John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– ¿A qué te refieres? -preguntó Michelle evasivamente.

– A que hayas elegido ese nombre para tu muñeca. Quiero decir que esa habría podido ser la muñeca de ella, olvidada muchos años en ese estante, esperando solamente a que tú la encontraras.

– Qué estupidez -exclamó categóricamente Michelle, pues no quería admitir que lo dicho por Sally era exactamente lo que ella misma había estado pensando-. Habría podido darle cualquier nombre a esa muñeca.

– Pero no lo hiciste -insistió Sally-. La llamaste Amanda. Debe haber habido una razón.

– Fue solamente una coincidencia. Además, Jeff ha vivido aquí toda su vida, y si hubiera un fantasma, él lo habría visto.

– Tal vez lo vio -dijo Sally pensativa-. Tal vez por eso no quiere ir a tu casa.

– No viene porque está ocupado. Tiene que ayudar a su madre -se apresuró a decir Michelle. Su voz se estaba volviendo estridente, y se sintió encolerizada. ¿Por qué hablaba así Sally?- ¿No podemos hablar de otra cosa? -inquirió.

Sally la miró con curiosidad, luego sonrió.

– Bueno. De todos modos, empiezo a asustarme yo misma.

Agradecida por la comprensión de su amiga, Michelle extendió una mano y apretó amistosamente el brazo de Sally.

– ¡Ay! -chilló Sally, dando un respingo y apartándose de Michelle.

"Su brazo", pensó Michelle. "Otra vez le duele el brazo, igual que la semana pasada. Pero, no le sucedió nada, hoy no". Michelle se estremeció, aunque tuvo cuidado de no demostrar su repentina inquietud.

– Perdona -dijo, frotando ligeramente el brazo de Sally-. Pensé que ya estaba mejor.

– Yo también lo pensé -replicó Sally, mirando hacia el cementerio-. Pero parece que no. -Repentinamente quiso alejarse de ese lugar-. Volvamos a tu casa -pidió-. Esto me está dando escalofríos.

Las dos niñas se encaminaron de prisa a la antigua casa en el risco. Cuando llegaron a la puerta trasera, Michelle se estremeció un poco, mirando la niebla de la tarde que se juntaba en el aire, sobre el mar. Después abrió la puerta de un tirón y entró en pos de Sally.

– Papá…

Los Pendleton se hallaban reunidos en la sala delantera, en una habitación que habían adoptado rápidamente como guarida familiar, debido a que la sala de recibo por ser demasiado grande y oscura, no era de su agrado. Cal Pendleton estaba sentado en su sillón grande, con los pies apoyados en un escabel, y Michelle estirada en el suelo, cerca de él, con un libro abierto delante. Estaba apoyada en los codos, con la barbilla descansando en las palmas de sus manos; Cal no podía entender cómo no le dolía el cuello. "La flexibilidad juvenil", decidió. En un sillón antiguo de aspecto espantosamente duro, al lado de la chimenea, June tejía laboriosamente un abrigo para el futuro hijo, alternando las rayas -azules y rosadas- para mayor seguridad.

– ¿Qué? -repuso Cal, todavía concentrado en la revista médica que estaba leyendo.

– ¿Crees en los fantasmas?

Cal apartó la mirada de la página que venía leyendo. Mirando a su esposa, vio que June había abandonado su tejido. Con una sonrisa vacilante, se volvió hacia su hija.

– ¿Si creo en qué? -preguntó.

– ¿Crees en fantasmas?

La sonrisa de Cal se apagó al comprender que Michelle hablaba en serio. Cerró entonces la revista, preguntándose qué había originado una pregunta tan extraña.

– ¿No hablamos de eso hace cinco años? -preguntó con indulgencia-. ¿Alrededor de -la misma época en que hablamos de Santa Claus y el conejo de Pascua?

– Bueno, tal vez no fantasmas -titubeó Michelle-. No como esos, de todas maneras. Espíritus, supongo.

– ¿De qué estás hablando? -intervino June. Michelle empezó a sentirse tonta. En ese momento, en la tibieza y la comodidad del cuchitril, las ideas que la habían preocupado toda la tarde parecían necias. Tal vez no habría debido mencionarlas para nada. Reflexionó un momento, luego decidió contarles lo sucedido.

– ¿Conocen ese viejo camposanto que está entre aquí y la casa de los Benson? -empezó-. Sally me lo mostró hoy.

– No me digas que viste fantasmas en el camposanto -exclamó Cal.

– No, no los vi -repuso Michelle desdeñosamente-. Pero allí hay una lápida extraña. Tiene… tiene el nombre de mi muñeca antigua.

– ¿Amanda? -dijo June-. Sí que es extraño.

Michelle asintió con la cabeza.

– Y dice Sally que en esa tumba no hay ningún cuerpo. Dice que Amanda fue una niña ciega que se cayó del risco hace mucho tiempo.

Vaciló un instante, sin saber bien si debía continuar. Intuyendo su indecisión, Cal la apremió.

– ¿Qué más dijo Sally?

– Dijo que algunos chicos creen que el fantasma de Amanda sigue estando por aquí -respondió Michelle con voz queda.

– No le creíste, ¿o sí? -preguntó CaL

– No… -repuso Michelle, pero en su tono de voz se notó que río estaba segura.

– Pues puedes creerme, princesa -declaró Cal-. No existen fantasmas, espíritus, cucos, aparecidos, poltergeists ni otros desatinos semejantes, y no debes permitir que nadie te diga que los hay.

– Pero es misterioso que yo haya bautizado Amanda a la muñeca -protestó Michelle-. Sally piensa que la muñeca inclusive puede haberle pertenecido.

– Es una mera coincidencia, cariño -June levantó su tejido, contó velozmente sus puntos y reanudó su labor-. Esas cosas pasan a cada rato. Así empiezan los cuentos de fantasmas. Algo extraño sucede, por pura coincidencia, pero hay personas que se niegan a creer que haya sido por simple casualidad. Quieren creer que hay otra cosa… suerte, fantasmas, destino, lo que sea. -Al ver que Michelle seguía sin estar convencida, June abandonó de nuevo su tarea-. Está bien -dijo-. ¿Cómo fue que elegiste el nombre para tu muñeca?

– Bueno, quería un nombre que sonara anticuado… empezó Michelle.

– Bien. Así quedan fuera muchos nombres. El tuyo, el mío, y muchos otros que no suenan anticuados. Los anticuados como Agatha, Sophie y Prudence…

– Son todos feos -protestó Michelle.

– Lo cual reduce todavía más la lista -razonó June-. Ahora bien: querías un nombre que fuera "anticuado" pero no feo, y si empiezas con la A, como hacemos casi todos, casi el primero que se te ocurre es…

– ¡Amanda! -terminó Michelle, sonriendo-. Y yo creí que se me había ocurrido, simplemente -murmuró.

– Bueno, en cierto modo así fue -dijo June-. La mente funciona tan rápido, que ni siquiera te diste cuenta de que había pasado por tanto razonamiento. Y así, encanto, es como nacen los cuentos de fantasmas… ¡por coincidencias! Ahora vete a la cama o mañana te quedarás dormida en la escuela.

Michelle se puso de pie y se acercó a su padre. Le deslizó los brazos en torno al cuello y lo abrazó diciendo:

– A veces soy realmente tonta, ¿verdad?

– No más que el resto de nosotros, princesa -repuso Cal. La besó dulcemente, luego le dio una palmada en el trasero-. Vamos, vete a la cama.

Escuchó subir a Michelle, luego miró a su esposa con afecto.

– ¿Cómo lo haces? -preguntó admirado.

– ¿Cómo hago qué? -respondió distraída June.

– Pensar explicaciones lógicas de cosas que no parecen lógicas.

– Talento -replicó June-. Solo talento. Además, si te hubiera dejado pensar una explicación, habríamos estado levantados toda la noche, y habríamos terminado creyendo todos en fantasmas.

Se puso de pie y empujó las brasas, acomodándolas abajo, sobre la parrilla, mientras Cal apagaba las luces. Después, tomados de la mano, también ellos subieron la escalera.

Acostada en su cama, Michelle escuchaba los sonidos de la noche… el oleaje que golpeaba la playa, abajo; los últimos grillos del verano que chirriaban felices en la oscuridad, la ligera brisa murmurando en los árboles, alrededor de la casa. Pensaba en lo que había dicho su madre. Tenía sentido. Y sin embargo… parecía haber algún error en la explicación. Tenía que haber algo más. "Qué tontería", se dijo. "No hay nada más”. Pero mientras los ruidos nocturnos la arrullaban al dormirse, Michelle tuvo la sensación de que sí había otra cosa.

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