John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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– Comprendo -dijo June, sin comprender nada en realidad-. Supongo que entonces debo preguntárselo a él, ¿no es así?

– A decir verdad, vine a verla con respecto a esas niñas -anunció la señora Benson.

Ahora tenía los ojos firmemente clavados en June. En ellos había algo casi acusatorio, y June se preguntó si Michelle y Sally habrían molestado de algún modo a Constance Benson.

– ¿Se refiere usted a Michelle y a Sally Carstairs?

Al ver la expresión preocupada de June, la señora Benson sonrió levemente; era la primera vez que expresaba afecto desde su llegada al estudio. De pronto su cara fue casi linda.

– No se preocupe -se apresuró a decir-. Ellas no han hecho nada malo. Solo quise prevenirla.

– ¿Prevenirme? -preguntó June, ya totalmente desconcertada.

– Se trata del cementerio -continuó Constance-. El viejo cementerio de los Carson que está entre esta casa y la mía…

June asintió con la cabeza.

– Vi a las niñas jugando allí ayer por la tarde. Niñas tan bonitas las dos.

– Gracias.

– Estaba por salir a hablarles yo misma cuando se fueron, por eso decidí no ocuparme del asunto hasta esta mañana.

– ¿Ocuparse de qué? -preguntó June, deseosa de que se explicara.

– Para los niños no es seguro jugar allí.-declaró Constance Benson-. No es nada seguro.

June miró extrañada a la señora Benson. Esto, decidió, era un poco demasiado. Evidentemente, Coínstance Benson era la entrometida local. Eso debía hacer difícil la vida a Jeff. Podía imaginarse a Constance planeando una objeción a todo lo que Jeff quisiera hacer. Por su parte, ella podía simplemente ignorar a esa mujer.

– Bueno, admito que no creo que jugar en un cementerio sea la cosa más alegre del mundo -dijo-. Pero no podría ser especialmente peligroso…

– Oh, no se trata del cementerio -dijo Constance con demasiada rapidez-. Se trata de la tierra donde está el cementerio. No es estable.

– Pero ¿no es granito acaso? -preguntó June con soltura, sin dar indicios de que había captado el evidente miedo de la otra mujer-. ¿Como éste, precisamente?

– Pues supongo que sí -repuso Constance, indecisa-. No sé mucho acerca de esas cosas. Pero esa parte del risco caerá al mar uno de estos días, y yo no querría que haya niños allí cuando eso ocurra.

– Entiendo -dijo June con voz indiferente-. Bueno, por cierto que diré a las niñas que no jueguen más allí. ¿Quisiera usted una taza de café? Hay un poco en el fogón.

– Creo que no -Constance miró el reloj que llevaba firmemente sujeto a la muñeca izquierda-. Debo regresar a mi cocina. Estoy haciendo conservas, usted sabe.

Lo dijo de un modo que dio a June la nítida impresión de que Constance Benson estaba muy segura de que June no lo sabía pero debía saberlo.

– Bueno, venga usted cuando tenga más tiempo -dijo débilmente June-. O tal vez podría ir yo a visitarla.

– Pues eso sería agradable. -Las dos mujeres se hallaban entonces de pie, junto a la puerta abierta del estudio, y Constance contemplaba con fijeza la casa-. Linda casa ¿verdad? -comentó. Antes de que June pudiese responder agregó:- Pero nunca me gustó realmente. No, nunca me gustó.

Y luego, sin despedirse, echó a andar resueltamente el sendero hacia su propio hogar. June aguardó un momento, observándola; luego cerró suavemente la puerta. Tenía la inequívoca sensación e que había terminado de pintar por ese día.

El sol del mediodía era cálido, y Michelle, a la sombra de un gran arce, comía su merienda junto a Sally, Jeff, Susan y algunos condiscípulos más. Aunque Michelle se empeñaba en hacerse amiga de Susan, ésta no quería saber nada. Ignoraba completamente a Michelle, y cuando hablaba con Sally, era habitualmente para criticarla. Pero Sally, con su carácter apacible, no parecía afectada por el manifiesto rencor de Susan.

– Deberíamos hacer una merienda campestre -estaba diciendo Sally-. El verano casi ha terminado, y dentro de un mes será demasiado tarde.

– Ya es demasiado tarde -declaró Susan Peterson con un tono de superioridad que fastidió a Michelle aunque todos los demás parecieron no hacerle caso -. Mi madre dice que cuando pasó el Día del Trabajo, ya no se hacen meriendas campestres.

– Pero el tiempo sigue siendo bueno -insistió Sally-. ¿Por qué no hacemos uno este fin de semana?

– ¿Dónde? -preguntó Jeff.

Si iba a ser en la playa, él iría sin falta. Fue como si Michelle hubiese oído sus pensamientos.

– ¿Qué les parece la caleta, entre la casa de Jeff y la mía? -dijo-. Es pedregosa, pero nunca hay nadie allí, y es tan linda. Además, si llueve, estaremos cerca de casa, así podremos entrar.

– ¿Quieres decir bajo el camposanto? -preguntó Sally-. Eso sería siniestro. Allí hay un fantasma.

– No lo hay -objetó Jeff.

– Tal vez lo haya -intervino Michelle. De pronto fue el centro de la atención; hasta Susan Peterson se dio vuelta para mirarla con curiosidad-. Anoche soñé con el fantasma -continuó, iniciando una vivida descripción de su extraña visión.

En la luminosidad del día, su terror la había abandonado, y quería compartir el sueño con sus nuevos amigos. Absorta en el relato, no advirtió el silencioso cambio de miradas de los demás. Cuando terminó nadie habló. Jeff Benson se concentró en su emparedado, pero los demás niños seguían mirando fijamente a Michelle. De pronto se sintió inquieta, preguntándose si debía haber mencionado siquiera la pesadilla.

– Bueno, fue solo un sueño -dijo al prolongarse el silencio.

– ¿Estás segura? -le preguntó Sally-. ¿Estás segura ce que no estabas despierta todo el tiempo?

– Vamos, por supuesto que no -replicó Michelle. Auvirtió que algunos niños cambiaban miradas suspicaces.- ¿Qué ocurre?

– Nada -dijo Susan Peterson con indiferencia-. Salvo que cuando Amanda Carson se cayó del risco llevaba puesto un vestido negro y un bonete negro, igual que la niña con que tú soñaste anoche.

– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Michelle.

– Cualquiera lo sabe -respondió Susan en un tono complaciente-. Siempre vistió de negro, todos los días de su vida. Me lo dijo mi abuela, y a ella se lo dijo su madre. Y mi bisabuela conoció a Amanda Carson -agregó Susan, triunfante.

Sus ojos desafiaban a Michelle. De nuevo se hizo silencio en el grupo. ¿Le estaría diciendo la verdad Susan o todos se estaban burlando de ella? Michelle miró de una cara a la otra, procurando ver qué estaba pensando cada uno de ellos. Solamente Sally le sostuvo la mirada y se limitó a encogerse de hombros cuando Michelle buscó ayuda en ella. Jeff Benson siguió comiendo su emparedado, mientras eludía cuidadosamente la mirada de Michelle.

– iFue un sueño! -exclamó Michelle mientras juntaba sus cosas y se ponía de pie-. Fue solo un sueño, y si hubiera sabido que iban a alborotar tanto por eso, jamás lo habría mencionado.

Antes de que alguno de ellos pudiera formular una respuesta, Michelle se alejó enojada. Del otro lado del campo de juego pudo ver un grupo de niños más pequeños jugando a saltar la cuerda. Un momento más tarde se reunió con ellos.

– ¿Qué le pasa a ésa? -dijo Susan Peterson una vez segura de que Michelle no podía oírla.

Ahora sus amigos la miraron con extrañeza.

– ¿Qué quieres decir con "qué le pasa a esa"? -preguntó Sally Carstairs-. ¡No le pasa nada!

– ¿De veras? -dijo Susan, aparentemente fastidiada por la respuesta-. Ayer te delató, ¿verdad? ¿Por qué crees tú que la señorita Hatcher cambió la distribución de asientos? Fue porque Michelle le contó lo que hicieron ustedes ayer por la mañana.

– ¿Y qué? -replicó Sally-. Simplemente no quería que estuvieses enojada con ella, nada más.

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