Fidelma volvió a la realidad de su situación con una fuerte exhalación. Se disponía a contestarle, cuando cambió de parecer.
– De hecho, Cian -le dijo con dureza, volviéndose hacia él-, sí que necesito hablar contigo.
Era evidente que Cian no esperaba aquella aquiescencia. La miró pasmado, y a continuación asomó a sus ojos una mirada triunfal.
– Ya sabía yo que acabarías entrando en razón.
Fidelma detestaba aquella mirada ufana de quien ha obtenido la victoria. Pero apartó la idea de su mente y, con frialdad, simplemente lo informó:
– Murchad me ha pedido que realice una investigación oficial con motivo de la desaparición de sor Muirgel a fin de protegerlo contra una posible demanda por negligencia por parte de los familiares. Tengo que hacerte unas preguntas.
Cian cambió el gesto, evidenciando así que ésa no era la respuesta que él esperaba.
– Me han dicho que te has adjudicado el liderazgo del grupo.
Cian cerró la boca con fuerza y avanzó el mentón.
– ¿Acaso hay otro mejor cualificado para ello?
– No me corresponde a mí poner en duda tu competencia, Cian; no formo parte de vuestro grupo. Sólo pregunto para que conste claramente en el informe.
– Hace falta un guía. Lo vengo diciendo desde que salimos de la abadía.
– Pensaba que sor Canair era la guía de esta peregrinación.
– Y era Canair… -Se interrumpió y se encogió de hombros-. Canair ya no está entre nosotros.
– ¿Qué te llevó a preocuparte tanto de la seguridad del grupo anoche? ¿Qué te llevó a pasar por todos los camarotes para cerciorarte de que todo el mundo estaba bien, y al amanecer? No te correspondía a ti hacerlo, ¿no? ¿Te despertó la tormenta?
– No, no me despertó.
Fidelma arqueó un poco una ceja ante la rotunda negativa.
– Creía que la violencia de la tormenta nos había despertado a todos -comentó.
– Tú ya sabes que soy… que era… un guerrero. Estoy acostumbrado a situaciones de…
– Entonces dormiste a pierna suelta durante toda la tempestad -cortó Fidelma.
– No exactamente, pero…
– Entonces te despertó, como a todos los demás. -Fidelma se regodeaba con vindicación al insistir en aquel aspecto-. Pero no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué te pareció que debías comprobar que todos los del grupo estaban bien?
– Como he dicho, alguien debe estar al mando. Es evidente que sor Muirgel no estaba en condiciones de controlar la situación.
– Entonces solamente lo hiciste para reivindicar tu derecho al liderazgo.
Cian frunció el entrecejo.
– Yo sólo quería asegurarme de que nadie estaba en apuros.
– ¿Y por eso te arrogaste el cargo de guardián para vigilar a los demás?
– Al final resultó ser una buena idea.
– Porque todo el mundo estaba sano y salvo en su camarote, salvo sor Muirgel, ¿no es así?
– Dado que pretendes ser tan detallista -le dijo burlonamente-, no, no todos estaban en su camarote.
– ¿Puedes ser más concreto?
– Cuando me desperté, el hermano Bairne, con quien comparto camarote, no estaba en su litera. Luego he sabido que había estado en la proa del barco.
– Bien. ¿Y sabes si había alguien más, aparte de Muirgel, que no estuviera en su camarote?
– No.
– ¿Cuándo supiste que Muirgel había desaparecido?
– Casi de inmediato. Como recordarás, su camarote se encuentra delante del mío. Cuando entré, ella no estaba en él.
– ¿Estaba su puerta cerrada con llave?
– ¿Por qué iba a estarlo? -se extrañó Cian con el ceño fruncido.
– No importa. Continúa. ¿Qué hiciste luego?
– Salí del camarote, y entonces fue cuando vi al hermano Bairne volviendo de proa; entró en nuestro camarote.
– ¿Y adónde fuiste luego?
– Al camarote de sor Crella, para ver si todo iba bien. Dormía. Luego pasé por el de sor Ainder y sor Gormán, que ya estaba despierta y vestida.
– ¿Discutiste con sor Gormán?
Adoptó un gesto de cautela.
– ¿Por qué iba a discutir con ella?
– Sor Ainder me ha dicho que la despertó una discusión.
– ¡Paparruchas! A Ainder le molestó que la despertaran nuestras voces. Luego fui a mirar los demás camarotes, y todo el mundo estaba en su sitio con excepción de sor Muirgel.
– ¿Y luego?
– Luego entré en el tuyo para ver si estabas bien. Todavía dormías. Al ver que sor Muirgel era la única que no estaba en su cama, fui a mirar a proa y a la sala grande donde comemos. Entonces me encontré con el capitán Murchad y lo informé de que no conseguía localizar a sor Muirgel. Me dijo que registraría el barco por mí y pidió al bretón, Gurvan, que lo hiciera. Tras buscarla por todo el navío y comprobar que Muirgel no estaba a bordo, el capitán llegó a la conclusión de que había caído al mar durante la tormenta. Entonces pidió a Gurvan que volviera a registrar el barco, lo cual, como ya sabes, confirmó lo que temíamos.
– ¿Y no oíste nada durante la noche, no viste nada que pudiera dar una explicación a lo ocurrido?
– Lo que te he contado es cuanto sé.
Fidelma calló un momento para reflexionar.
– ¿Conocías bien a sor Muirgel?
Cian la miró con recelo.
– Si quieres averiguar algo de sor Muirgel, pregunta a sor Crella. Era su mejor amiga y eran parientas.
– Lo que me interesa es lo que tú puedas saber de ella. Me dijiste que ingresaste en la abadía de Bangor. Me consta que ibas a Moville con frecuencia. Supongo que conocerías a Muirgel allí.
Cian apretó los dientes.
– Llevaba recados del abad de Bangor y ayudaba en el pomar.
– ¿Fue así como conociste a sor Muirgel? ¿Llevando mensajes?
– Que yo recuerde, sor Crella me la presentó.
– ¿Te presentó sor Crella a sor Canair también?
– No, me la presentó Muirgel. ¿Por qué?
– Sólo tengo curiosidad por saber cómo acabaste integrándote en este grupo de peregrinos.
– Ya te lo he contado.
– Cuéntamelo otra vez
– Vine porque he oído hablar de Mormohec, un curandero que vive cerca del santo lugar de Santiago.
– Eso dijiste. ¿Y entonces convenciste a sor Canair para que te aceptara en la peregrinación que había organizado?
– Apenas si estaba bien organizada. El grupo carece de disciplina.
– Son peregrinos, Cian, no una milicia. Pero hay algo que me confunde. Si sor Canair era la organizadora, ¿cómo es que perdió el barco?
– No lo sé. Hay gente que tiene por costumbre llegar tarde. ¿No dice el viejo proverbio que el hombre amigo de la tardanza se busca complicaciones? Pues lo mismo pasa con las mujeres. Igual creyó que la marea y los vientos se detendrían para esperarla.
– ¿Estáis diciendo que sor Canair tenía fama de impuntual?
– No lo estoy diciendo. Es sólo una sugerencia que podría explicar por qué no llegó a embarcar.
– Resulta extraño que la guía de este grupo no fuera capaz de llegar al barco siquiera, después de haber conducido a todos hasta Muman desde Ulaidh -insistió Fidelma otra vez.
– La vida esta hecha de extraños acontecimientos.
– ¿Como el fallecimiento de la pobre sor Muirgel? -sugirió Fidelma con calma.
– Eso no me parece nada extraño. Sor Muirgel era una mujer terca. Cuando se proponía algo, nada la hacía cambiar de parecer. Así fue cuando decidió emprender este viaje.
– ¿Qué te hace pensar que alguien intentó hacerle cambiar de parecer con respecto a este viaje? -Fidelma se interesó por la insinuación.
– Después de hablarle del viaje y decirle que iba a unirme al grupo de sor Canair -respondió Cian sin inmutarse-, sor Muirgel acudió a sor Canair de inmediato, y la convenció para que descartara a otras dos hermanas a las que había aceptado, a fin de que ella y Crella pudieran ocupar sus lugares. Sor Muirgel tenía un gran poder de persuasión.
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