. Pero entonces… bueno, Michelle parecía no querer que siguiéramos siendo amigas, y Susan… bueno, Susan actuaba como si quien quisiera ser amigo de Michelle no pudiera serlo de ella. Y yo… yo conozco a Susan de toda la vida. -Se puso a llorar mientras su madre la abrazaba diciendo:

– Vamos, preciosa, no llores más. Todo saldrá bien…

– Pero ahora Susan está muerta -gimió Sally. Al ocurrírscle una idea, se apartó de su madre-. Michelle no la mató, ¿verdad?

– Por supuesto que no -respondió enfáticamente Bertha. Estoy segura de que fue solo un accidente.

– Bueno, ¿y qué dijo la madre de Jeff? -preguntó Sttlly.

– Dijo… dijo… -titubeó Bertha, luego buscó ayuda en su marido.

– No dijo nada -declaró éste redondamente-. Susan debe de haber tropezado y caído, tal como Michelle hace poco tiempo. Michelle fue simplemente más afortunada que Susan, es todo. Y si me preguntan, pienso que lo que Susan y ustedes, los demás niños, hicieron a Michelle, es una porquería. Pienso que deberías decirle que lo Iamentas y que quieres ser otra vez su amiga.

– Pero ya le dije eso -objetó Sally.

– Pues díselo de nuevo -insistió Fred Carstairs-. Esa niña ha pasado un mal rato y si Constance Benson está haciendo lo que yo creo que está haciendo, las cosas se pondrán todavía peores para ella. Y no quiero que nadie diga que mi hija fue partícipe de ello. ¿Está claro?

Sally asintió en silencio con la cabeza. En cierto sentido, lo que acababa de decirle su padre era exactamente lo que ella quería oír. Pero ¿y si realmente Michelle no quería ser más su amiga? ¿Qué podía hacer ella entonces? Aquello era muy desconcertante para Sally, que cuando volvió a su cama no pudo dormir.

Algo estaba mal.

Algo estaba muy mal.

Pero ella no lograba imaginar qué era.

Aunque nadie había llamado a los Pendleton esa noche, Cal podía sentir una tensión en el aire. A veces pensaba que venir a Paradise Point había sido un error. ¿Qué había obtenido él? Estar endeudado hasta las orejas, con una clientela que apenas le permitía vivir, una nueva hija y otra que estaría inválida por el resto de su vida.

Pero todos los problemas se resolverían. Es que, al transcurrir las semanas, Cal había llegado a comprender algo. Por alguna razón, una razón que solo entendía vagamente, su lugar estaba en Paradise Point. Su lugar era esta casa, y sabía que no la abandonaría. Por nada, ni siquiera por su hija.

Claro que en realidad, no era su hija. La habían adoptado. No era una verdadera Pendleton.

Al ocúrrírsele eso, Cal se agitó en la cama, más inquieto aún por el remordimiento que le causaba semejante idea. Y sin embargo era cierto, ¿o no? De todos sus problemas, ¿por qué el peor tenía que provenir de alguien que ni siquiera era su hija?

Dándose vuelta procuró pensar en otra cosa.

En cualquier otra cosa.

Por su mente empezaban a pasar imágenes, imágenes de niños. Allí estaba Alan Hanley, y Michelle, y ahora también Susan Peterson. Rostros, rostros torcidos de miedo y dolor, fundiéndose unos con otros, todos mirándolo con fijeza, todos acusándolo.

Y había otros, Sally Carstairs, y Jeff Benson y las pequeñas, las niñas con quienes Michelle había estado jugando… ¿cuándo? ¿ayer? ¿Realmente había sido apenas ayer? En realidad no tenía importancia. Todos estaban allí y todos lo estaban mirando, interrogándolo.

– ¿Nos harás daño a nosotros también?

El sueño comenzó a dominarlo, pero no le fue fácil dormir. Ellos estaban siempre allí, indefensos, suplicantes.

Y acusadores.

Durante la noche aumentó la confusión de Cal, y con ella su cólera. De todo esto nada era culpa suya. ¡Nada! ¿Por qué entonces lo estaban acusando?

La noche, y sus propias emociones lo dejaron exhausto.

La luna entraba en su última fase, había alcanzado su cima cuando despertó Michelle; su luz fantasmagórica llenaba la habitación. La niña se sentó en su cama, segura de que Amanda estaba junto a ella.

– ¿Mandy?

Susurró el nombre de su amiga después aguardó una respuesta en la quietud de la noche iluminada por la luna. Cuando llegó, la voz de Amanda fue tenue, lejana, pero sus palabras fueron claras.

– Afuera. Ven afuera, Michelle…

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