John Saul - Ciega como la Furia
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Los ojos de Sally se dilataron.
– ¿Quieres decir que nadie te habló de Alan Hanley? Alan Hanley. Así se llamaba aquel muchacho en el hospital de Boston.
– ¿Qué pasa con él?
– Tío Joe le pagó para que hiciese algo en el techo… arreglar unas tejas o algo así, creo. Y él se cayó. Lo llevaron a Boston, pero igual se murió.
– Ya sé -respondió lentamente Michelle. Luego agregó:- ¿Ese muchacho, se cayó de nuestra casa?
Sally asintió con un movimiento de cabeza.
– Nadie me lo dijo -murmuró Michelle.
– Nadie dice nunca nada a los niños -comentó Sally-. Pero igual nos enteramos siempre. -Se encogió de hombros dejando de lado la cuestión, ansiosa por volver al tema de la casa de los Pendleton.- ¿Cómo es por dentro?
Michelle se esmeró por describir la casa a Sally, que la escuchaba fascinada. Cuando Michelle terminó, Sally se reclinó en su almohada, suspirando.
– Parece como si fuera tal como siempre pensé que sería. Creo que es la casa más romántica que he visto en mi vida.
– Lo sé -admitió Michelle-. Me gusta hacer de cuenta que es solamente mi casa, y que vivo allí sola y… y…
Su voz se apagó, y Michelle se ruborizó, turbada.
– ¿Y qué? -la apremió Sally-. ¿Tienes acaso… amoríos?
Michelle asintió con la cabeza, avergonzada.
– ¿No te parece terrible? ¿Imaginarse cosas así?
– No sé, yo hago lo mismo.
– ¿De veras? ¿Cómo es el muchacho cuando lo imaginas?
– Es Jeff Benson -respondió Sally-. Vive cerca de tu casa.
– Ya sé -dijo Michelle-. Lo conocí el día en que nos mudamos aquí, en la playa. Es realmente simpático, ¿verdad? -De pronto se le ocurrió una idea:- ¿Es tu novio?
Sally sacudió la cabeza.
– Me gusta, pero creo que es el novio de Susan Peterson. Por lo menos eso dice ella.
– ¿Quién es Susan Peterson?
– Una de las chicas de la escuela. En realidad es un poco altanera, se cree algo especial. -Sally hizo una pausa, luego agregó:- Oye, tengo una idea sensacional…
Su voz descendió hasta convertirse en un susurro y Michelle se acercó para oír lo que le decía Sally. Las dos comenzaron a reír entre dientes mientras cada una agregaba detalles al plan de Sally. Cuando media hora más tarde Bertha Carstairs entró en la habitación, las niñas cambiaron una mirada conspirativa.
– ¿Se están portando bien las dos? -preguntó Bertha.
– Estamos hablando, nada más, mamá -repuso Sally con exagerada inocencia.- ¿Está bien si voy mañana a casa de Michelle?
Bertha miró a su hija, dubitativa.
– Bueno, eso depende de cómo esté tu brazo. El doctor cree posible que te lo hayas torcido.
– Por la mañana estaré bien -la interrumpió Sally-. No duele tanto. De veras que no.
En su voz había un tono implorante que Bertha Carstairs optó por ignorar.
– No fue eso lo que dijiste cuando me hiciste llamar al doctor, que estaba cenando -dijo con severidad.
– Pues ya está mejor -anunció Sally.
– Ya veremos cómo está por la mañana -replicó la señora Carstairs antes de volverse hacia Michelle-. Dice tu papá que ya es hora de irse a casa.
Michelle se levantó de la cama, se despidió de Sally y se dirigió a la cocina en busca de su padre.
– ¿Fue linda la visita? Michelle asintió con la cabeza.
– Si mañana está mejor, Sally irá a nuestra casa.
– Magnífico -replicó Cal, antes de volverse hacia Carson-. ¿Nos veremos por la mañana?
El anciano doctor asintió con la cabeza; un momento más tarde Cal y Michelle se despedían de los Carstairs. Pero cuando abrían la portezuela del automóvil, Cal tuvo una sensación peculiar y volvió a mirar hacia la puerta principal de los Carstairs. Allí, como una oscura sombra contra las luces de adentro, se alzaba la alta figura de Josiah Carson. Aunque no podía ver en la oscuridad los ojos del anciano, Cal supo que estaban fijos en él. Podía sentirlos penetrar en él, examinándolo. Presa de un repentino escalofrío, entró en el automóvil con rapidez y cerró con fuerza la portezuela. Puso el motor en marcha. Luego, impulsivamente, se estiró y palmeó una pierna a Michelle.
– No te desilusiones demasiado si Sally no viene mañana, princesa -dijo con suavidad.
– ¿Por qué? -preguntó Michelle con cara llena de preocupación-. ¿Realmente le pasa algo malo?
– No lo sé -replicó Cal-. Ninguno de nosotros pudo hallar nada particularmente mal.
– Puede que se lo haya torcido, como dijiste tú -sugirió Michelle.
– Eso dañaría el codo o el hombro, según cuál se hubiera torcido. Pero el dolor parece estar entre las articulaciones, no en ellas.
– ¿Qué van a hacer?
– Esperar hasta la mañana -repuso Cal-. Si no mejora mucho, cosa que no creo, le haremos algunas radiografías. Me temo que podría haber una fractura muy fina.
Aceleró el motor y partió. Michelle se dio vuelta para contemplar la casa.
Algo atrajo su mirada… un movimiento, o una sombra, muy cerca de la casa. Tuvo una sensación… la misma sensación que había tenido antes en el cuarto de Sally. La sensación de que alguien estaba allí. Nada que ella pudiera ver ni oír, pero algo que podía intuir. Y no era, de eso estaba segura, ningún olmo.
– ¡Papá! ¡Deten el automóvil!
De modo reflejo, el pie de Cal se movió hacia el freno. El auto se detuvo con rapidez.
– ¿Qué ocurre?
Michelle seguía con la vista fija en la casa de los Carstairs. Los ojos de Cal Pendleton siguieron a los de su hija. En la oscuridad no pudieron ver nada.
– ¿Qué pasa? -volvió a preguntar.
– No estoy segura -dijo Michelle-. Me pareció ver algo.
– ¿Qué cosa?
– No lo sé -repuso Michelle, vacilante-. Me pareció que había alguien allí…
– ¿Dónde?
– En la ventana. En la ventana de Sally. Por lo menos creo que era la ventana de Sally.
Cal Pendleton arrimó el automóvil y detuvo el motor.
– Quédate aquí. Iré a mirar -bajó del coche, cerró la portezuela y empezó a recorrer los pocos pasos que lo separaban de la casa; luego volvió al automóvil-. Princesa… cierra bien la portezuela ¿quieres? y quédate en el coche.
Michelle lo miró con disgusto.
– Oh, papá, por amor de Dios, esto es Paradise Point, no Boston.
– Pero creíste ver algo.
– Está bien -dijo Michelle a regañadientes. Estirándose, trabó la portezuela del lado del conductor, luego la suya.
Cal dio unos golpecitos en el vidrio, señalando la portezuela de atrás. Haciéndole una mueca, Michelle se estiró sobre el asiento y oprimió los botones que trababan las portezuelas del auto. Sólo entonces, Cal fue a investigar el patio de los Carstairs.
Pocos segundos más tarde regresaba; Michelle, obediente, le abrió la portezuela.
– ¿Qué era?
– Nada. Debe de haber sido una sombra.
Otra vez puso en marcha el auto e inició el trayecto de regreso. Michelle iba sentada junto a él, silenciosa.
Finalmente preguntó a su hija, si le pasaba algo.
– En realidad, no -repuso Michelle-. Solo pensaba en Sally… realmente quiero que venga mañana a casa.
– Bueno, como te dije, no cuentes con eso, princesa -respondió Cal, mientras de nuevo palmeaba cariñosamente a su hija-. ¿Te gusta este sitio, verdad? -preguntó.
– Me encanta -respondió suavemente Michelle.
Se acurrucó junto a su padre olvidando rápidamente la extraña :sombra que había visto junto a la ventana de Sally.
"Y a mí también me gusta esto", se dijo Cal Pendleton en silencio. "Me gusta muchísimo". La visita domiciliaria había salido muy bien. El no había hecho gran cosa, pero al menos no había cometido ningún error. Y eso, reflexionó, era un paso en la dirección correcta.
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