John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– No veo por qué Tim no podría ayudar -declaró. Levantándose, fue en busca de la cafetera, meditando mientras volvía a llenar su taza y la de June. Al encararse otra ve, con June, procuró que su tono fuese alentador.- Tal vez las cosas no sean tan graves como parecen -titubeó un momento, sin saber bien qué decir-. Sé que todo parece aterrador -continuó suavemente-, pero creo que se preocupa usted demasiado.

– ¡No! -Fue casi un chillido. Los ojos de June se llenaron de lágrimas.- Dios mío, si pudiera usted oírla, cómo habla de esa muñeca. Lo juro, creo que realmente está convencida de que Mandy… ahora la llama Mandy… es real.

Su voz era tan lúgubre que atemorizó a Corinne. Esta tomó una mano de June en la suya y trató de hablar con tono confiado.

– Es aterrador, pero todo saldrá bien. De veras que sí.

En su fuero interno no estaba tan segura como trataba de aparentar, ni mucho menos. En la profundidad de su ser, Corinne tenía una sensación… una sensación de que lo sucedido a Michelle, fuera lo que fuese, estaba más allá de lo que ambas podían comprender. Y esa sensación la aterrorizaba.

Viendo que Sally desaparecía calle abajo, Michelle procuró olvidar las palabras de Jeff. Pero ellas persistían en su mente, resonando en su cabeza, burlándose de ella, atormentándola. Vagamente percibía a Billy Evans, que le gritaba para que lo empujara más fuerte, pero su voz parecía lejana, como si le llegara a través de una niebla.

Dejó que el columpio se detuviera y, cuando Billy protestó, le dijo que estaba cansada, que lo empujaría un poco más en otra ocasión. Después se dirigió penosamente al árbol y se sentó en la hierba. Aguardaría un rato, hasta que Jeff y Sally se hubieran alejado mucho, antes de iniciar la larga caminata de regreso a casa.

Estirándose en la hierba, fijó la mirada en las hojas del árbol, que estaban cambiando de color con la llegada del otoño. Cuando estaba así, totalmente sola sin nadie en torno a ella, no era tan malo. Solo cuando podía oírlos o verlos, sus voces atormentándola, sus ojos burlándose de ella, Michelle realmente odiaba a los niños que habían sido sus amigos.

Excepto a Sally. Michelle aún no estaba segura con respecto a Sally. Sally parecía mejor que los demás. Más bondadosa. Michelle decidió hablar con Amanda sobre Sally. Tal vez, si Amanda lo aceptaba, pudieran ser amigas otra vez. Michelle esperaba que sí… Realmente, en lo profundo, le agradaba Sally. De todos modos, Amanda decidiría.

Desde la ventana de su aula, Corinne observó a June que cruzaba el campo de juego. Le pareció que en June había cierta renuencia a molestar a Michelle, como si mientras estuviera dormida bajo el árbol se hallara a salvo del caos desatado en su mente. Pero luego Corinne vio que June se arrodillaba y dulcemente despertaba a Michelle.

Michelle se incorporó rígidamente; el dolor que sentía en la cadera era visible en su rostro, aún desde el otro lado del patio. Al ver a June pareció sorprendida, pero al mismo tiempo agradecida. Tomando la mano de su madre, Michelle dejó conducir hasta que, al doblar la esquina del edificio, Corinne las perdió de vista.

Aun después de que ambas desaparecieron, Corinne permaneció en la ventana, con la imagen de Michelle grabada en su mente: sus hombros agobiados, su cabello colgante y lacio, su ánimo derrotado por el accidente que la había dejado inválida.

Mucho tiempo parecía haber pasado desde aquel primer día de escuela, cuando Michelle había entrado brincando en su aula, brillante la mirada, sonriente, ansiosa por iniciar su nueva vida en Paradise Point.

Y ahora, apenas unas semanas más tarde, todo eso había cambiado. ¿Paradise Point, Punta Paraíso? Bueno, para algunas personas tal vez, pero no para Michelle Pendleton.

Ahora no. Y de pronto Corinne estuvo segura, probablemente nunca más.

CAPITULO 20

La tarde era fresca, y Corinne caminaba con rapidez, pensando más en la visita de June Pendleton que en la dirección que ella misma había tomado. Hasta que vio delante de sí el edificio, en medio de un bosquecillo, los muros cubiertos de rosas trepadoras, no se dio cuenta de que la clínica había sido su meta desde el primer momento. Se detuvo un instante, leyendo el cartel pulcramente escrito, con el nombre desteñido de Josiah Carson y sobre el recién estampado, el de Cal Pendleton. Por algún motivo la inscripción le pareció triste, y tardó unos segundos en comprender por que. Era un signo del antiguo orden dando lugar al nuevo. Josiah Carson había estado allí desde que Corinne podía recordarlo. Resultaba difícil imaginarse a la clínica sin el.

Penetró en la sala de espera y sintió alivio al ver a Marion Perkins sentada tras el escritorio, trabajando en los libros. Por lo menos Marión iba a estar todavía allí, suavizando la transición entre el doctor Carson y el doctor Pendleton. Al tintinear suavemente la campanita adherida a la puerta, Marion alzó la vista.

– ¡Corinne! -exclamó. Al reconocer a la maestra su expresión fue de bienvenida, mezclada con preocupación y algo de sorpresa.- Sabe usted, tenía la sensación de que tal vez hoy vendría por aquí. Es raro… bueno, quizá no tan raro en realidad, teniendo en cuenta lo sucedido. Hoy han estado aquí casi todos, deseosos de hablar sobre Susan Peterson -continuó la enfermera, chasqueando compasivamente la lengua-. Es terrible, ¿verdad? Semejante perdida para Estelle y Henry. Y por supuesto, todos parecen creer que la pequeña Michelle Pendleton tuvo algo que ver con ello. -Inclinándose un poco bajó la voz hasta un susurro confidencial.- Francamente no querría repetir algunas de las cosas que la gente ha estado diciendo.

– Entonces no lo haga -dijo Corinne, atemperando la brusquedad de sus palabras con una sonrisa cordial-. ¿Está aquí el tío Joe?

Súbitamente avergonzada por la indiscreción que había estado por cometer, Marión echó mano al telefono.

– Lo llamaré a ver si está ocupado -dijo mientras oprimía el botón intercomunicador-. ¿Doctor Joe? Una sorpresa para usted… Corinne Hatcher está aquí.

Un momento más tarde se abría la puerta interior y aparecía Josiah Carson con los brazos extendidos, el rostro arrugado por una ancha sonrisa, aunque por un instante Corinne creyó ver en sus ojos otra cosa. ¿Tristeza? Cuando moría uno de sus pacientes, en particular un niño, Josiah Carson lo tomaba muy mal. Desde la muerte de su propia hija, mucho antes de nacer Corinne, Carson había volcado sus instintos paternales sobre los niños de Paradise Point. Pero este día había en sus ojos algo más que tristeza. Algo que ella no pudo identificar del todo.

Abrazando a Corinne dijo:

– ¿Qué te trae aquí? ¿Te sientes bien?

– Estoy perfectamente -respondió Corinne, soltándose-. Creo… bueno, creo que simplemente estaba preocupada por usted. Se cómo se pone cuando algo ocurre a uno de sus niños.

Carson asintió con la cabeza.

– Nunca es fácil -dijo-. Entra en el consultorio, te invitaré a un trago.

El médico le señaló una silla y cerró la puerta, luego sacó una botella de whisky del último cajón de su escritorio y sirvió un poderoso trago para cada uno, mientras observaba cuidadosamente a Corinne.

– Muy bien -dijo mientras servía-. ¿Qué pasa?

Corinne probó el whisky, hizo una mueca y lo dejó de lado. Luego, sosteniendo la mirada de Carson, dijo:

– Michelle Pendleton.

– No me sorprende -asintió Carson-. A decir verdad, pensé que vendrías antes. ¿Las cosas empeoran?

– No estoy segura -respondió Corinne-. El día de hoy debe de haber sido horrible para ella… ningún niño quiso tener nada que ver con ella. Hasta ayer, pensé que se debía solamente a su cojera… Pero ahora… bueno, usted sabe cómo puede ser este pueblo. Se culpa a alguien por algo, aunque sea inocente, y nadie olvida jamás. Tío Joe -agregó de pronto-, ¿está bien Michelle?

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