John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– Depende de a qué te refieras. Hablas de su mente, ¿verdad?

Corinne se movió en su silla.

– No estoy segura -dijo-. A decir verdad, no sabía realmente que vendría hasta que me encontré aquí. Pero supongo que mi subconciente trataba de decirme algo. -Hizo una pausa momentánea y, súbitamente, bebió la mitad de su whisky.- ¿Ha oído hablar de la amiga imaginaria de Michelle? -preguntó con toda la naturalidad posible.

Carson arrugó el entrecejo.

– ¿Amiga imaginaria? -repitió como si estas palabras no tuvieran sentido para él-. ¿Te refieres a la clase de cosas que hacen los niños muy pequeños?

– Exactamente -repuso Corinne-. Parece ser que todo empezó con una muñeca. No sé con exactitud de que clase, pero la señora Pendleton me dijo que es vieja… muy vieja. Michelle la encontró en el armario del dormitorio cuando se mudaron.

Carson se rascó la cabeza como si estuviera desconcertado, luego asintió diciendo:

– Sé qué aspecto tiene. Es vieja, sí. Cara de porcelana, ropa anticuada, un pequeño gorro. La tenía consigo en la cama cuando la vi, poco después del accidente. ¿Quieres decir que ha decidido que es real?

– Evidentemente -asintió con sobriedad Corinne -. Y ¿sabe usted cómo la ha bautizado?

– Según me dijo, la bautizó Amanda.

– Amanda -repitió Corinne-. ¿No significa eso nada para usted? -terminó de beber y tendió su vaso-. ¿Tengo edad suficiente para otro trago?

Sin decir palabra, Carson volvió a llenar el vaso de ella y el suyo.

– Bien -dijo bruscamente-. Es evidente que ella ha oído algunos relatos acerca de Paradise Point.

Corinne sacudió la cabeza.

– Eso pensé yo. Pero June me dijo que bautizó la muñeca tan pronto como la encontró. El mismo día que ellos llegaron.

– Entiendo -declaró Carson-. Entonces fue solo una coincidencia.

– ¿Lo fue? -preguntó suavemente Corinne-. Tío Joe, ¿quién fue Amanda? Quiero decir, ¿existió? ¿O se trata de cuentos, nada más?

Carson se reclinó en su sillón. Nunca había hablado de Amanda, y no quería empezar entonces. Pero evidentemente la conversación ya había comenzado, como sabía que iba a ocurrir. Era necesario conducirla.

– A decir verdad, fue mi tía abuela, o lo habría sido de haber vivido -dijo cuidadosamente.

– ¿Y qué le ocurrió? -preguntó Corinne.

– ¿Quién lo sabe? Era ciega y un día tropezó y cayó del risco. Por cuanto se sabe, eso fue todo.

Pero en su voz hubo algo (¿una vacilación tal vez?) que hizo preguntarse a Corinne si no había algo más.

– Parece que supiera más que eso -sugirió ella, y al no responder Carson, insistió-. ¿Es así?

– ¿Quieres decir que creo en cuentos de fantasmas?

– No. ¿Cree usted que eso fue todo?

– No lo sé. Mi abuelo, que fue hermano de Amanda, estaba convencido de que había algo más.

Corinne no dijo nada. Carson se reclinó otra vez en su sillón y se volvió a mirar por la ventana.

– Mira -dijo con lentitud-. Cuando los Carson bautizaron Paradise Point a este pueblo, no pensaban realmente en el paisaje. Fue más bien una idea, creo que podría llamársela. Una idea de Paraíso aquí mismo, en la Tierra. -Llenaba su voz una ironía que no escapó a Corinne.

– Sabía qque los Carson fueron clérigos -comentó.

– Fundamentalistas -asintió Josiah-. De esos que siempre hablan del demonio y el infierno. Pero mi bisabuelo, Lemuel Carson, fue el último de ellos.

– ¿Qué pasó? _

– Muchas cosas, por lo que me dijo mi abuelo. Empezó cuando Amanda perdió la vista. El viejo Lemuel decidió que era un acto de Dios y trató de presentar a Amanda como una mártir. Siempre la hacía vestirse de negro. Pobre niñita. Tiene que haber sido duro para ella… siendo ciega y todo. Debe de haber sido muy solitaria.

– ¿Y estaba totalmente sola cuando se cayó del risco?

– Aparentemente. Mi abuelo nunca lo dijo. Jamás hablaba mucho de eso. Sin embargo, siempre tuve la idea de que había en ello algo extraño. Por supuesto él nunca hablaba mucho sobre la familia… en el paraíso de Lemuel había demasiadas serpientes.

– ¿No las hay siempre acaso? -observó Corinne, pero Josiah no pareció oírla.

– Fue la esposa de Lemuel -continuó-. Al parecer era un poco casquivana. Mi abuelo pensó siempre que era una una reacción contra los constantes sermones de Lemuel sobre el infierno y la condenación eterna.

– ¿Quiere usted decir que su bisabuela tuvo amoríos?

– Debe de haber sido una mujer extraordinaria -sonrió Carson-. Mi abuelo decía que era hermosa, pero que jamás debía haberse casado con el padre de él.

– Louise Carson -susurró Corinne-. "'Muerta en el pecado".

– Asesinada -dijo suavemente Josiah. Los ojos de Corinne se dilataron de sorpresa-. Sucedió allá, en ese edificio que June Pendleton utiliza como estudio. Allí la encontró Lemuel con uno de sus amantes. Los dos estaban muertos. Apuñalados.

– Dios mío -suspiró Corinne. Sintió que se le apretaba el estómago y por un momento pensó que se iba a descomponer.

– Por supuesto, todos presumieron más o menos que Lemuel lo había hecho -continuó Josiah-, pero tenía a todo el pueblo bastante dominado, y en esa época no se tenía una consideración especialmente alta por una esposa infiel. Probablemente hayan pensado que ella había recibido su merecido. Lemuel ni siquiera quiso ofrecerle un funeral.

– Siempre imaginé que la inscripción de la lápida quería decir algo parecido -declaró Corinne-. Cuando yo era pequeña solíamos ir allá y leer las lápidas.

– ¿Y buscar al fantasma?

Una vez más Corinne asintió con la cabeza.

– ¿Y alguna vez lo vieron?

La maestra meditó largo rato su respuesta. Por último de mala gana, sacudió la cabeza. Carson notó su vacilación.

– ¿Estás segura, Corinne? -preguntó con voz muy suave.

– No lo se -respondió ella. De pronto se sintió estúpida, pero un recuerdo flotaba en su mente, un poco fuera de su alcance-. Hubo algo -agregó-. Sucedió una sola vez. Yo estaba allá, en el cementerio, con una amiga… ni siquiera recuerdo quién… y entró la niebla. Bueno, usted sabe lo fantasmal que puede ser un cementerio en la niebla. No sé… tal vez me dejé llevar por la imaginación, pero de pronto sentí algo. Nada que pueda señalar, en realidad… tan solo la sensación de que allí había algo, cerca de mí. Me quedé totalmente inmóvil, y cuanto más tiempo permanecía allí, más parecía acercarse lo que fuera.

Guardó silencio y se estremeció un poco por el frío que le causaba el recuerdo de aquella tarde brumosa.

– ¿Y tú crees que fue Amanda? -inquirió el médico.

– Bueno, algo fue -repuso Corinne.

– Tienes razón -admitió Carson con acritud-. Fue algo. Fue tu imaginación. Una niñita en un cementerio, en un día de niebla, y que ha crecido oyendo todos esos cuentos de fantasmas. ¡Me asombra que no hayas tenido una larga conversación con Amanda! ¿O la tuviste?

– Por supuesto que no -dijo Corinne, sintiéndose tonta ahora-. Ni siquiera la vi.

Carson la observaba.

– ¿Y tu amiga? ¿Sintió lo mismo que tú?

– ¡Por cierto que sí! -exclamó Corinne, sintiendo que se enfurecía. No creerle era una cosa… burlarse de ella era otra.- Y si quiere usted saberlo, no fuimos las únicas. Muchas tuvieron la misma sensación. Y éramos todas niñas, y teníamos todas doce años. Igual que Amanda. Y, por si no lo sabía, igual que Michelle Pendleton.

La mirada de Carson se endureció.

– Corinne -dijo con lentitud -, ¿sabes lo que estás diciendo?

Y súbitamente Corinne lo supo.

– Estoy diciendo que quizá los cuentos de fantasmas sean ciertos, y la razón por la cual todos dicen que no, es que antes nadie vio realmente a Amanda. Las únicas que sintieron siquiera su presencia fueron niñas de doce años y ¿quién cree en lo que ellas dicen? Todos saben que las niñas tienen imaginaciones desatadas, ¿verdad? Tío Joe, ¿y si no fue mi imaginación? ¿Y si algunas de nosotras sentimos realmente su presencia? ¿Y si Michelle no solo la sintió, sino que realmente la vio?

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