Laurell Hamilton - Delitos Menores

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Puede que me conozcas como Meredith Nic Essus, princesa del reino de las Hadas. O quizás, como Merry Gentry, detective privado de Los Ángeles. Tanto en el Mundo de las Hadas como en el mundo de los mortales, mi vida es objeto de intrigas reales y dramas célebres. Entre los míos, me he enfrentado a enemigos terribles, soportado la traición y maldad de mi familia y cumplido con el deber de engendrar un heredero… todo por el derecho de reclamar el trono. Pero le he dado la espalda a la Corte y a la corona, eligiendo el exilio en el mundo de los humanos… y en brazos de mis amados Frost y Oscuridad.
Puede que haya rechazado la monarquía, pero no puedo abandonar a mi gente. Alguien está matando hadas, lo que tiene desconcertado al Departamento de Policía de Los Ángeles y profundamente trastornados a mis guardias y a mí. Los de mi especie no son fáciles de matar o capturar… al menos, no por mortales. He de llegar al fondo de este espantoso asunto, aunque eso signifique enfrentarme a Gilda, el Hada Madrina, mi rival por la lealtad de las hadas de la ciudad de Los Ángeles.
Pero suceden las cosas más extrañas. Mortales a los que una vez sané usando la magia, de pronto obran milagros, un impactante fenómeno que siembra el caos en las relaciones entre humanos y hadas. Aunque yo soy inocente, soy sospechosa de realizar actividades mágicas ilícitas.
Creía que había dejado atrás la sangre y la política en mi turbulento reino. He soñado con llevar una vida idílica en la soleada ciudad de Los Ángeles al lado de mis amados. Pero ha llegado el momento de despertar y darme cuenta de que el mal no tiene fronteras y de que nadie vive para siempre… ni siquiera si son mágicos.

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Estudié su cara.

– Ella no te gusta.

– ¿A ti, sí?

Negué con la cabeza.

– No.

– Siempre hay algo torcido dentro de las mentes y cuerpos de los humanos a los que les es concedido el acceso a la magia salvaje del mundo de las hadas -dijo Doyle.

– A ella le concedieron un deseo -dije-, y deseó ser un hada madrina, pero ella no sabía que no existe tal cosa entre nosotros.

– Se ha convertido en un poder a tener en cuenta en esta ciudad -dijo Doyle.

– La has investigado, ¿no?

– Casi te amenazó directamente si continuabas llevándote a su gente. Investigué la fortaleza de un enemigo potencial.

– ¿Y…? -Pregunté.

– Es ella la que debería tener miedo de nosotros -dijo él, y su voz fue otra vez esa voz de antes, cuando él sólo había sido un arma para mí y no una persona.

– Nos pasamos por el Fael, y luego discutiremos qué hacer con Gilda. Si la informamos y ella no avisa a nadie, entonces somos nosotros quienes podemos decir que a ella le importan más los celos que me tiene que su gente.

– Astuto -dijo Doyle.

– Despiadado -agregó Frost.

– Sólo sería despiadado si no advirtiera a los semiduendes de alguna otra forma. No arriesgaré más vidas por algún juego estúpido de poder.

– No es estúpido para ella, Meredith -dijo Doyle-. Ése es todo el poder que ella ha tenido alguna vez, o que jamás tendrá. Las personas hacen cosas muy malas por mantener su poder intacto.

– ¿Es un peligro para nosotros?

– En un ataque frontal, no, pero si utiliza la malicia y el engaño, tiene duendes que le son leales y odian a los sidhe.

– Entonces tendremos que mantenerlos vigilados.

– Lo hacemos -dijo él.

– ¿Espías a la gente sin decírmelo? -Le pregunté.

– Por supuesto que lo hago -contestó.

– ¿No deberías decírmelo primero antes de hacer cosas como ésas?

– ¿Por qué?

Miré a Frost.

– ¿Le puedes explicar por qué debería contarme estas cosas?

– Pienso que él te está tratando como la mayoría de miembros de la familia real quieren ser tratados -dijo Frost.

– ¿Qué significa eso? -Pregunté.

– El poder negar algo de una forma plausible es muy importante entre los monarcas -dijo él.

– ¿Tú ves a Gilda como un monarca del mismo nivel? -Pregunté.

– Ella se ve como tal -dijo Doyle-. Siempre es mejor dejar que los reyes insignificantes conserven sus coronas hasta que queramos la corona y la cabeza sobre la que se asienta.

– Éste es el siglo veintiuno, Doyle. Tú no puedes manejar nuestra vida como si estuviéramos en el décimo.

– He estado mirando vuestros informativos y leyendo libros sobre los gobiernos que existen hoy en día, Merry. Las cosas no han cambiado tanto. Simplemente, ahora hay más secreto.

Quise preguntarle cómo sabía eso. Quise preguntarle si conocía secretos gubernamentales que me hicieran dudar de mi gobierno, y de mi país. Pero finalmente, no pregunté. En primer lugar, no estaba segura de que me dijera la verdad si pensaba que eso me contrariaría. Y por otro, un magnicidio parecía bastante por un día. Hice que Frost llamara a casa y alertara a nuestra gente de que permaneciera cerca de la casa y tuvieran cuidado con los desconocidos, porque de lo único de lo que estaba segura era de que no era uno de nosotros. Más allá de eso no tenía ni idea. Me preocuparía por espías y gobiernos otro día, cuando la imagen de los cadáveres alados no estuviera todavía bailando ante mis ojos.

CAPÍTULO 3

ME DIRIGÍ HACIA EL SALÓN DE TÉ FAEL, Y DOYLE TENÍA razón. No estaba cerca de la playa, donde todo el mundo estaría esperando. Se situaba a manzanas de distancia, en lo que en un primer momento había sido una mala zona de la ciudad y luego se había aburguesado siendo ocupada por los yuppies, para más tarde convertirse en un lugar donde las hadas se habían establecido convirtiéndolo en un lugar más mágico. Se llegó a convertir en un centro turístico donde los adolescentes y universitarios iban a pasar el rato. Los jóvenes siempre se han visto atraídos por los fantasiosos. Es por eso que durante siglos los humanos han puesto amuletos a sus hijos para protegerles y evitar que les arrebatáramos a los mejores, más brillantes y creativos. Nos gustan los artistas.

Como de costumbre, Doyle iba aferrado a la puerta y al salpicadero del coche. Siempre se sentaba de esa forma cuando iba en el asiento delantero. Frost le tenía menos miedo a los coches y al tráfico de Los Ángeles, pero Doyle insistía en que como capitán él debía sentarse a mi lado. Lo cierto era que yo encontraba encantador ese acto de valentía por su parte, aunque me guardé para mí misma cualquier comentario al respecto. No estaba segura de cómo se lo iba a tomar.

Él se las arregló para decir…

– Prefiero este coche al otro que conduces. Éste está más alto desde el nivel del suelo.

– Es un SUV [1]-dije, -es más un camión que un coche. -Iba buscando un lugar donde aparcar, y no tenía mucha suerte. Ésta era una zona de la ciudad donde la gente venía a pasear y a disfrutar de un agradable sábado. Y había un montón de gente, lo que significaba un montón de coches. Y estábamos en Los Ángeles. Todo el mundo usaba el coche para ir a cualquier parte.

El SUV en realidad pertenecía a Maeve Reed, como muchas de nuestras cosas. Su chofer se había ofrecido a conducir para nosotros, pero en el momento en que llamó la policía decidí que la limusina se quedaba en casa. Ya tenía bastantes problemas para conseguir que la policía me tomara en serio como para aparecer en una limusina. Nunca se olvidarían de eso, y Lucy tampoco se olvidaría, y eso me importaba mucho más. Era su trabajo. En cierto sentido, los otros policías tenían razón. Yo sólo estaba allí de paso.

Sabía que parte del problema de Doyle era el coche en sí, toda esa acumulación de tecnología y metal. Aunque yo sabía de muchos semiduendes que tenían coches propios y conducían. La mayoría de los sidhe no tenían problemas con los rascacielos modernos, y estaban repletos de metal y de tecnología. Doyle también le tenía miedo a los aviones. Era uno de sus puntos débiles.

– ¡Ahí hay un sitio! -gritó Frost, señalando. Maniobré el enorme SUV hacia el hueco. Tuve que acelerar y casi golpeé a un coche más pequeño que estaba intentando adelantarme para quitarme el sitio. Doyle tragó saliva y dejó escapar un suspiro tembloroso. Quise preguntarle por qué ir en la parte trasera de la limusina no le molestaba tanto, pero me contuve. No estaba segura de que hacerle notar que sólo tenía miedo en el asiento delantero de un automóvil no le hiciera también coger miedo a la limusina. Y eso no era necesario.

Tenía el sitio, aunque aparcar el Escalade [2]en paralelo no era uno de mis pasatiempos favoritos. Aparcar el Escalade nunca era fácil y hacerlo en paralelo era como recibir un master de postgrado en estacionamiento. ¿Aparcar un trailer equivaldría a obtener el doctorado? Nunca he querido conducir algo más grande que este SUV, por lo que probablemente nunca lo averiguaré.

Podía ver el rótulo del Fael desde el coche, sólo unas pocas tiendas más abajo. Por una vez habíamos conseguido aparcar a menos de una manzana de distancia. Perfecto.

Esperé a que Doyle saliera estremeciéndose del coche y a que Frost se desatara y llegara junto a mi puerta. Yo sabía que era mejor no salir sin que uno de los dos estuviera a mi lado.

Se habían asegurado de que yo entendiera que parte del trabajo de un guardaespaldas consistía en entrenar a su protegido para que colaborase con ellos y su trabajo de protección. Sus altos cuerpos formaban una muralla a mi alrededor cuando estábamos en la calle. Si hubiera existido una amenaza potencial hubiera tenido más guardias. Como precaución, dos era lo mínimo. Tenerlos sólo como precaución me gustaba, quería decir que nadie estaba tratando de matarme. Y que eso fuera una novedad, decía mucho sobre los últimos años de mi vida. Tal vez no vivía el “Felices para siempre” que pintaban los periódicos sensacionalistas, pero definitivamente era mucho más feliz.

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