– ¿En cómo llegaré?
– En la ruta que tomaréis para llegar a la ciudad. Me consta que el obispo y brehon Forbassach es un hombre listo. Quizá deduzca que intentaréis poneros en contacto con vuestra amiga, sor Fidelma, y que monte la guardia en el camino de Cam Eolaing por si lo tomáis. Lo mejor será que os encaminéis hacia el norte, a través de las montañas, y que accedáis a Fearna por el camino del norte. Nunca se les ocurrirá que vayáis a llegar desde esa dirección.
Eadulf consideró la sugerencia y dijo al fin:
– Es una buena idea.
– Será una noche fría, así que procurad no quedaros en las montañas. En la iglesia de la Santísima Brígida hay un santuario no muy grande; está sobre la ladera sur de la Montaña Gualda. Tened presente el lugar. El padre superior, el hermano Martan, es muy bondadoso. Mencionad que yo os envío y os proporcionará una cama caliente y comida.
– Lo tendré presente. Habéis sido un buen amigo para un alma sin amigos, Dalbach.
– Como dice el lema, justitia ómnibus. Justicia para todos o justicia para nadie -respondió Dalbach.
* * *
La espléndida y rasa mañana de otoño que se había levantado, pese a la cruda helada, se había convertido en un típico día triste y gris. El viento del sudoeste había transportado nubes de tormenta blancas y argentadas que anunciaban precipitaciones. Las primeras nubes eran elevadas y tenues como la cola de una yegua, y se habían desarrollado hasta formar una capa lechosa que en doce horas o menos traería lluvia, como bien sabía Fidelma.
En compañía de Dego y Enda, había cabalgado por la orilla del río rumbo a Cam Eolaing. En un par de ocasiones, se habían detenido para saludar a marineros que pasaban y para preguntarles acerca de Gabrán. Al parecer, nadie había visto su barco, el Cág, río abajo, por lo que cabía deducir que estaba amarrado en Cam Eolaing.
Cam Eolaing era una curiosa confluencia de ríos y arroyos en un valle. Allí donde buena parte de las aguas concurrían, se ensanchaban formando casi un lago en el que había una serie de islas, que no estaban habitadas porque eran bajas y pantanosas. Al norte y al sur, las colinas protegían el valle. En la orilla norte, situada estratégicamente en la colina, una fortaleza dominaba el valle. Fidelma supuso que era la de Coba, donde había dado asilo a Eadulf el día anterior.
Más allá del lago, descendía otra franja de agua procedente del este, cuyo nacimiento quedaba oculto entre las escarpadas elevaciones. Cam Eolaing dominaba por el oeste el acceso a la campiña montañosa. A los pies de la fortaleza, diseminadas por la ribera, había varias cabañas, sobre todo hacia el norte.
Fidelma sugirió que hicieran un alto en el camino para que Dego fuera a preguntar sobre Gabrán y su barco a un herrero, que en ese momento se hallaba preparando el fuego en la forja. El musculoso hombretón, que vestía una chaqueta de cuero, apenas se molestó en interrumpir su quehacer, aunque respondió con hosquedad a sus preguntas y señaló al otro lado del río. Al reunirse con ellos, Dego les contó qué había sacado en claro.
– Al parecer, Gabrán suele amarrar el barco en la orilla sur del río, señora. Vive justo ahí.
A aquella altura, el río era ancho e infranqueable.
– Tendremos que buscar una barca para cruzar -musitó Enda, señalando lo evidente.
Dego señaló hacia una parte de la orilla donde había varias barcas alineadas.
– El herrero ha dicho que alguna de aquéllas nos cruzará a remo.
El herrero llevaba razón. No tardaron en encontrar a un leñador que se ofreció a llevarlos al otro lado por una cantidad módica. Decidieron que Enda se quedaría con los caballos y que Dego acompañaría a Fidelma a buscar a Gabrán.
A medio cruzar, el leñador miró por encima del hombro y dejó de remar.
– Gabrán no está aquí -les anunció-. ¿Queréis pasar al otro lado a pesar de todo?
– ¿Que no está, decís? -repitió Dego con un gesto severo-. Si lo sabíais, ¿por qué nos habéis hecho venir hasta aquí?
El leñador lo miró con desdén y se quejó.
– Yo no veo a través de las cosas, férvido amigo. Los amarres, que están detrás del islote, no se ven hasta llegar a media corriente. Y el Cág, su barco, no está en su amarre. Así que Gabrán no está aquí. Vive en su barco, ¿sabéis?
La explicación bajó los humos a Dego.
– Aun así, cruzaremos a la otra orilla -insistió Fidelma-. Veo unas cabañas junto a los amarres: puede que alguien sepa adónde ha ido.
En silencio, el leñador se concentró en remar otra vez. Los dejó en un amarre vacío y señaló una cabaña, diciendo que también pertenecía a Gabrán, aunque el marinero nunca se quedaba en ella. Fidelma le hizo prometer que esperaría para llevarlos de vuelta a la otra orilla cuando hubieran acabado. En la cabaña no había nadie, pero una mujer que pasaba por allí con un haz de ramitas se detuvo al verlos.
– ¿Buscáis a Gabrán, hermana? -preguntó con respeto.
– Así es.
– No vive aquí, pero la cabaña es suya. Prefiere vivir en el barco.
– Ya veo. ¿Y que su barco no esté aquí significa que él tampoco está?
La mujer asintió a la lógica de la pregunta y añadió:
– Esta mañana ha estado aquí, pero ha zarpado muy pronto. Ha habido algo de agitación en la fortaleza del jefe esta mañana.
– ¿Y Gabrán se ha visto envuelto en ella?
– Lo dudo. Tenía que ver con la fuga o algo así de un forastero. A Gabrán le interesan más sus ganancias que lo que ocurre en la fortaleza de nuestro jefe.
– Nos han dicho que el Cág hoy no ha ido aguas abajo.
La mujer señaló al norte con la cabeza.
– Entonces ha ido río arriba. Es lo lógico. ¿Sucede algo, que tanta gente está buscando hoy a Gabrán?
Fidelma ya se disponía a alejarse cuando oyó la pregunta. Volvió a mirar a la mujer y repitió:
– ¿A qué os referís con «tanta gente»?
– Bueno, no sé cómo se llama, pero no hace mucho ha pasado por aquí una mujer con alto cargo religioso preguntando por Gabrán.
– ¿Era la abadesa Fainder de Fearna?
La mujer se encogió de hombros.
– No sabría deciros. Nunca voy a Fearna… es un sitio demasiado grande y ajetreado.
– ¿Y quién más ha preguntado hoy por Gabrán?
– También ha pasado un guerrero. Se ha anunciado como comandante del la guardia del rey.
– ¿Se llamaba Mel?
– No lo ha dicho -respondió y volvió a encogerse de hombros-. Ha pasado antes incluso que la religiosa.
– ¿Y andaba buscando a Gabrán?
– Iba muy apurado. Y creo que se ha molestado mucho cuando le he dicho que el Cág se había ido. «¿Río arriba?», ha dicho. «¿Río arriba?» Y ha arrancado a cabalgar como alma que lleva el diablo.
– Supongo que no habrá mencionado para qué buscaba a Gabrán…
– No.
– De modo que si vamos río arriba en algún momento encontraremos a Gabrán.
– Eso mismo.
Fidelma esperó, pero al ver que río obtenía más información, preguntó:
– Pero este río tiene dos afluentes principales al otro lado de esos islotes. ¿Cuál deberíamos tomar?
– Veo que sois forastera en estas tierras, hermana -la reprendió la mujer-. Los barcos sólo pueden seguir una ruta. El ramal del este no es navegable, y menos para un barco del tamaño del Cág. Gabrán suele tomar la ruta norte para llegar a los poblados que hay por la orilla, donde recoge mercaderías antes de volver a bajar para venderlas.
Fidelma dio las gracias a la mujer y, con Dego a la zaga, regresó a la barca del leñador.
– En fin, parece que tendremos que coger los caballos para ir a buscar a Gabrán más arriba -anunció con un suspiro.
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