Incluso David y Sture colaboraron sinceramente en el proyecto, aún no habían dicho ni una palabra sobre lo ocurrido. No podían hablar de lo que había hecho Eva ni de lo que eso significaba cuando Magnus estaba presente y precisaba toda su atención. De una cosa podían estar seguros: Eva no iba a volver a casa en mucho tiempo.
El hoyo estaba listo. El niño abrió la tapa de la caja por última vez y Sture se apresuró a colocar la cabeza del conejo en su sitio. Magnus le acarició el pelo con el dedo.
– Adiós, pequeño Baltasar. Espero que te vaya bien.
David ya no podía llorar más. Ahora únicamente sentía rabia, rabia contenida e impotencia. Si hubiera estado solo, habría agitado los puños contra el cielo antes de gritar: «¿Por qué, por qué, por qué haces esto?». En lugar de eso se derrumbó en el suelo junto a Magnus y le puso la mano en la espalda.
«¡Joder! Que es su cumpleaños. ¿No podía haber disfrutado… aunque sólo fuera por hoy?».
El propio Magnus puso la tapa y depositó la caja en el hueco. Sture le entregó una pala de jardín y él echó tierra hasta que ya no se veía el cartón. David permaneció inmóvil, con la vista fija en el montón de tierra que disminuía, en el agujero que se rellenaba.
«Y si… vuelve…».
Se tapó la boca con la mano y se esforzó por contener una carcajada que pugnaba por salir al imaginarse al conejo cavando hasta salir de la tierra, descabezado y volviendo a su apartamento saltando con andares de zombi, brincando escaleras arriba.
Sture ayudó a Magnus a colocar encima los trozos de hierba, alisarlos y, con ayuda de la pala, clavar la cruz en la tierra. Miró a David y ambos asintieron. No estaban seguros de que la tumba fuera a seguir allí, pero ya estaba hecho de todos modos.
Todos se levantaron. Magnus empezó a cantar «El mundo es un valle de lágrimas…» como había visto por la tele que hacían los niños en Vi på Saltkråkan, y David pensó: «Esto es el fondo. Ahora hemos tocado fondo. Ahora tenemos que haber tocado fondo».
David y Sture le pusieron al niño una mano cada uno en los hombros. Su padre no podía quitarse de encima la sensación de que en realidad lo que estaban haciendo era enterrar a Eva.
«El fondo. Esto tiene que ser…».
Magnus cruzó los brazos sobre el pecho y David sintió cómo se le hundieron los hombros.
– Ha sido culpa mía -dijo el pequeño.
– No -refutó su padre-. No, claro que no ha sido culpa tuya.
Magnus asintió.
– Fui yo el que lo hizo.
– No, cariño. Fue…
– Sí, fui yo. Fui yo quien pensé eso y mamá lo hizo.
David y Sture se miraron el uno al otro. El abuelo se agachó y le preguntó:
– ¿Qué quieres decir?
Magnus se abrazó a la cintura de su padre y le dijo con la cara pegada al vientre:
– Yo pensé cosas malas de mamá y ella se enfadó por eso.
– Cariño… -David se agachó y cogió a Magnus en brazos-. Somos nosotros los que deberíamos haberlo entendido… No es culpa tuya.
El cuerpo del pequeño temblaba entre sollozos y por sus labios salió un torrente incontenible de palabras.
– Sí, porque yo pensé… Yo pensé que… que ella sólo hablaba raro y no se preocupaba de… Y yo pensé que no la quería, que era fea y la odié por mucho que no quisiera, porque yo creía que ella iba a estar como siempre, y entonces resulta que ella estaba así, y entonces pensé eso, y cuando pensé eso… cuando pensé eso, fue entonces cuando ella hizo lo que hizo.
Magnus siguió hablando mientras David le llevaba de vuelta al apartamento, y no dejó de hablar hasta que lo acostó en su cama. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y los párpados hinchados.
«En el día de su cumpleaños…».
Al poco rato se le cerraron los ojos y se quedó dormido. Su padre lo arropó, volvió a la cocina junto a Sture y se desplomó en una silla.
– Está agotado -informó David-. Está totalmente agotado. Estos días no ha dormido mucho y hoy… Es demasiado para él. No puede… ¿Cómo va a poder superarlo?
Sture no respondió en un primer momento.
– Seguro que lo supera -aseguró tras un momento de silencio-. Si tú eres capaz de superarlo. Entonces seguro que él también lo hará.
David recorrió la cocina con la mirada y se detuvo en una botella de vino. Sture miró hacia el mismo lugar y luego observó a David. Éste meneó la cabeza.
– No -dijo David-. Pero es… duro.
– Sí -contestó Sture-. Lo sé.
Con grandes pausas entre las intervenciones, comentaron lo ocurrido en Heden sin llegar a ninguna conclusión.
El recinto estaba en pleno caos cuando ellos lo abandonaron. Parecía poco probable que permitieran más visitas de momento. David fue a vigilar a Magnus. Dormía profundamente. Cuando volvió a la cocina, Sture dijo:
– Y lo que preguntó el médico. Lo del Pescador.
– ¿Sí?
– Es que es… muy raro. -Sture pasó el dedo sobre la mesa como si estuviera dibujando una línea del tiempo hacia atrás-. O absolutamente natural. No sé qué pensar.
– ¿Por qué lo dices?
– Bueno, ya sabes, sus libros. El castor Bruno. ¿Tienes aquí alguno?
Tenían una pequeña caja con ejemplares de promoción de los dos tomos; David fue a buscar los dos libros y los puso encima de la mesa. Sture buscó una página de El castor Bruno encuentra casa, y señaló la escena en la que Bruno por fin encontraba un lugar donde construir su casa, pero descubría que el Señor del Agua también vivía en el lago.
– Éste -observó Sture, y señaló la figura imprecisa que se veía dentro del agua-. Ella lo ha visto. Empecé a contarlo cuando estábamos allí, pero… -El padre de Eva hizo un gesto de impotencia con los hombros-. Fue cuando estuvo a punto de ahogarse. Luego, al cabo de varios días, nos contó que había… sí, que se había encontrado a una especie de ser raro allí abajo.
David asintió.
– Me lo ha contado. Que fue como si aquel ser hubiera ido a buscarla. El Señor del Agua.
– Sí -aclaró Sture-, pero entonces… no sé si ella lo recuerda, si te lo ha contado, pero, entonces, cuando era pequeña… entonces ella llamaba a aquel ser el Pescador.
– No -dijo David-. Eso no me lo ha dicho nunca.
Sture hojeó el libro.
– Cuando hemos hablado alguna vez del tema después, cuando ya era mayor, siempre lo ha llamado Señor del Agua o Aquello, así que yo pensé que lo había… olvidado.
– Pero ahora vuelve a llamarlo el Pescador.
– Sí. Recuerdo que ella… pintaba. Nosotros le animamos a hacerlo, pensamos que podía ser bueno. Hizo después de aquello montones de dibujos de aquel Pescador. A ella le gustaba mucho dibujar. Ya entonces.
David fue al armario de la entrada y buscó la caja donde guardaban papeles, tebeos, dibujos viejos; las cosas de su infancia que Eva había decidido conservar. Era un alivio tener algo que hacer, un asunto que resolver. Colocó la caja sobre la mesa de la cocina y entre los dos sacaron libros de la escuela, fotografías, piedras bonitas, álbumes escolares de fotos y dibujos. Sture se entretuvo mirando algunas cosas, suspiró profundamente ante una fotografía de Eva, en la que ella tendría unos diez años, con un lucio enorme en los brazos.
– Lo pescó ella -explicó Sture-. Ella sola. Yo sólo la ayudé con la red -añadió secándose los ojos-. Fue un… día precioso.
Siguieron bajando los montones de material acumulado. Muchos de los dibujos estaban fechados y no era difícil advertir que Eva llegaría a ser dibujante. Con nueve años, ella ya dibujaba animales y personas mejor de lo que David podría llegar a hacerlo nunca.
Así, hasta que encontraron lo que buscaban.
Un solo dibujo, fechado el 13 de junio de 1975. Sture hojeó rápidamente los dibujos que había debajo, pero no encontró más.
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