John Saul - Ciega como la Furia
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– ¿Tienen hambre? -preguntó.
– Sí, sí.
– Hay bizcochitos en el frasco y leche en el refrigerador. Pero antes lávense las manos. Las dos.
June volvió a su masa, sin hacer caso de la mirada de exasperación que cambiaron Michelle y Sally ante ese recordatorio de la infancia que ya tenían prisa por dejar atrás. Sin embargo, ninguna de ellas pensó en la posibilidad de desconocer la orden. Un instante después, June oyó correr el agua en el fregadero de la cocina.
– Estaremos arriba, en mi cuarto -anunció Michelle, mientras llenaba dos vasos con leche y amontonaba bizcochitos en un plato.
– Con tal que no llenen todo de migas -dijo plácidamente June, sabiendo que ellas se miraban de nuevo.
– ¿Tu madre es así también? -preguntó Michelle mientras subían la escalera.
– Peor -declaró Sally-. La mía aún me obliga a comer en la cocina.
– ¿Qué se puede hacer? -suspiró Michelle sin esperar respuesta.
Condujo a Sally a su habitación y cerró la puerta. Sally se echó sobre la cama exclamando:
– Me encanta esta casa. Y este cuarto, y los muebles y… -Su voz se detuvo de pronto y sus ojos se fijaron en la muñeca instalada en el alféizar de la ventana.- ¿Qué es eso? -susurró-. ¿Es nueva? ¿Cómo es posible que no la haya visto antes?
– Estaba allí mismo la última vez que estuviste aquí -replicó Michelle.
Sally se levantó y cruzó el cuarto.
– ¡Michelle, parece antiquísima!
– Lo es, creo -asintió Michelle-. La encontré en el armario cuando nos mudamos. Se hallaba en un estante, bien atrás.
Sally levantó la muñeca, examinándola cuidadosamente.
– Es hermosísima -dijo con suavidad-. ¿Cómo se llama?
– Amanda.
Sally miró a Michelle con ojos dilatados.
– ¿Amanda? ¿Por qué la bautizaste así?
– No lo sé. Solo quería un nombre a la antigua, y el de Amanda… bueno, se me ocurrió, creo.
– Qué misterioso -dijo Sally, sintiendo que se le hacía piel de gallina-. Así se llama el fantasma.
– ¿Qué? -preguntó Michelle. No tenía sentido.
– Así se llama el fantasma -repitió Sally-. El nombre está en una de las lápidas. Ven conmigo, te lo mostraré.
CAPITULO 5
Sally iba adelante cuando las dos niñas abandonaron el sendero y se dirigieron hacia la ruinosa cerca que rodeaba el cementerio.
Era un solar diminuto, de apenas quince metros cuadrados, y las tumbas parecían olvidadas. Muchas lápidas habían sido derribadas, o habían caído, y casi todas las que seguían en pie tenían un aspecto inestable, como si solo esperaran una buena tormenta para abandonar su solitaria custodia de los muertos. Un roble dañado por los rayos, seco desde hacía mucho, se erguía esqueléticamente en el centro del solar, extendiendo desamparadamente sus ramas hacia el cielo. Era un lugar siniestro, y Michelle vacilaba en entrar.
– Ten cuidado -advirtió Sally a Michelle-. Hay clavos que sobresalen y no se los ve entre la maleza.
– ¿Nadie se ocupa de este lugar? -preguntó Michelle-. Los cementerios de Boston nunca tienen este aspecto.
– No creo que a nadie le importe ya -respondió Sally-. Tío Joe dice que a él ni siquiera lo enterrarán aquí… dice que hacerse enterrar es una pérdida de tiempo y no hace más que ocupar mucho terreno que podría usarse para otra cosa. Una vez amenazó inclusive con retirar todas las lápidas y dejar que el pasto creciera aquí.
Michelle se detuvo mirando a su alrededor.
– Más valdría que lo hubiera hecho -comentó-. Esto da escalofríos.
Michelle esquivó la maraña de malezas al cruzar el camposanto.
– Espera a ver lo que hay por aquí.
Michelle estaba por seguirla cuando de pronto sus ojos se posaron en una de las lápidas. Se alzaba en un ángulo extraño, como si estuviese por caer bajo su propio peso. Lo que había atraído los ojos de Michelle era la inscripción. La volvió a leer:
LOUISE CARSON Nacida 1850
MUERTA EN EL PECADO 1880
– ¿Sally?
Delante de ella, Sally Carstairs se detuvo y se volvió para ver qué había ocurrido.
– ¿Alguna vez viste esto? -continuó Michelle, señalando una lápida.
Ya antes de regresar a mirar, Sally supo cuál era. Segundos más tarde estaba de pie junto a Michelle, contemplando con fijeza la extraña inscripción.
– ¿Qué significa? -preguntó Michelle.
– ¿Cómo voy a saberlo?
– ¿Lo sabe alguien?
– Lo ignoro -repuso Sally-. Una vez le pregunté a mi madre pero tampoco ella sabía. Fuera lo que fuese, sucedió hace cien años.
– Pero es horripilante -dijo Michelle-. ¡"Muerta en el pecado"! ¡Suena tan… tan puritano!
– Y bueno, ¿qué esperabas tú? ¡Esto es Nueva Inglaterra!
– Pero, ¿quién fue ella?
– Una antepasada del tío Joe, supongo. Todos los Carson lo fueron. -Tomó el brazo a Michelle y la tironeó diciendo:- Ven conmigo… la que yo quería mostrarte está allá, en el rincón.
De mala gana, Michelle se dejó apartar de la extraña sepultura, pero mientras se abría paso a través del cementerio, seguía pensando en la peculiar inscripción. ¿Qué podía querer decir? ¿Quería decir algo? Entonces Sally se detuvo señalando.
– Allí -susurró a Michelle-. Mira eso.
Los ojos de Michelle exploraron el terreno adonde señalaba Sally. Al principio no vio nada. Luego, casi perdida bajo las zarzas, vio una pequeña losa de piedra. Se arrodilló y apartó a un costado las espinosas ramas, quitando el polvo de la piedra con la mano libre.
Era un simple rectángulo de granito, sin adornos y gastado por los años. En él se leía una sola palabra:
AMANDA
Michelle aspiró bruscamente el aliento; después examinó la piedra con más atención, pensando que debía tener grabado algo más que solamente el nombre. No lo tenía.
– No comprendo -susurró-. No dice cuándo nació, y cuándo murió, ni su apellido ni nada. ¿Quién era?
Con ojos dilatados Michelle miró fijamente a Sally quien se arrodilló con presteza junto a ella.
– Era una niña ciega -repuso Sally en voz baja-. Debe de haber sido de la familia Carson. Y debe de haber vivido aquí hace mucho tiempo. Dice mi madre que cree que se cayó un día del risco.
– Pero ¿por qué en la lápida no figura su apellido, ni cuándo nació, ni cuándo murió? -insistió Michelle, cuyos ojos, que reflejaban su fascinación, estaban fijos en la gastada losa de granito.
– Porque no está enterrada aquí -susurró Sally-. Jamás encontraron su cuerpo. Debe haber sido arrastrada al mar o algo así. De todos modos, mamá me contó que pusieron esta piedra aquí tan solo como cosa temporaria. Pero como nunca encontraron su cuerpo, jamás colocaron una verdadera lápida.
Michelle sintió que un escalofrío la atravesaba.
– Ahora jamás encontrarán el cuerpo -dijo.
– Lo sé. Por eso dicen que el fantasma estará siempre por aquí. Los chicos dicen que Amanda no se irá hasta que se encuentre su cuerpo. Y como el cuerpo nunca será encontrado…
La voz de Sally calló, mientras Michelle procuraba absorber lo que acababa de escuchar. Casi involuntariamente extendió la mano y la posó un momento sobre la piedra; después la retiró con rapidez y se incorporó diciendo:
– Los fantasmas no existen. Ven, vamos a casa.
Decidida, se dispuso a salir del cementerio, pero cuando advirtió que Sally no la seguía, se detuvo y miró atrás. Sally estaba todavía arrodillada junto al extraño monumento, pero cuando Michelle la llamó, se puso de pie y corrió hacia ella.
Ninguna de las niñas habló hasta que estuvieron fuera del cementerio y de regreso a la casa de los Pendleton.
– Tendrás que admitir que es misterioso -dijo Sally.
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