John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Su voz se apagó désvalidamente.

– Está bien -le dijo Corinne con dulzura-. Sé cómo pueden ocurrir cosas así, especialmente cuando todo es nuevo y desconocido. Ve afuera y cuando vuelvas, cambiaré de asiento a todos. -Hizo una pausa un momento y luego agregó:- ¿Con quién te gustaría sentarte?

– Pues… con Sally, creo, o con Jeff. Son las únicas personas que conozco.

– Veré qué puedo hacer -prometió Corinne Hatcher-. Ahora, anda… quedan solo diez minutos.

Nada segura de haber hecho lo debido, Michelle salió lentamente al patio de la escuela. Bajo un arce grande, en un grupo, Sally Carstairs, Susan Peterson y Jeff Benson parecían estar discutiendo acerca de algo. Sintiéndose terriblemente avergonzada, Michelle se acercó al grupo, y no se sorprendió cuando, al aproximarse ella, dejaron de hablar. Sally sonrió y la llamó, pero Susan Peterson, sin hacerle caso, se fue rápidamente en la dirección opuesta.

– ¿Susan está enojada conmigo? -preguntó ansiosamente Michelle. Sally se encogió de hombros.

– ¿Y qué, si lo está? Ya se le pasará. -Luego, antes de que Michelle pudiera decir algo más al respecto, Sally cambió de tema-. ¿No te parece sensacional la señorita Hatcher? ¡Y espera hasta que veas a su novio! Es un sueño, no hay palabras.

– ¿Quién es?

– El señor Hartwick. Es psicólogo -le dijo Sally-. Aquí viene una sola vez por semana, pero vive en el pueblo. Su hija está en sexto grado. Se llama Lisa y es horrenda.

Michelle no oyó el comentario sobre Lisa; le interesaba más el padre. Lanzó un gemido, recordando los innumerables tests que ella y sus condiscípulos habían sido obligados a soportar cada año en Boston.

– ¿Todos tendremos que hacer tests?

– No -intervino Jeff-. El señor Hartwick no hace nada, salvo que alguien se vea en aprietos. Entonces hay que hablar con él. Dice mamá que antes uno hablaba con el rector cuando estaba con aprietos. Ahora se habla con el señor Hartwick. Dice mamá que era mejor cuando uno hablaba con el rector y recibía unos azotes.

Se encogió de hombros con elocuencia, para comentar a cualquier interesado que el asunto era para él de una indiferencia suprema.

Cuando pocos minutos más tarde sonó la campana que los llamaba de vuelta a clase, Michelle había olvidado casi su turbación, pero la recordó rápidamente cuando la señorita Hatcher les mostró un diagrama de asientos en blanco. Entre los alumnos hubo un murmullo alarmado, que Corinne acalló con presteza.

– Voy a probar algo nuevo con esta clase -anunció afablemente-. Ustedes saben, siempre pensé que los alumnos de séptimo grado eran lo bastante grandes como para decidir solos dónde quieren sentarse. -Michelle se retorció, segura de que todos la miraban y de que lo que la señorita Hatcher estaba por hacer era cosa suya-. Lamentablemente, esto no parece justo para los últimos en entrar. Por eso voy a distribuir papelitos, y quiero que todos ustedes anoten junto a quién les gustaría sentarse. Tal vez podamos satisfacer a todos.

Sin poderse resistir, Michelle miró por sobre su hombro. El rostro de Susan Peterson mostraba una sonrisa relamida.

Corinne se puso a distribuir papeles, y durante algunos minutos hubo silencio en el aula. Después Corinne juntó los papeles y los estudió. Luego comenzó a trabajar en su diagrama de asientos, mientras los niños cuchicheaban, prediciendo los resultados.

Empezó la redistribución. Cuando terminó, Michelle se encontró sentada con Sally y Jeff, con Susan del otro lado de Jeff. En silencio, Michelle envió un mensaje de gratitud a la señorita Hatcher.

Al sonar la última campana, Tim Hartwick salió de la oficina que se reservaba para su uso en la escuela de Paradise Point. Cómodamente apoyado en la pared del corredor, contempló a los niños que pasaban a su lado en remolinos, apresurados por escapar hacia las cálidas tardes de fines de verano. No tardó mucho en divisar el rostro que había estado buscando. Michelle Pendleton cruzaba de prisa el pasillo con otra muchacha, a quien él reconoció como Sally Carstairs, y al pasar lo miró tímidamente. Cuando ella salió del edificio, la pudo ver susurrando algo a su amiga.

Con pensativa expresión, Tim volvió a entrar en su oficina, tomó una carpeta, la puso en su archivo, después cerró con llave la puerta de la oficina antes de encaminarse al aula de Corinne Hatcher.

– Y así comienza -dijo con voz solemne-. Otro año de jóvenes mentes que moldear, futuros a los cuales dar forma…

– Oh, cállate -rió Corinne-. Ayúdame a ordenar esto, así podremos salir de aquí.

Tim se dirigió al frente de la habitación; luego se detuvo bruscamente al ver el diagrama de asientos, apoyado todavía en la pizarra.

– ¿Qué es esto? -exclamó con voz levemente burlona-. ¿Un diagrama de asientos en el aula de Corinne Hatcher, defensora de la libertad de elección? Una ilusión más destrozada.

– Hoy hubo un problema -suspiró Corinne-. Este año tenemos una nueva alumna, y al parecer, estuvo por comenzar mal. Por eso traté de corregir la situación antes de que las cosas se salieran de su cauce.

Le dio los detalles de lo sucedido esa mañana. Cuando terminó, Hartwick dijo: -Acabo de verla.

– ¿La viste? -preguntó Corinne, mientras apilaba los papeles sobre su escritorio-. Es bonita, ¿verdad? y además, parece ser inteligente, ansiosa por agradar y cordial. No es lo que se esperaría viniendo de Boston en esta época. -Repentinamente arrugó el entrecejo, mirando a Tim con curiosidad-. ¿Cómo dices que acabas de verla? ¿Acaso sabes cuál es su aspecto?

– Esta mañana encontré en mi escritorio un legajo… la documentación de Michelle Pendleton. ¿Quieres verla?

– De ninguna manera -repuso Corinne-. Trato de no ver nunca la documentación hasta que hay alguna razón para hacerlo.

Pensaba que Tim dejaría el tema, pero no lo hizo.

– Es casi demasiado buena para ser verdad -dijo él-. No presenta ni una sola marca en contra.

Corinne se preguntó adonde quería llegar él.

– ¿Es tan raro eso? Recuerdo muchos alumnos de aquí cuyos antecedentes son inmaculados.

Tim asintió con la cabeza.

– Pero esto es Paradise Point, no Boston. Es casi como si Michelle Pendleton hubiese estado viviendo sin percibir lo que la rodea. ¿Sabías que es adoptada? -agregó tras una pausa.

Corinne cerró los cajones de su escritorio. ¿Adonde quería llegar él?

– ¿Debía saberlo acaso?

– En realidad, no. Pero lo es. Y además, lo sabe.

– ¿Eso es inusitado?

– Un poco. Pero lo decididamente inusitado es que evidentemente ella nunca ha tenido ninguna reacción al respecto. Por cuanto pudieron ver sus maestros, siempre lo ha aceptado como una simple circunstancia de la vida.

– Pues me alegro por ella -dijo Corinne, mostrando en su voz algunas huellas del fastidio que empezaba a sentir. ¿Adonde diablos quería llegar Tim? La respuesta vino casi inmediatamente.

– Creo que deberías mantenerla en observación -dijo Tim. Antes de que Corinne pudiera protestar, continuó arremetiendo-. No digo que vaya a pasar nada. Pero hay una diferencia entre Paradise Point y Boston… Por lo que sé, Michelle es la única hija adoptiva que viene acá.

– Entiendo -dijo Corinne con lentitud. Técnicamente todo se le estaba volviendo claro-. ¿Te refieres a los otros niños?

– Exacto -repuso Tim-. Ya sabes cómo pueden ser los chicos cuando uno de ellos es distinto de los demás. Si se les ocurriera, podrían hacer la vida muy desdichada para Michelle.

– Quisiera pensar que no lo harán -dijo suavemente Corinne.

Sabía en qué pensaba Tim. Pensaba en su propia hija, Lisa, que tenía once años pero tan diferente de Michelle Pendleton, que la comparación era casi imposible.

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