Fidelma estaba tranquila y no mordió el anzuelo.
– No exactamente, Febal. Sin embargo, está claro que los asesinos, quienesquiera que sean, le ponen simbolismo a los métodos de matar.
Adnár se inclinaba sobre la mesa, interesado.
– ¿Qué simbolismo?
– Eso es lo que quiero averiguar -replicó Fidelma-. Está claro que el asesino quería que quien encontrara los cadáveres conociera y valorara ese simbolismo.
– ¿Queréis decir que el asesino en realidad os está dando las claves de los motivos e intenciones que tiene? -preguntó Olcán, asombrado.
– El asesino o la asesina -corrigió Fidelma con amabilidad-. Sí. Yo creo ahora que la forma en que se dejaron los cadáveres pretendía dar un mensaje para los que los encontraran.
El hermano Febal bajó la jarra de golpe.
– ¡Tonterías! Los asesinatos son fruto de una mente enferma. Y yo sé quién tiene la mente más enferma de esta península.
Adnár suspiró entristecido.
– No puedo argumentar en contra de esa evaluación. Tal vez esos símbolos, de los que habláis, sor Fidelma, no son más que un truco para despistaros en vuestras investigaciones. Alguna astucia para haceros seguir un camino que no lleva a ninguna parte.
Fidelma inclinó la cabeza considerando que era posible.
– Bien pudiera ser -admitió al cabo de un rato-. Pero conocer el simbolismo nos llevará, creo yo, al asesino, ya sea intencionado o no. Y os estoy muy en deuda, Torcán, por esa información respecto a la decapitación.
– ¡Ja! -sonrió satisfecho Olcán-. Creo, Torcán, que os habéis convertido en un sospechoso a ojos de la buena hermana. ¿No es así, sor Fidelma?
Fidelma no hizo caso del tono burlón.
– No -replicó Torcán, con ojos serios-. Yo creo que sor Fidelma sabe que si hubiera concebido una manera tan atroz de abandonar los cadáveres asesinados por la región, no hubiera empezado la charla sobre este simbolismo ni atraído la atención hacia mi persona.
Fidelma inclinó la cabeza en su dirección.
– Por otro lado -sonrió ella burlonamente-, bien pudiera ser que lo hicierais precisamente para despistarme.
Olcán se rió entre dientes y le dio una palmada a su amigo Torcán en el hombro.
– ¡Ya lo veis! Ahora tendréis que encontrar a un dálaigh que os defienda.
– ¡Tonterías! -exclamó Torcán con semblante preocupado-. Yo ni siquiera estaba aquí cuando se cometió el primer asesinato del que estabais hablando…
Se contuvo y sonrió avergonzado al darse cuenta de que era el blanco del humor de su amigo.
– Olcán tiene un extraño sentido del humor -se disculpó Adnár-. Estoy seguro de que Fidelma no habla en serio cuando dice que podríais ser el culpable.
– Yo no creo ni siquiera que mencionara tal idea primero -dijo con evasivas-. Simplemente respondía al argumento hipotético de Torcán. La última persona a quien diría que es sospechoso o sospechosa sería a ella misma… a menos que tuviera alguna intención.
– Bien dicho -dijo Adnár, sin hacer caso a la última frase-. Acabemos con esta conversación morbosa de cadáveres y asesinatos.
– Lo siento -admitió Fidelma-. Pero los cadáveres y el asesinato son, por desgracia, parte de mi trabajo. Sin embargo, estoy en deuda con Torcán por sus conocimientos. Su información sobre las antiguas costumbres ha sido de lo más útil.
Torcán negaba con modestia.
– Me interesan los antiguos códigos y usos guerreros del combate, pero eso es todo.
– Ah. Yo creía que sentíais fascinación por nuestra historia y nuestros antiguos anales -preguntó Fidelma.
– ¿Yo? No. Eso Olcán y Adnár, a quienes gusta bucear en los libros antiguos. Yo no. No os equivoquéis por lo que he hablado de los antiguos códigos guerreros. Eso se nos enseña como parte de nuestra educación de guerreros.
Por un momento Fidelma se preguntó si seguir en esa dirección preguntando a Torcán por qué había pedido que la biblioteca de la abadía le enviara una copia de los anales de Clonmacnoise. Sin embargo, antes de que pudiera continuar, el hermano Febal intervino.
– He visto que Ross y su barco han regresado.
Todos se habían dado cuenta de la presencia de la vela del barco de Ross en la bahía aquella tarde. No había necesidad de comentarlo.
Olcán se estaba sirviendo más vino. Se ruborizó y pareció que bebía con gran sed.
– Me han dicho que ese barco fue visto en la isla de Dóirse, costa abajo -continuó el hermano Febal.
Esta vez no pudo rechazar la invitación obvia a responder. Fidelma ocultó su preocupación ante la excelente comunicación que observó reinaba entre la gente de Gulban.
– Creo que Ross comercia regularmente a lo largo de la costa -respondió.
– Yo creía que hay poco que comerciar en Dóirse. Es una isla desolada a la merced de los vientos -observó Adnár.
– No conozco las condiciones del comercio a lo largo de esta costa -respondió Fidelma.
Algunos criados entraron para retirar los platos y presentaron otros nuevos de postre con manzanas, miel y frutos secos variados.
– Hacemos buen negocio con el cobre de nuestras minas -dijo Olcán mientras se servía más vino.
Fidelma tenía intención de examinar el plato de frutos secos, pero tuvo la impresión de que Torcán la miraba intentando escrutar sus reacciones.
– He oído que hay muchas minas de cobre en este distrito. -Era mejor ceñirse a la verdad en lo que fuera posible-. ¿Comerciáis mucho con el extranjero?
– Vienen a menudo barcos galos con vino y se llevan cobre -respondió Adnár.
Fidelma levantó su copa como si fuera a brindar.
– Parece un buen intercambio -dijo sonriendo-. A juzgar por este vino.
Adnár desvió cualquier otra pregunta ofreciéndole más.
– ¿Cómo está vuestro hermano, nuestro rey? -preguntó Torcán de repente.
Al momento Fidelma sintió una nueva tensión en la mesa. De súbito se encontró en guardia preguntándose si las historias que Ross había oído eran ciertas. Se había estado preguntando cómo sacar ese tema sin levantar sospechas. Debía tener cuidado.
– ¿Mi hermano Colgú? No lo he visto desde el juicio en Ros Ailithir.
– Ah, sí, mi padre estuvo allí -replicó Olcán cogiendo una manzana.
– El mío también -añadió Torcán con frialdad-. Tengo entendido que Colgú tiene grandes planes para Muman.
Fidelma se mostró desdeñosa.
– Sólo he visto a mi hermano una vez desde que se convirtió en rey de Cashel -dijo-. Mi comunidad está en Kildare, en la casa de santa Brígida. No me han interesado mucho los asuntos de Muman.
– Ah -dijo Torcán con un suave respiro.
Olcán le lanzó una mirada turbia.
– ¿Pero estabais en Ros Ailithir cuando en la asamblea de los Loígde se rechazaron las reclamaciones de mi padre para ser jefe y se aclamó a Bran Finn Mael Ochtraighe?
Fidelma admitió que así había sido.
– Eso preocupó mucho a mi padre. Lo sabéis todo de Bran Finn, por supuesto.
Fidelma se dio cuenta de que los demás estaban incómodos.
– ¿Quién no? -respondió la muchacha-. Tiene reputación de poeta y guerrero.
– Mi padre, Gulban, cree que es un usurpador.
– ¡Olcán! -Torcán se giró con una mirada de advertencia al joven al que claramente el vino había afectado.
– Espero que demuestre ser mejor jefe que Salbach -añadió Fidelma.
Vio que Adnár lanzaba una mirada de advertencia a Torcán, asintiendo con la cabeza en dirección a Olcán, y luego se giraba y sonreía a Fidelma.
– Estoy seguro de que lo será -le aseguró el jefe de Dún Boí-. Tiene con él los buenos deseos de la gente, al igual que vuestro hermano Colgú. ¿No es así, Torcán?
– No, según mi padre, Gulban -murmuró Olcán.
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