Laurell Hamilton - Delitos Menores

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Puede que me conozcas como Meredith Nic Essus, princesa del reino de las Hadas. O quizás, como Merry Gentry, detective privado de Los Ángeles. Tanto en el Mundo de las Hadas como en el mundo de los mortales, mi vida es objeto de intrigas reales y dramas célebres. Entre los míos, me he enfrentado a enemigos terribles, soportado la traición y maldad de mi familia y cumplido con el deber de engendrar un heredero… todo por el derecho de reclamar el trono. Pero le he dado la espalda a la Corte y a la corona, eligiendo el exilio en el mundo de los humanos… y en brazos de mis amados Frost y Oscuridad.
Puede que haya rechazado la monarquía, pero no puedo abandonar a mi gente. Alguien está matando hadas, lo que tiene desconcertado al Departamento de Policía de Los Ángeles y profundamente trastornados a mis guardias y a mí. Los de mi especie no son fáciles de matar o capturar… al menos, no por mortales. He de llegar al fondo de este espantoso asunto, aunque eso signifique enfrentarme a Gilda, el Hada Madrina, mi rival por la lealtad de las hadas de la ciudad de Los Ángeles.
Pero suceden las cosas más extrañas. Mortales a los que una vez sané usando la magia, de pronto obran milagros, un impactante fenómeno que siembra el caos en las relaciones entre humanos y hadas. Aunque yo soy inocente, soy sospechosa de realizar actividades mágicas ilícitas.
Creía que había dejado atrás la sangre y la política en mi turbulento reino. He soñado con llevar una vida idílica en la soleada ciudad de Los Ángeles al lado de mis amados. Pero ha llegado el momento de despertar y darme cuenta de que el mal no tiene fronteras y de que nadie vive para siempre… ni siquiera si son mágicos.

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Eché un vistazo hacia atrás para mirar a Doyle y a Frost, que estaban junto a los policías. Mis dos hombres no eran más altos que algunos de los policías -medir algo más de metro noventa de estatura no era tan extraño-, pero era lo demás lo que destacaba dolorosamente. Doyle había sido llamado la Oscuridad de la Reina durante miles años, y encajaba con ese apodo. De piel y cabello negro, con ojos también negros ocultos tras unas gafas de sol negras. Su pelo negro estaba recogido a su espalda en una apretada trenza. Sólo los pendientes de plata que ascendían por el lóbulo de su oreja puntiaguda suavizaban el negro-sobre-negro de sus tejanos, camiseta, y chaqueta de cuero negros. Esta última debía de esconder las armas que llevaba. Era el capitán de mis guardaespaldas, así como uno de los padres de mis bebes no natos, y uno de mis amores más queridos. El otro amor más querido estaba de pie a su lado como un pálido negativo, y de piel tan blanca como la mía, aunque el pelo de Frost era plateado como el espumillón de un árbol de Navidad brillando a la luz del sol. El viento jugaba con su pelo de forma que parecía flotar tras él como una ola brillante. Parecía un modelo frente a un ventilador, pero aunque su pelo le llegaba a los tobillos y lo llevaba suelto, no se le enredaba con el viento. Le había preguntado sobre ello, y simplemente me había contestado… -Al viento le gusta mi pelo. -No había sabido qué decirle, así que no le contesté nada.

Sus gafas de sol eran de color gris plomo con cristales de un gris más oscuro para esconder el color gris más pálido de sus ojos, su rasgo más corriente, en realidad. Le sientan muy bien los trajes de diseño, pero hoy llevaba uno de los pocos tejanos que tenía, con una camiseta de un tejido sedoso y una chaqueta cruzada para esconder sus propias armas, todo combinado en tonos grises. La verdad era que habíamos planeado ir a la playa, o nunca habrían pillado a Frost en pantalones vaqueros. De los dos, Frost podría ser el que poseía unos rasgos más tradicionalmente hermosos, aunque era difícil de discernir. Eran como habían sido durante siglos, la luz y la oscuridad, una complementaria de la otra.

Los policías uniformados, con trajes o con ropa más informal, parecían meras sombras a su lado, ni tan brillantes ni tan vivos como mis dos hombres, pero quizás todos los enamorados pensaban lo mismo. Quizás no se debía a que fueran inmortales guerreros sidhe, sino que simplemente el amor les hacía destacables a mis ojos.

Lucy me había hecho pasar a través del cordón policial porque yo ya había trabajado antes con la policía, y además realmente yo era un detective privado con licencia en este estado. Doyle y Frost no lo eran, y nunca habían trabajado con la policía en un caso, por lo que tenían que quedarse detrás de la barrera y lejos de cualquier presunta pista.

– Si descubro cualquier cosa que a ciencia cierta parezca tener relación con esta clase de magia, te lo haré saber. -No fue una mentira, no en la forma en la que lo dije. Las hadas, y especialmente los sidhe, somos conocidos porque nunca mentimos, pero te engañaremos hasta que pienses que el cielo es verde y la hierba es azul. No te diremos que el cielo sea verde y la hierba azul, pero conseguiremos que ésa sea tu impresión.

– Crees que tiene que haber habido otro asesinato anterior -dijo.

– Si no, este tío, o tía, ha tenido mucha suerte.

Lucy señaló los cuerpos.

– No estoy segura de llamar a esto suerte.

– Ningún asesino es tan bueno la primera vez, o ¿te encontraste con un nuevo tipo de asesino mientras yo estaba lejos en las Cortes Feéricas?

– No. La mayoría de los asesinatos fueron bastante normalitos. El nivel de violencia y las víctimas difieren, pero tienes entre un 80 o 90% de probabilidades de que el asesino sea alguien cercano o querido por la víctima y no un desconocido, y la mayoría de las muertes son deprimentemente comunes.

– Éste es deprimente -dije-, pero no común.

– No, no es para nada común. Espero que esta clase de perfecta puesta en escena que hemos conseguido, nos muestre el modus operandi del asesino.

– ¿Crees que así será? -pregunté.

– No -dijo-. No lo creo.

– ¿Puedo alertar a los semiduendes de la zona para que tengan cuidado, o vas a tratar de ocultar el perfil de las víctimas a los medios de comunicación?

– Adviérteles, porque si no lo hacemos y ocurre de nuevo, seremos acusados de racistas, o ¿esto es ser especistas? -dijo sacudiendo la cabeza y caminando hasta el cordón policial. La seguí, feliz de apartarme de los cuerpos.

– Los humanos pueden cruzarse con semiduendes, así que no creo que la palabra “especista” se pueda aplicar.

– Yo no podría procrear con algo del tamaño de una muñeca. Sería algo anormal.

– Algunos de ellos tienen dos formas, una pequeña y otra apenas un poco más baja que yo.

– ¿Metro y medio? De verdad, ¿pueden pasar de 25 centímetros a casi un metro y medio?

– Sí, de verdad. Es una capacidad rara, pero se da, y los bebés son fértiles, por lo que creo que realmente no son especies tan diferentes.

– No quise que pareciera una ofensa -me dijo.

– Yo tampoco me he sentido ofendida, sólo te lo estoy explicando.

Estábamos casi ante el cordón policial y mis novios parecían visiblemente nerviosos.

– Disfruta de tu sábado -me dijo.

– Lo mismo te digo, aunque sé que estarás por aquí durante horas.

– Sí, creo que tu sábado será mucho más divertido que el mío -dijo mientras miraba a Doyle y Frost cuando la policía finalmente les dejó avanzar. Lucy les lanzó una mirada de admiración tras sus gafas de sol. No podía culparla.

Me quité los guantes aunque no había tocado nada. Los dejé caer donde estaban los otros guantes desechados a este lado del cordón. Lucy sostuvo el cordón para mí y la verdad no tuve que inclinarme mucho. A veces ser pequeña es una ventaja.

– Oh, recuerda comprobar las flores, y a los floristas -le dije.

– Estoy en ello -comentó.

– Lo siento, a veces me emociono cuando me dejas ayudarte.

– No, todas tus ideas son bienvenidas, Merry, lo sabes. Es por eso por lo que te llamé para que vinieras aquí -dijo saludándome con un gesto de la mano mientras se giraba en dirección a la escena del crimen. No podíamos despedirnos con un apretón de manos porque ella todavía llevaba puestos los guantes y sostenía las pruebas.

Doyle y Frost casi habían llegado junto a mí, pero tampoco íbamos a poder irnos a la playa en seguida. Tenía que advertir a los semiduendes del lugar, e intentar encontrar una manera de ver si la mortalidad se había extendido entre ellos, o si había alguna magia aquí en Los Ángeles que pudiera estar robando su inmortalidad. Había cosas que eventualmente podrían llegar a matarnos, pero no había muchas que permitieran a alguien cortarles la garganta a nuestros parientes alados. Ellos eran la esencia del mundo feérico, más incluso que la Alta Nobleza de las Cortes. Si averiguaba algo se lo diría a Lucy, pero hasta que tuviera algo que fuera útil me guardaría mis secretos. Sólo era humana en parte; y el resto de mí era puro duende, y sabemos guardar un secreto. El truco estaba en cómo advertir a los semiduendes sin provocar el pánico. Entonces comprendí que no había otra forma. Los duendes son igual que los humanos, entienden el miedo. Algo de magia, o un poco de inmortalidad, no te evitan el sentir temor; sólo te dan una lista diferente de miedos.

CAPÍTULO 2

FROST INTENTÓ ABRAZARME, PERO LE DETUVE PONIENDO una mano en su estómago, tan breve, que realmente tocaba su pecho.

– Ella está intentando mostrarse firme ante los policías -dijo Doyle.

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