Cuando Rumann tomó asiento y los presentes se callaron, el gentilhombre volvió a golpear el suelo con el báculo. El abad Ségdae se puso en pie. Alzó la mano, mostrando los dedos índice, anular y meñique para representar la Santísima Trinidad. Eadulf ya casi se había acostumbrado a la diferencia entre aquella usanza y la católica, según la cual se levantaban los dedos pulgar, índice y corazón con el mismo simbolismo.
– Benedictio benedicatur per J esum Christum Dominum nostrum. Surgite!
La bendición y la orden de «alzarse» dirigida al tribunal marcaron el inicio del acontecimiento.
Según lo habitual, con un mazo de madera, el brehon Rumann golpeó la mesa a la que estaba sentado. En voz baja y autoritaria, anunció:
– Se da comienzo a las cinco vías judiciales. Se ha fijado el día de hoy para esta vista y se ha elegido la vía correcta para celebrar el juicio. El rey de Muman y el príncipe de los Uí Fidgente han proporcionado las medidas de seguridad. Antes de comenzar con los tacrae, las primeras declaraciones de cada abogado, debo preguntar a ambos si están dispuestos a proceder. En este momento están en su derecho de solicitar un taurbaid, un aplazamiento, del presente juicio.
Primero miró a Fidelma y luego a Solam.
– No es menester recordaros que cualquier aplazamiento que se solicite ahora ha de estar justificado por un buen motivo. El cumplimiento de un festival religioso, una enfermedad, una defunción u otro asunto de pareja importancia constituyen una excusa razonable.
Tras quedar en silencio, Solam sonrió con la seguridad propia de quien domina su oficio.
– Estamos dispuestos para presentar los cargos -anunció.
– Y nosotros para responder ante ellos -contestó Fidelma.
– Magnífico. Como habréis advertido, yo seré el portavoz de los tres jueces aquí presentes. Dirigiréis a mí vuestros comentarios. Dado que es la primera vez que comparecéis ante mi tribunal, considero mi deber deciros qué conducta espero de vosotros. En este tribunal no tolero un mal ejercicio de la abogacía y observo la carta del Cóic Conara Fugill.
Eadulf sabía muy bien que se trataba del principal libro de norma sobre procedimientos legales conocido como «las cinco vías judiciales».
– Si algún abogado habla tan bajo que no me permita oír con claridad sus palabras, le haré pagar una multa; así como a cualquier abogado que intente incitar al tribunal, o que se exalte, o que argumente en un tono de voz excesivamente alto, o que insulte a cualquier persona; y a cualquier abogado que se oponga a un hecho consabido o que se vanaglorie. La multa para tales infracciones será la que prescribe la ley: el importe de un séd.
Un séd equivalía al valor de una vaca. Era una multa severa. Eadulf tragó saliva. El brehon Rumann no iba a ser un juez fácil ante el que exponer un caso.
Tal era el silencio reinante, que ni se oía respirar.
– Comiencen los tacrae.
Solam se puso en pie, nervioso, moviéndose como un pájaro.
– Antes de dar comienzo a mi alegato, debo presentar una protesta.
El silencio que dominó la sala fue como el instante de calma que precede a una tormenta que estallará con furia.
El brehon Rumann interpeló en un tono de voz gélido:
– ¿Una protesta?
– Las normas que rigen un tribunal estipulan que los litigantes deben sentarse con sus abogados. Junto a mí está sentado el príncipe de los Uí Fidgente, el demandante en este caso.
Los rasgos querúbicos del brehon se torcieron, convirtiendo aquel semblante amable y rollizo en una mirada dura y furiosa.
– ¿Acaso tiene importancia?
– Detrás de vos está sentado el otro litigante en este caso, el acusado, que es el rey de Muman.
Eadulf vio a Colgú moverse en su silla, avergonzado, detrás de los jueces. Salvo circunstancias excepcionales, no se permitía al rey hablar durante los juicios.
El brehon Rumann abrió los ojos de par en par. Por un instante, parecía que iba a protestar, cuando Fachtna, el juez de los Uí Fidgente, mirando a Solam con una sardónica sonrisa de aprobación, se inclinó hacia Rumann para decirle:
– El abogado ha señalado un importante aspecto legal en lo que respecta a las normas del procedimiento. Un litigante debe sentarse con su abogado. En los textos no se hace ninguna excepción. En cuanto acusado, el rey debería estar sentado junto a su dálaigh.
– Sin embargo, esas mismas reglas estipulan dónde debe sentarse el rey -señaló Dathal, a la derecha de Rumann-. Estamos en el reino de Muman, en la residencia del rey de Cashel. ¿Cómo no va a sentarse el rey en el lugar que la ley ordena?
– Sin embargo, la ley dice que, en calidad de acusado, su lugar está junto a su abogado -insistió Fachtna con aquella irritante sonrisa-. Del rey se espera que cumpla la ley lo mismo que el súbdito más humilde de su reino.
Rumann alzó las manos para apaciguar a sus compañeros de tribunal.
– Yo argüiría que nadie puede imponer una ley al rey. Podría citar héptadas y tríadas de libros de leyes antiguos que recomiendan que nadie sea garante de un rey en un juicio, porque, si el rey no comparece, aquél no tiene manera alguna de asegurar su compensación, pues el honor del rey es más importante que cualquier demanda.
– ¿Acaso insinuáis que el príncipe de los Uí Fidgente se equivoca al presentar una demanda contra el rey de Muman? -preguntó Fachtna con la voz crispada-. ¿Acaso afirmáis que no se pueden presentar demandas contra un rey? Porque si es así, estamos perdiendo el tiempo al celebrar un juicio. No, no puedo aceptar ese argumento.
Fidelma se incorporó y carraspeó.
– ¿Deseáis añadir algo, Fidelma de Cashel? -preguntó el brehon Rumann, mirándola con interés.
– Sabios jueces -dijo Fidelma dirigiéndose a los brehons-, pese a que el brehon Rumann está en lo cierto al decir que la ley recomienda que nadie se preste a ser garante de un rey, ésta no lo prohíbe.
Fachtna sonrió abiertamente.
– ¿Debo entender que la abogada de Cashel está de acuerdo conmigo? ¿En que el rey debe ser reconocido como litigante, como el acusado en este caso y, por consiguiente, debe sentarse ante los jueces y no detrás de ellos?
– Vuestra frase encierra tres preguntas, Fachtna -señaló Fidelma con solemnidad-. Si apoyáis la protesta de Solam, mi respuesta es que no, no estoy de acuerdo. De este modo, la última pregunta que habéis hecho no se deriva de la primera.
Fachtna estaba perplejo, pues no veía muy claro adónde quería llegar Fidelma.
Rumann profirió un extraño siseo, revelando fastidio por no comprender sus respuestas.
– La abogada de Cashel debe hablar con claridad. ¿Qué está diciendo? -refunfuñó.
– ¿Puedo recordar a los sabios brehons - prosiguió Fidelma- que los textos legales sí describen un método para equilibrar el honor del rey con su responsabilidad ante la ley?
Rumann entornó los ojos en medio de una cara rechoncha.
– Recordádnoslo -dijo con brevedad, invitándola a seguir, aunque en su voz se percibía una velada amenaza.
– Se encuentra en un texto sobre las cuatro clases de embargo. Para fines legales, el rey puede ser representado por un sustituto, el aithech fortha. A través de éste es posible presentar una demanda legal contra el rey, sin que haya de soportar el deshonor de abandonar su cargo o de sufrir un embargo -explicó Fidelma, sonriendo a los brehons con serenidad-. Esperaba que, en lugar de presentar una protesta en este momento del juicio, el sabio Solam, como representante de la acusación, se hubiera asegurado de que alguien representara al rey en ese sentido, antes de presentar el caso ante vos; esperaba que se hubiera asegurado de citar a un sustituto para que se sentara en esta silla -añadió, señalando la silla vacía donde tendría que haber estado el acusado- como forma simbólica de representar al rey.
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