John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– ¿Y qué pasó?

Carson lo miró con fijeza, vacíos los ojos, el rostro caído de cansancio.

– ¿Qué pasó en la sala de operaciones? -preguntó.

Cal se retorció.

– No lo sé. Todo parecía estar yendo tan bien. Y entonces él murió. No sé qué pasó.

Carson asintió con la cabeza.

– Y eso es lo que ocurrió en el techo. Yo lo estaba mirando y todo parecía estar yendo muy bien. Y entonces se cayó. -Hubo un largo silencio, roto por Carson-. Ojalá lo hubiera salvado usted.

Una vez más, Cal se retorció, pero de pronto Carson le sonrió diciendo:

– No es culpa suya. No es culpa suya, y no es culpa mía. Pero supongo que podría usted decir que, juntos, es nuestra culpa. Hay ahora un lazo entre nosotros, doctor Pendleton. ¿Qué sugiere que hagamos?

Cal no tuvo respuesta. Las palabras de Josiah Carson lo habían atontado.

Y entonces, como si comprendiera los problemas que habían estado atormentando a Cal desde el día en que Alan Hanley había muerto, Josiah había formulado una sugerencia. Tal vez Cal debiera pensar en abandonar a su clientela de Boston.

– ¿Y hacer qué cosa? -inquirió Cal con voz hueca.

– Véngase aquí. Hágase cargo de una clientela pequeña, poco exigente, que le entregará un viejo médico cansado. Aléjese de la presión de la Clínica General de Boston. Usted está asustado ahora, doctor Pendleton…

– Me llamo Cal.

– Cal, pues. Como quiera que sea, está asustado. Cometió un error y cree que cometerá más. Y si se queda en la Clínica General de Boston, los cometerá. El mismo miedo lo obligará a hacerlo. Pero si viene usted aquí, podré ayudarlo. Y usted podrá ayudarme a mí. Quiero abandonar, Cal. Quiero abandonar a mi clientela y quiero abandonar mi casa. Y quiero vendérselo todo a usted. Créame; haré que valga la pena para usted.

Para Cal, todo eso tenía sentido. Una clientela tranquila, con la cual no sucedía gran cosa.

Y no había gran cosa que pudiera andar mal.

Ni mucho espacio para cometer errores.

Tiempo de sobra para pensar cada caso y para asegurarse de que lo manejara bien.

Y nadie cerca para darse cuenta de que ya no se sentía competente para ser médico. Nadie, salvo Josiah Carson, c|ue lo comprendía y simpatizaba con él.

Así habían llegado a Paradise Point, aunque inicialmente June había estado en contra. Cal recordó sus palabras cuando él le había explicado la idea.

– Pero, ¿por qué la casa? Entiendo por qué quiere ceder su clientela, pero ¿por qué insiste en que tomemos la casa también? Es demasiado grande para nosotros… ¡No necesitamos tanto lugar!

– Lo sé -replicó Cal-. Pero nos la vende barata y es un excelente negocio. Creo que deberíamos considerarnos afortunados.

– Es que no tiene ningún sentido -se quejó June-. A decir verdad, es casi morboso. Estoy segura de que él quiere desprenderse de esa casa debido a lo que le sucedió a Alan Hanley. ¿Por qué está tan ansioso de que la ocupemos nosotros? Para lo único que servirá es para que tú también recuerdes constantemente a ese niño. Es una locura, Cal. El pretende algo de ti. No sé qué es, pero recuerda lo que te digo. Algo va a suceder.

Pero hasta entonces no había sucedido gran cosa.

Un mal momento con Sally Carstairs, pero él lo había superado.

Y ahora su hija empezaba a tener pesadillas.

CAPITULO 6

De pie frente a su caballete, June procuraba concentrarse en su labor. Era difícil. No era el cuadro lo que la inquietaba… en realidad, le complacía lo que había logrado: estaba surgiendo un paisaje marino, un tanto abstracto, pero reconocible, sin embargo, como la vista desde su estudio. No, el problema no estaba en el trabajo.

El problema era Michelle, pero June aún no había podido determinar por qué estaba preocupada. La pesadilla de la noche anterior no había sido la primera. Por cierto Michelle había tenido su porción normal de malos sueños. Pero cuando Cal había vuelto a la cama poco antes del amanecer, y le había contado el sueño de Michelle, June había tenido una sensación de inquietud. La había seguido teniendo aún cuando se durmió otra vez; la seguía teniendo en este momento.

Con un suspiro de frustración, June dejó a un lado sus pinceles y se acomodó en el taburete, su asiento favorito.

Sus ojos se pasearon intranquilos por el estudio. Estaba satisfecha con lo que había logrado en tan poco tiempo: los últimos desechos viejos ya no estaban, las paredes habían sido fregadas y vueltas a pintar, y el ribete verde había recuperado su alegría originaria. Sus utensilios estaban ordenadamente guardados bajo el mostrador, y en el armario había instalado un bastidor que le permitía tener sus telas verticales y separadas. Ahora, lo único que le hacía falta era dejar de preocuparse y empezar a pintar.

Estaba por intentarlo una vez más, cuando hubo un fugaz movimiento del otro lado de la ventanita que había en el costado del edificio; después un golpecito en la puerta.

– ¿Hola? -preguntó una voz de mujer, vacilante, casi tímida, como si la persona que había llegado a la puerta hubiera estado a punto de irse otra vez sin anunciarse en absoluto.

June iba a levantarse para abrir la puerta, luego cambió de idea.

– Entre -gritó-. Está abierto.

Hubo una ligera pausa; después la puerta se abrió y una mujer menuda, con el cabello pulcramente recogido en un rodete y el vestido cubierto con un delantal floreado, entró titubeante en el estudio.

– Ah, ¿está trabajando? -preguntó la mujer, disponiéndose a retroceder y salir-. Lo lamento terriblemente… no quise molestarla.

– No, no -protestó June poniéndose de pie-. Entre, por favor. La verdad es que estaba solamente pensando.

Una extraña expresión pasó por el rostro de la mujer. ¿Era desaprobación? Luego desapareció rápidamente. Avanzó treinta o cuarenta centímetros en la habitación.

– Soy Constance Benson -dijo-. La madre de Jeff. De la casa vecina…

– ¡Por supuesto! -replicó June con entusiasmo-. En realidad habría ido a verla antes, pero temo que… -Interrumpió la frase, mirando irónicamente su hinchado vientre de embarazada-. Pero realmente eso no es ninguna excusa, ¿verdad? Quiero decir que en realidad debería caminar cantidades enormes de kilómetros cada día, y en cambio me quedo aquí sentada, pensando cosas. Bueno, tres semanas más y el crío debe llegar. ¿Quiere usted sentarse?

Señaló un sofá que había sido rescatado del desván de la casa, pero la señora Benson no se acercó a él. En cambio miró el estudio a su alrededor sin ocultar su curiosidad.

– Por cierto que usted ha hecho maravillas con esto, ¿verdad? -comentó.

– Principalmente limpieza, nada más, y un poco de pintura -repuso June. Entonces vio que la señora Benson miraba el suelo con fijeza-. Y por supuesto, todavía me falta sacar esa mancha -agregó, en tono casi de disculpa.

– No cuente con ello -le dijo Constance Benson-. No sería usted la primera que lo intentó, y no sería tampoco la última que fracasará.

– ¿Cómo dice? -preguntó June, confusa.

– Esa mancha estará allí, mientras este edificio esté aquí -dijo la señora Benson enfáticamente.

– Pero ya ha desaparecido casi toda -protestó June-. Mi marido raspó la mayor parte y parece estar desapareciendo con el fregado.

Constance Benson sacudió la cabeza dubitativamente.

– No sé -dijo-. Tal vez ahora que no hay ningún Carson aquí…

No dijo más, pero siguió arrugando el entrecejo.

– No entiendo -repuso June débilmente-. ¿Qué es la mancha? ¿Acaso sangre?

– Tal vez -replicó Constance Benson-. No creo que nadie pueda decirlo con seguridad, después de tantos años. Pero si alguien lo sabe, habría que preguntárselo al doctor Carson.

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