John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Procuró convencerse de que lo dicho por la señorita Hatcher era lo cierto, que pronto sus condiscípulos se acostumbrarían a su cojera y encontrarían otra cosa de que hablar, otra persona de quien reírse. Pero al andar, con la cadera más dolorida a cada paso, supo que no era verdad. Ella no mejoraría… iba a empeorar.

Cuando llegó al camino del risco se detuvo y se apoyó un rato en su bastón, contemplando el mar, observando las gaviotas que se remontaban fácilmente sobre el viento.

Deseó ser un pájaro para poder volar también, volar en alto sobro el mar, volar lejos y nunca volver a ver a nadie. Pero no podía volar, ni siquiera podría correr jamás otra vez. Echó a andar con una cojera más pronunciada que nunca.

Al pasar por el cementerio, oyó una voz:

– ¡ Lisiada… lisiada… lisiada!

Antes ya de mirar, supo quién era. Se quedó inmóvil, luego finalmente se volvió para enfrentar a Susan Peterson.

– Termina con eso.

– ¿Por qué? -gritó Susan con voz burlona-. ¿Qué harás para evitarlo? ¡Lisiada!

– No tendrías que estar en el cementerio -comentó Michelle, procurando contener la furia que crecía en ella.

– Puedo ir adonde quiera y hacer lo que quiera -se mofó Susan-. ¡Yo no soy renga como algunas personas!

Las palabras resonaron en los oídos de Michelle, aguijoneándola, lastimándola, penetrando en ella. En su interior creció la furia, y de nuevo la niebla empezó a cerrarse alrededor de ella. Pero entonces con la niebla llegó Amanda. Pudo sentir a Amanda antes de oírla, pudo sentir su presencia junto a ella, sosteniéndola. Y luego Mandy empezó a susurrarle.

– No le permitas decir cosas como esas -decía Mandy-. Hazla callar. ¡Haz que tenga la boca cerrada!

Michelle penetró en el cementerio, enredándose los pies en la maleza, con su bastón más de estorbo que de ayuda. Pero a su lado podía sentir a Mandy, fortaleciéndola, dándole bríos.

Y a través de la niebla podía ver la cara de Susan Peterson que ya no sonreía, muerta en sus labios la risa.

– ¿Qué estás haciéndo -susurró-. No te me acerques.

Michelle siguió andando, arrastrando su pierna coja, olvidando su dolor, golpeando con su bastón las zarzas y piedras a su paso, sin hacer caso de lo que decía Susan, escuchando solamente las palabras de aliento de Mandy.

Al acercarse Michelle, Susan empezó a retroceder.

– Apártate de mí -clamó-. Déjame tranquila. ¡Déjame tranquila!

Con el rostro contraído en una máscara de miedo, se volvió de nievo y echó a correr a través del camposanto, huyendo hacia la arremolinada niebla gris. Implacable, Michelle se lanzó tras ella.

– Quédate aquí -le susurró Amanda-. Tú quédate aquí y déjame hacerlo. Quiero hacerlo…

Entonces también ella desapareció y Michelle quedó repentinamente sola, inmóvil en el abandonado cementerio, apoyada en su bastón mientras la gris humedad de la bruma flotaba a su alrededor.

Cuando se lo oyó, el grito fue apagado, flotando casi suavemente a través de la niebla, después, de nuevo, solo hubo silencio.

Michelle permaneció quieta, escuchando, aguardando. Cuando de nuevo oyó la voz de Amanda, pudo sentir a la extraña niña otra vez cerca de ella, casi dentro de ella.

– Lo hice -susurró Mandy-. Te dije que lo haría y lo hice.

Con estas palabras repercutiendo en su cabeza, Michelle echó a andar lentamente hacia su casa. Cuando llegó a la vieja morada, el sol brillaba otra vez desde un claro cielo otoñal, y el único ruido que oyó fue el de las gaviotas al chillar.

CAPITULO 17

En la Clínica había sido un día tranquilo. El último paciente se había marchado y ahora estaban los dos solos. Josiah Carson sacó una botella de whisky de un cajón del escritorio y llenó dos vasos. Este era uno de sus rituales favoritos… un trago a la tarde en días tranquilos.

– ¿Alguna novedad en casa? -preguntó como al descuido.

– No sé con seguridad a qué se refiere -respondió Cal Pendleton.

"Eres un hombre sereno", pensó para sí Carson. "Pero te está afectando. Puedo verlo en tus ojos". Cuando habló lo hizo con voz amistosa.

– Pensaba en Michelle. ¿Alguna idea nueva sobre lo que está causando esa cojera?

Antes de que Pendleton pudiera contestar, sonó el teléfono en la oficina exterior. Carson maldijo en voz baja.

– Lo de siempre… se va la enfermera y suena el telefono -comentó. Como no dio señales de atenderlo, Cal se estiró y levantó el auricular.

– Aquí la Clínica -dijo.

– ¿Está allí el doctor Carson? -inquirió una agitada voz. Cal tuvo la seguridad de reconocer a la que llamaba.

– Habla el doctor Pendleton, señora Benson. ¿Puedo serle útil?

– Pregunté por el doctor Carson -respondió secamente Constance Benson, con voz amplificada por la irritación-. ¿Se encuentra allí?

Tapando la bocina, Cal entregó el teléfono a Josinh.

– Es Constance Benson, está alterada y solo quiere hablar con usted.

Josiah recibió el teléfono.

– Constance, ¿cuál es el problema?

Mientras el anciano doctor escuchaba a la señora Benson, Cal observaba su rostro. Al verlo palidecer, el miedo empezó a dominar a Cal.

– Llegaremos enseguida -oyó decir a Carson-. No haga usted nada… cualquier cosa que intentara hacer podría empeorar más las cosas.

Colgó el teléfono y se incorporó.

– ¿Le pasa algo a Jeff?

Carson sacudió la cabeza al responder.

– Susan Peterson. Llama una ambulancia y partamos. Te lo contaré en el camino.

– Ruego a Dios que la ambulancia llegue aquí a tiempo -dijo sombríamente Cal Pendleton.

Salieron velozmente de la aldea; los neumáticos de su automóvil chirriaron al tomar al sur por el camino de la caleta.

– Dudo de que la necesitemos -replicó Carson con el rostro inmovilizado en torvas arrugas-. Si es cierto lo que dijo Constance, no habrá mucho que podamos hacer.

– Pero ¿qué ocurrió? -quiso saber Pendleton.

– Susan cayó del risco. Salvo que, por lo que dijo Constance, no cayó exactamente. Según Constance, cruzó corriendo el borde.

– ¿Corriendo? ¿Quiere usted decir… corriendo? -tartamudeó Cal. ¿Qué podía haber querido decir esa mujer?

– En efecto. A menos que yo no le haya entendido bien. Es posible… Está muy alterada.

Antes de que Carson pudiera decir a Pendleton todo lo que había dicho Constance, llegaron a casa de los Benson. Constance los esperaba en la galería, pálida, retorciendo nerviosamente su delantal con las manos.

– Está en la playa -gritó mientras ellos bajaban del automóvil-. Por favor… jdense prisa! No sé si… si…

Su voz, desvalida, se apagó. Josiah Carson se acercó a ella diciendo a Cal que fuese a la playa y viese qué podía hacer por Susan Peterson.

– Detrás de la casa hay un sendero. Es el camino más rápido para bajar, y Susan debe de estar unos cien metros al sur.

Automáticamente los ojos de Cal escudriñaron el risco hacia el sur.

– ¿Quiere usted decir por el cementerio? -preguntó. Josiah asintió con la cabeza.

– No se sorprenda por lo que encuentre… el risco baja en línea recta por allí.

Echando mano a su maletín, Cal se puso en marcha. Ya podía sentir que el pánico lo dominaba. Se defendió de él, repitiéndose una y otra vez: "Ella ya está muerta. No puedo hacerle daño. No puedo hacerle nada. Ya está muerta". A medida que introducía estas palabras en su conciencia, el pánico comenzó a disminuir. El sendero, muy parecido al que había en su propia vivienda, era empinado y áspero, describiendo varias curvas cerradas, al pasar serpenteando a la playa. Medio corriendo, medio resbalando Cal bajó por el sendero, mientras involuntariamente sus pensamientos evocaron otra tarde, apenas cinco semanas atrás, cuando también había pasado corriendo una senda hacia la playa.

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