John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Tim prefería creer que los problemas de Lisa derivaban del hecho de que era "diferente" de sus amigos en la escuela: su madre había muerto cinco años atrás. Con generosidad Corinne admitía que eso era cierto, en parte. La muerte de su madre había sido dura para Lisa, más dura todavía que para Tim.

A los seis años había sido demasiado pequeña para entender lo sucedido; hasta el final se había negado a creer que su madre se estaba muriendo, y cuando por último sucedió lo inevitable, había sido casi demasiado para ella. Había culpado a su padre, y Tim, angustiado, había empezado a malcriarla. De una feliz niña de seis años, Lisa se había convertido en una de once huraña, rebelde, indiferente y solitaria.

– ¿Tienes que ir a tu casa esta tarde? -preguntó cuidadosamente Corinne, esperando que Tim no siguiera la cadena de pensamientos que la habrían llevado a una pregunta que parecía fuera de lugar.

Repentinamente, como si los pensamientos de Corinne la hubiesen convocado, Lisa entró en el aula. Lanzó una rápida mirada a Corinne. Su cara, que habría debido ser bonita, estaba fruncida en una expresión de sospecha y hostilidad. Corinne se obligó a sonreírle, pero los oscuros ojos de Lisa, casi ocultos bajo un flequillo demasiado largo, no mostraron la menor inclinación de amistad. Se volvió con presteza hacia su padre. Cuando habló, sus palabras sonaron, para Corinne, más como un ultimátum que como un pedido.

– Voy a casa de Alison Adams, y cenaré allí. ¿Tienes inconveniente?

Aunque arrugó el entrecejo, Tim aceptó los planes de Lisa. Con una sonrisita de satisfacción, Lisa abandonó el aula tan rápido como había entrado. Cuando se hubo marchado, Tim se mostró pesaroso.

– Bueno, parece que dispongo del resto del día -dijo.

Había querido compartir la tarde con su hija, pero en su voz no había amargura, solamente tristeza y derrota.

Entonces, viendo la expresión desaprobatoria de Corinne, procuró salir del paso.

– Por lo menos me dijo qué se propone -comentó irónicamente. Sacudió la cabeza-. Soy bastante buen psicólogo, pero como padre no soy gran cosa, ¿eh?

Corinne decidió no hacer caso de la pregunta. De no ser por Lisa y por su evidente antipatía hacia Corinne, era probable que Tim y ella se hubieran casado dos años atrás. Pero Lisa manejaba a Tim y, con gran regocijo, había logrado convertirse en un punto sensible entre Corinne y Tim.

– Compré unos filetes -dijo con animación, enlazando un brazo con el de Tim y conduciéndolo hacia la puerta-, por si acaso podías venir esta noche. Bueno, salgamos de aquí.

Juntos abandonaron el edificio de la escuela. Cuando salieron a la clara tarde estival, Corinne aspiró profundamente el aire dulce y cálido, contemplando feliz los robles y arces que se extendían con hojas todavía de un verde brillante.

– Esto me encanta -exclamó-. ¡De veras que sí!

– Esto me encanta… ¡de veras que sí! -exclamó Michelle, repitiendo, sin saberlo, las palabras que acababa de pronunciar su maestra.

Junto a ella, Sally Carstairs y Jeff Benson cambiaron una mirada y giraron los ojos hacia arriba, disgustados.

– Este pueblo es un estanque -se quejó Jeff-. Aquí nunca pasa nada.

– ¿Adonde preferirías vivir? -lo interpeló Michelle.

– En Wood's Hole -anunció Jeff sin vacilar.

– ¿Wood's Hole? -repitió Sally-. ¿Qué es eso?

– Quiero ir a la escuela allá -dijo plácidamente Jeff-. Al instituto de Oceanografía.

– ¡Qué aburrido! -exclamó Sally con vivacidad-. Y probablemente no sea diferente de Paradise Point. Estoy impaciente por irme de aquí.

– Lo más probable es que no lo hagas -se burló Jeff-. Seguramente morirás aquí, como todos los demás.

– No, yo no -insistió Sally-. Tú espera, nada más, ya verás.

Los tres iban caminando por el risco. Cuando estaban cerca del domicilio de los Pendleton, Michelle preguntó a Jeff si quería ir con ella a su casa.

Al mirar hacia la suya, Jeff vio a su madre de pie en la puerta observándolos. Entonces desvió la mirada, que pasó por el antiguo cementerio hasta detenerse en el techo de la casa de los Pendleton, apenas visible detrás dé los árboles. Recordó todo lo que su madre le había dicho con respecto al cementerio y a aquella casa.

– Me parece que no -decidió-. Prometí a mamá que cortaría el césped esta tarde.

– Oh, vamos -le insistió Michelle-. Nunca vienes a mi casa.

– Lo haré -repuso Jeff-. Pero hoy no. Es que… es que no tengo tiempo.

Un brillo travieso apareció en los ojos de Sally, que codeó a Michelle antes de preguntar con voz cuidadosamente inocente:

– ¿Qué ocurre? ¿Acaso le tienes miedo al cementerio?

– No, no le tengo miedo al cementerio -respondió bruscamente Jeff.

Ya estaban frente a su casa y él se disponía a entrar por la calzada. Sally lo detuvo con sus palabras hirientes, aunque las dirigió a Michelle.

– Se supone que hay un fantasma en el cementerio. Es probable que Jeff le tenga miedo.

– ¿Un fantasma? -repitió Michelle-. Nunca oí decir eso.

– De todos modos, no es cierto -le dijo Jeff-. He vivido acá toda mi vida, y si hubiera un fantasma, yo lo habría visto, y no lo vi, así que no hay ningún fantasma.

– Que tú lo digas no quiere decir que sea así -adujo Sally.

– Y que tú digas que hay un fantasma tampoco quiere decir que lo haya -replicó Jeff-. Hasta mañana.

Dándose vuelta, entró por la calzada; luego saludó con la mano a Michelle cuando ella le gritó "adiós". Cuando él desapareció dentro de su casa, las dos niñas continuaron su paseo, saliendo del camino, a instancias de Sally, para seguir la senda que bordeaba la orilla del risco. De pronto Sally se detuvo y sujetó a Michelle con un brazo mientras con el otro señalaba-. ¡Allí está el camposanto! ¡Entremos!

Michelle contempló el diminuto cementerio, cubierto de maleza. Hasta ese día, apenas si lo había visto desde el automóvil.

– Pues no sé -dijo, escudriñando inquieta los descuidados sepulcros.

– Oh, vamos -insistió Sally -. Entremos.

Y echó a andar hacia un sitio donde la baja cerca de estacas que rodeaba el cementerio se había caído al suelo. Michelle iba a seguirla cuando se detuvo diciendo:

– Tal vez no deberíamos.

– ¿Por qué no? ¡Puede que veamos al fantasma!

– Los fantasmas no existen -declaró Michelle-. Pero me parece simplemente que no deberíamos entrar. ¿Quiénes están sepultados allí, de todos modos?

– Muchísima gente. Principalmente la familia de tío Joe. Todos los Carson están enterrados aquí. Salvo los últimos… que están sepultados en el pueblo. Ven… las lápidas son sensacionales.

– Ahora no -repuso Michelle, buscando en su mente algún modo de distraer a Sally. Aunque no estaba segura del por qué, el camposanto la atemorizaba-. Tengo hambre. Vamos a mi casa y comamos algo. Después, quizá más tarde, podemos volver aquí.

Sally se mostró reacia a abandonar la expedición, pero ante la insistencia de Michelle, aceptó. Las dos niñas siguieron un rato por el sendero, en un silencio inquieto que finalmente Michelle rompió.

– ¿Realmente se supone que hay un fantasma?

– No estoy segura -replicó Sally-. Algunos dicen que lo hay y algunos dicen que no.

– ¿Quién se supone que es el fantasma?

– Una niña que vivió aquí hace mucho tiempo.

– ¿Qué le pasó? ¿Por qué está todavía aquí?

– No lo sé. Creo que nadie lo sabe. Nadie está seguro siquiera de si ella está realmente aquí o no.

– ¿La viste alguna vez?

– No -repuso Sally, con un titubeo tan leve, que Michelle no supo con certeza si realmente había existido.

Pocos minutos más tarde, las dos niñas penetraron ruidosamente por la puerta del fondo a la enorme cocina, donde June amasaba un pan.

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