– ¡Odiaba a todos los hombres! -espetó el hermano Febal.
Fidelma lo incitó con suavidad.
– ¿Y vuestra actitud hacia las mujeres se debe a cómo os trató ella, o esa antipatía hacia las mujeres de la Iglesia es anterior a ese momento?
– Mi actitud se basa en la lógica -reprobó Febal sin rencor-. Ni me gustan, ni me disgustan las mujeres. Pero san Columbanus escribió en un poema:
Que todo aquel de mente respetuosa evite el veneno mortal
que la lengua orgullosa de una mala mujer tiene.
La mujer destruyó la corona recogida durante la vida…
– En este poema, señala que la caída de nuestra especie se debió a Eva -añadió Febal con cierto aire de suficiencia.
– Veo que os habéis dejado el último verso del poema -replicó Fidelma-. El verso es:
Pero la mujer dio alegrías de vivir duraderas.
– En ese verso se refiere a María, Madre de Nuestro Salvador.
El hermano Febal se ruborizó al verse corregido.
– Ella sabía cuál era su sitio -dijo-. Draigen, no. Era una mujer mala que usaba el poder para ascender.
– Ah, sí. Según Adnár, Draigen empezó a preferir la compañía de mujeres jóvenes.
– Tenía varias amantes jóvenes -le aseguró Febal sin dudar-. Probablemente también tenía asuntos con mujeres mayores, y por ello fue subiendo de categoría con tanta rapidez en la abadía.
Fidelma se inclinó hacia el hermano Febal y lo miró fríamente a los ojos.
– Mi deber como dálaigh de los tribunales es advertiros, hermano. Si queréis que esto se mencione como un hecho establecido, entonces tendréis que defender vuestra acusación. Si esa acusación es falsa, sois responsable ante la ley…
– Conozco lo que dice la ley. Mantengo lo que he dicho. Se sabe bien que la abadesa Draigen se lleva a muchas jóvenes novicias a la cama.
Según la ley, la homosexualidad no era un delito punible si no fuera porque Draigen tenía una posición de poder que podía utilizar para coaccionar a las jóvenes reacias a meterse en su cama. La homosexualidad era sólo un motivo de divorcio por ambos lados según el Cáin Lanamna. En Kildare, la abadía de Fidelma, se sabía que Brígida, la fundadora de la comunidad, tenía una amante llamada Darlughdaca, una joven novicia, que compartía su lecho. Una vez, cuando Darlughdaca miró con aprecio a un joven guerrero que se alojaba en Kildare, Brígida tuvo un ataque de celos y, según lo que se cuenta, le impuso una penitencia a Darlughdaca, la cual consistía en caminar sobre carbón caliente. Pero cuando Brígida murió, Darlughdaca llegó a abadesa.
– ¿Quién lo dice? -insistió Fidelma.
– Todo el mundo lo sabe.
– Por lo general, eso significa que es simplemente un rumor. Yo necesitaría un testigo más concreto antes de aceptar esa acusación. Ahora decidme, ¿cómo llegó Draigen a ser abadesa?
El hermano Febal levantó una mano y se rascó la punta de la nariz mientras reflexionaba.
– La voluntad del diablo, supongo. Marga era vieja, como os he dicho. Estaba achacosa. Al final, Draigen insistió en ser la única que cuidara de ella. Le preparaba las medicinas y la acompañaba en su habitación. A mí no me sorprendió cuando se anunció que Marga había muerto.
– ¿Cuándo fue eso?
– Hace cinco veranos.
– ¿Y Draigen pasó a ser abadesa?
– Oh, la comunidad se reunió, tal como en todas las casas de los cinco reinos la comunidad se reúne y discute los méritos de los candidatos.
– ¿Pero Draigen era el único candidato?
– Yo elevé una protesta y exigí que mi nombre se considerara antes para ser abad.
– ¿Y?
– En aquel momento ya sólo había en la abadía dos hermanos mayores y yo. Se rieron de nosotros. Draigen se convirtió en abadesa. En aquella misma reunión anunció que la abadía dejaría de ser una conhospitae. A mí me despojaron de mi cargo de doirseór. Me dijeron que me marchara con los otros hermanos.
– ¿Os fuisteis y os unisteis a Adnár?
– Sí. Mis dos compañeros decidieron ir al norte e ingresaron en la comunidad de Emly. Yo me quedé aquí, pues Adnár, el jefe local, buscaba a un hermano que fuera su alma amiga y celebrara misa para él.
– ¿Cuándo os enterasteis de que Adnár era el hermano de Draigen?
– Hace tiempo.
– ¿Podéis ser más preciso?
– Adnár regresó de su servicio en los ejércitos de Gulban Ojos de Lince, unos años antes de que Draigen fuera nombrada rechtaire de la abadía. Se hablaba mucho de ellos entonces. Incluso puso una demanda legal contra ella por su parte de la propiedad. La desestimaron.
– ¿Desestimaron? -preguntó Fidelma frunciendo el ceño-. Sin embargo, por lo que parece Adnár tenía posibilidades.
– Sin embargo, la desestimaron. Todos sabían que yo había estado casado con Draigen y Adnár, obviamente, sintió compasión por mí.
– ¿Y habéis hecho uso de esa relación?
– ¿Por qué lo iba a hacer y de qué manera?
– Vos sentíais rencor hacia Draigen. ¿Se reflejaba eso en el servicio que prestabais a su hermano?
Febal sonrió, sin calidez ni humor.
– No tenía por qué usarlo. Los hermanos ya se odiaban desde un principio. Adnár culpaba a Draigen de la pérdida de su tierra. Draigen culpaba a Adnár de la muerte de sus padres.
– Podría pensarse que buscasteis una posición en la casa de Adnár para enfrentar el uno contra el otro. Para que surgieran más problemas entre ellos. Se podría creer que habéis difundido mentiras respecto a Draigen. ¿Ese asunto de su preferencia por las jóvenes novicias, por ejemplo?
– No es cierto. Ya había bastantes problemas entre ellos. Adnár me ofreció su hospitalidad en Dún Boí. Yo la acepté. Me produjo satisfacción que Draigen no consiguiera echarme del todo de esta tierra, que es mi hogar.
– ¿Pero odiáis a Draigen y estáis resentido con ella?
– Nadie conoce el odio que albergo en mi corazón contra esa mujer. Pero si decís que miento respecto a ella, id en busca de sor Brónach y preguntadle si su abadesa comparte el lecho con sor Lerben.
A Fidelma le sorprendió un poco que de repente el hermano Febal fuera tan específico en sus acusaciones.
– Lo haré. Pero permitidme que os recuerde, hermano, que el odio no es un principio de nuestra fe. ¿No dijo Juan, citando a Nuestro Salvador: «Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado»?
El hermano Febal se echó a reír amargamente.
– Cristo hablaba de nuestros semejantes. Draigen es una serpiente, un diablo…, el diablo. ¿No dice Pedro que estemos vigilantes y odiemos al diablo? Yo obedezco a Pedro y odio a la serpiente que preside este lugar.
Fidelma percibía la intensidad de la ira que sentía Febal contra la abadesa, y veía que no había manera de curar la herida.
– ¿Entonces es tan sólo vuestra ira la que os incitó a decirle a Adnár que había sido probablemente vuestra hermana quien había asesinado a aquel cadáver decapitado? ¿Si no es así, qué otros motivos tenéis? No me digáis que todo el mundo lo sabe.
Febal le echó una mirada rápida.
– ¿No sabéis entonces que Draigen ya ha matado anteriormente?
Fidelma no esperaba aquella respuesta.
– Tenéis que probar esa acusación. ¿A quién mató?
– A una vieja que habitaba en los bosques no lejos de aquí.
– ¿Cuándo fue eso?
– Justo antes de que ingresara en esta comunidad, cuando tenía quince años.
– Entonces ¿no sois testimonio de primera mano?
– No. Pero es una historia conocida.
– Ah, todos lo saben -repitió ella con sarcasmo-. ¿Quién lo sabe?
– Se rumorea…
– Un rumor no es una prueba…
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