– ¿Queréis decirme que nadie más conoce el pasado de Draigen?
– Nadie.
Fue tan sólo entonces cuando Fidelma se dio cuenta de una cosa que había pasado por alto. Si Lerben era la hija de Draigen entonces seguro que Febal era el padre de Lerben. ¡Sin embargo, había acusado a su ex mujer y a su propia hija de tener relaciones sexuales! ¿Qué tipo de hombre era Febal?
– ¿Sabe Febal que Lerben es su hija? -fue la siguiente pregunta de Fidelma.
Sor Brónach estaba sorprendida.
– Por supuesto. Al menos, eso creo.
Fidelma se quedó callada un momento.
– Habéis dicho que vuestra madre seguía la antigua fe pagana de esta tierra. ¿Sabéis mucho de esta antigua fe?
Sor Brónach se quedó extrañada al ver que Fidelma cambiaba de tema.
– Soy hija de mi madre. Ella enseñaba las antiguas usanzas.
– ¿Así que conocéis los antiguos dioses y diosas, el símbolo de los árboles y el significado del ogham?
– Un poco. Lo suficiente para reconocer el ogham, pero no tengo conocimientos de la antigua lengua en que está escrito.
Las inscripciones en ogham se hacían en una antigua forma de irlandés, no la lengua común del pueblo, sino una forma arcaica llamada Bérla Féini, el lenguaje de los labradores. En la actualidad, sólo los que aspiraban a ser brehons, o abogados, estudiaban la antigua lengua.
– Decidme, hermana, ¿qué significado tiene exactamente una varilla de álamo temblón agarrada en la mano izquierda?
Sor Brónach sonrió, pues sabía lo que eso quería decir.
– Es simple. El álamo temblón es un árbol sagrado del que se corta siempre el fé, la vara para medir las tumbas. Y siempre se talla en ella una frase en ogham. Es una costumbre todavía en uso en estas tierras.
– Cierto, eso ya se sabe. Pero el hecho es que el fé está atado en el brazo izquierdo; ¿por qué no el derecho? ¿Qué significado tiene esto? Habéis mencionado que se lo mostrasteis a Draigen cuando se encontró el primer cadáver.
– Siempre que se entierra a un asesino o suicida, se coloca un fé en la mano izquierda… -Se detuvo y se llevó una mano a la boca, sorprendida-. Las palabras en ogham son normalmente una invocación a una diosa de la muerte.
– ¿Como Mórrígú? ¿La diosa de la muerte y las batallas?
– Sí -respondió cortante.
– Continuad -dijo Fidelma tranquilamente.
– Yo no conozco la fórmula pero sería una especie de agradecimiento a tal diosa. El cadáver decapitado…, el del pozo…, tenía una varilla de álamo temblón tallada con una frase en ogham atada en la mano izquierda.
– También sor Síomha -admitió Fidelma.
– ¿Qué significa? ¿Queréis decir…?
– No quiero decir nada -la interrumpió Fidelma rápidamente-. Simplemente os preguntaba si conocíais el significado de ese simbolismo.
– Por supuesto que sí. -Parecía que sor Brónach pensaba detenidamente-. ¿Pero quiere esto decir que el cadáver decapitado era el de una asesina?
– Si así fuera, seguramente se deduciría la misma conclusión respecto a sor Síomha.
– Eso no tiene sentido.
– Puede que tenga sentido para quien las mató. Decidme, sor Brónach, aparte de vos, ¿quién más conoce el simbolismo aquí, en la abadía?
La mujer se encogió de hombros.
– Los tiempos cambian. Las antiguas usanzas se están olvidando. Dudo que ninguna de las jóvenes conozca el significado de esas cosas. -De repente abrió bien los ojos-. ¿Queréis decir que yo podría ser la culpable?
Fidelma no intentó tranquilizarla.
– Podríais serlo. Mi trabajo consiste en descubrir cuanto pueda. Si hubiéramos hablado del asesinato de la abadesa Draigen, yo diría que tenéis un muy buen motivo y os elegiría como primera sospechosa. Pero, por el momento, no parece que haya razón para que asesinarais al primer cadáver ni a sor Síomha.
Sor Brónach se quedó mirando a Fidelma con resentimiento.
– Tenéis un sentido del humor muy desagradable, hermana -la reprendió-. Seguramente hay otras personas aquí que también conocen las antiguas usanzas como yo.
– Ya habéis dicho que en esta abadía hay principalmente jóvenes y que seguramente no poseen esos conocimientos. ¿Quién más conocería el simbolismo?
Sor Brónach se detuvo a pensar.
– Sor Comnat, nuestra bibliotecaria. Pero no hay nadie más salvo…
Se calló y de repente sus ojos brillaron con dureza.
Fidelma la miraba muy de cerca.
– ¿Salvo…? -la incitó.
– Nadie.
– Oh, sé que os ha venido algo a la cabeza -replicó Fidelma-. Estabais orgullosa de los antiguos conocimientos que vuestra madre os trasmitió. ¿A quién más traspasó vuestra madre sus conocimientos? ¿A alguien que adoptó? Venga, tenéis el nombre en la punta de la lengua.
Sor Brónach bajó la mirada a sus pies.
– Ya lo sabéis. La abadesa Draigen, por supuesto. Debe saber todo respecto a ese simbolismo y…
– ¿Y?
– Ya ha mostrado que es capaz de matar.
Sor Fidelma se levantó y asintió con gravedad.
– Sois la segunda persona que me ha apuntado esto en las últimas horas.
Sor Lerben estaba en la capilla puliendo la gran cruz de oro que estaba en el altar. Estaba inclinada realizando el trabajo con diligencia, y con el ceño fruncido por la concentración. El ruido de la puerta al cerrarse tras entrar Fidelma hizo que levantara la vista. Se detuvo y se irguió mientras Fidelma avanzaba por el pasillo entre las filas de bancos vacíos, y luego se detuvo ante ella. No era una expresión de bienvenida. Fidelma percibió un brillo beligerante de desagrado en los ojos de la joven.
– ¿Bien? -inquirió Lerben con una voz clara y glacial de soprano. Fidelma sintió pena por ella en lugar de ira. Parecía una niña pequeña petulante y airada, necesitada de protección. Una niña pequeña ofendida porque un adulto la cazaba haciendo algo prohibido. Su máscara de arrogancia se había mudado en malhumor.
– Tengo que haceros varias preguntas -le dijo Fidelma con amabilidad.
La muchacha volvió a colocar la cruz meticulosamente en su sitio y dobló con cuidado el trozo de lino que había usado para limpiar. Fidelma ya se había dado cuenta de que las acciones que realizaba la joven eran deliberadamente precisas y sin prisas. Se volvió hacia Fidelma, con las manos cruzadas en la parte interior de su hábito. Sus ojos se fijaron en un punto justo detrás del hombro de Fidelma.
Fidelma le indicó uno de los bancos.
– Sentémonos un rato y hablemos, sor Lerben.
– ¿Es una charla oficial? -preguntó Lerben.
Fidelma se quedó indiferente.
– ¿Oficial? Si lo que queréis decir es que si quiero hablar con vos en calidad de dálaigh de los tribunales, entonces sí es oficial. Pero no tomaré nota de los asuntos que hablemos.
Pareció que sor Lerben aceptaba la situación a desgana y se sentó. Apartó los ojos de los de Fidelma, que la examinaban.
– Os aseguro que no informaré a vuestra abadesa de lo que hablemos aquí -dijo Fidelma intentando que la muchacha se sintiera cómoda y preguntándose cuál sería la mejor manera de abordar el tema.
Se sentó junto a la joven, que permanecía en silencio.
– Olvidemos el conflicto que ha surgido entre ambas, Lerben. Yo también era orgullosa cuando tenía vuestra edad. Yo también creía que sabía muchas cosas. Pero estabais mal informada respecto a la ley eclesiástica. Después de todo, yo soy una abogada de los tribunales y si intentáis medir vuestros conocimientos con los míos, el único resultado es que los míos son mayores. No lo digo por jactancia sino simplemente para establecer un hecho.
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