John Saul - Ciega como la Furia
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También June tuvo que obligarse a permanecer inmóvil, a mantener el rostro impasible, a soportar la interminable ceremonia. Ir al funeral había sido un error. Si Cal no hubiera insistido, ella jamás hubiera ido. Había discutido con él, pero inútilmente. El había insistido rígidamente en que Michelle no había tenido nada que ver con la muerte de Susan; por consiguiente no había motivos para que ellos no asistieran al funeral. June había tratado de razonar con él, había tratado de hacerle ver que para Michelle sería muy difícil sentarse en la iglesia, rodeada por todos los niños que habían sido sus amigos y escuchar la ceremonia. ¿Acaso Cal no se daba cuenta de eso? ¿No comprendía que no importaba que Michelle no le hubiera hecho nada a Susan? Lo que importaba era lo que la gente creía.
Pero Cal fue inconmovible. Por eso habían ido todos. June había oído a Constance Benson y estaba segura de que también Michelle la había oído. Había visto en los ojos de Estelle Peterson esa expresión de congoja, acusación y perplejidad.
Finalmente la ceremonia tocó a su fin. La congregación se puso de pie mientras el féretro era lentamente llevado por el pasillo, seguido por Estelle y Henry Peterson. Cuando pasaron frente a los Pendleton, Henry miró a Cal ceñudo, con ojos duros y desafiantes; Cal sintió una opresión en el estómago. Tal vez, pensó, June tuvo razón… tal vez no habríamos debido venir. Pero entonces, mientras los bancos empezaban a vaciarse en el pasillo, Bertha Carstairs se detuvo y le estrechó la mano.
– Yo… yo solo quiero que sepan -tartamudeó- que mi familia y yo lamentamos tanto todo eso. Parece que desde que ustedes vinieron a Paradise Point las cosas han… bueno… -Se le apagó la voz, pero se encogió de hombros de modo elocuente.
– Gracias -respondió Cal con suavidad-. Pero no importa. Ahora todo irá bien. A veces ocurren accidentes…
– ¡Accidentes! -Era Constance Benson, que apretaba con fuerza la mano de su hijo Jeff-. ¡Lo sucedido a Susan Peterson no fue ningún accidente!
Luego salió de la iglesia tempestuosamente, mientras el rostro de Cal se ponía mortalmentc pálido.
De pronto los Pendleton quedaron solos. June miró en torno, desvalida, buscando una cara amistosa, pero no la encontró. Hasta los Carstairs habían desaparecido, perdidos en la multitud alrededor de los Peterson.
– Vamonos -dijo-. ¿Por favor? Vinimos. Estuvimos aquí. Ahora, ¿no podemos irnos a casa?
Frente a ella, Michelle permanecía inmóvil, en silencio, mientras las lágrimas le corrían por la cara.
Corinne Hatcher se había escabullido de la iglesia con Tim y Lisa Hartwick, poco antes de terminar la ceremonia. A Corinne Hatcher no se le había ocurrido dejar de ir al funeral, pero sí se le había ocurrido que, si se quedaba después de la ceremonia, podía verse en una posición insostenible. Se esperaría de ella (en realidad, se la obligaría) que admitiera que en Paradise Point había muchas personas que pensaban que Michelle había"hecho" algo a Susan. Además, quizá hubiera que alinearse ya fuese con los Peterson o con los Pendleton. Pero por fin eso había terminado.
– Me pregunto si Michelle mató a Susan -dijo Lisa desde el asiento posterior del auto de Tim.
– No seas tonta -empezó Corinne, pero Lisa la interrumpió con presteza.
– Pues yo creo que lo hizo. Creo que los chicos tienen razón… está loca.
– Ya te lo he dicho antes, Lisa -dijo Tim con calma-. No hables de cosas sobre las cuales no sabes nada.
– Pero sí sé sobre ella. -La voz de Lisa empezó a cobrar ese tono lloriqueante que tanto irritaba a Corinne. Esta se volvió para mirar a la niña.
– Ni siquiera la conoces.
– ¡Sí que la conozco! Hablé con ella el otro día, allá en esc viejo cementerio, junto a su casa.
– Creí haberte dicho que no fueras allá -aunque la voz de Tim fue indulgente. Lisa no desconoció la reprimenda.
– No fui a su casa -declaró-. Solo fui al cementerio. ¿Qué culpa tengo si ella estaba allí?
– ¿Y por qué piensas que ella está loca? -preguntó.Tim.
– Solo por su modo de hablar. Cree que el fantasma que, según se dice, hay allí, es su amiga. Dijo que yo podía conocerla si quería.
– ¿Conocerla? -repitió Corinne, arrugando la frente-. ¿Quieres decir que Michelle creía que el fantasma estaba realmente allí?
Lisa se encogió de hombros.
– No sé. No vi nada. Pero cuando dije a Michelle que Amanda era un fantasma, se enojó de veras. -Lisa empezó a reírse entre dientes-. Está loca -agregó y se puso a repetir esta palabra con un extraño canturreo-. ¡Lo-ca, lo-ca, lo-ca!
Corinne, harta ya de escucharla, exclamó secamente:
– ¡Basta ya, Lisa!
Lisa quedó callada, como si la hubieran golpeado. Tim lanzó a Corinne una mirada de reproche, pero nada dijo hasta que llegaron a su casa y Lisa se fue a su cuarto.
– Corinne -dijo cuando se quedaron solos-. Quisiera que dejes la disciplina en mis manos.
– Está consentida -respondió enseguida Corinne-. Y tú lo sabes. Si no haces algo al respecto, terminará en aprietos. -La tristeza en la mirada de Tim la hizo retroceder. El tema de Lisa era demasiado doloroso para él. Y por el momento había un tema de interés más inmediato.- Quiero que hables con Michelle acerca de esa amiga imaginaria suya -dijo.
Tim quedó pensativo un instante; después asintió con la cabeza.
– Una amiga imaginaria a su edad… de donde quiera que venga… es anormal sin duda. No quiero emplear las palabras de Lisa, pero es posible que Michelle esté muy trastornada.
– Tim -dijo Corinne con lentitud-. ¿Supon que Michelle no esté… trastornada, como dices tú, y supon que en realidad no haya inventado una amiga imaginaria? ¿Supon que Amanda sea realmente un fantasma?
Tim Hartwick la miró extrañado.
– Pero eso es imposible, claro está -dijo. Su tono no dejó lugar para la discusión.
Michelle cerró el libro y lo apartó. Por más que se esforzaba, no lograba olvidarse del funeral. La manera en que la había mirado la gente. La había hecho sentirse como un fenómeno. Estaba cansada de sentirse como un fenómeno.
Torpemente se levantó de su sillón. Se desperezó, luego fue cojeando hasta la ventana. La luz del crespúsculo otoñal, apagándose con rapidez, coloreaba el mar de un gris metálico, y el cielo, cuyo tinte rojizo se esfumaba en el azul oscuro del anochecer, parecía estar bajo esa noche. Abajo se veía el estudio de su madre, cuyos contornos se enturbiaban con la creciente oscuridad. Michelle lo contempló fijamente, casi como si esperara que sucediese algo. Y sin embargo, ¿qué podía suceder? El estudio estaba desierto… abajo oía las voces de sus padres, ocasionalmente puntuadas por los alegres chillidos de Jennifer.
Jennifer.
Michelle pronunció el nombre para sí, y se preguntó cómo podía haber pensado que era un lindo nombre. Después lo dijo en voz alta, escuchando las sílabas. Decidió que detestaba ese nombre. Súbitamente, como si su hostilidad hubiese fluido de manera directa hasta la pequeña, Jenny empezó a llorar.
Michelle escuchó un momento los sonidos; después, cuando se aquietaron, levantó su libro y se estiró sobre la cama. Lo abrió en el pasaje que había dejado pocos minutos antes y empezó a leer.
De nuevo oyó berrear a Jennifer.
Dejando el libro en su mesa de noche, Michelle maniobró cuidadosamente para salir de la cama y, tomando su bastón, abandonó su cuarto y empezó a bajar la escalera.
Apartando la vista de su bordado, June escuchó el ruido del bastón de Michelle; luego habló en voz baja a su esposo.
– Está bajando.
Cal, que tenía a Jennifer en las rodillas y estaba jugando con los dedos de sus pies, no contestó nada.
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