Perdomo se sorprendió a sí mismo preguntándose si Ordóñez era viuda, como él, o si, simplemente, no había llegado a casarse o estaba divorciada, pero se vio forzado a apartar esos y otros pensamientos de su mente para concentrarse en la cuestión que había ido a tratar.
– Como ya le he comentado por teléfono, me he hecho cargo de la investigación del homicidio de Ane Larrazábal, a causa del fallecimiento de mi compañero, el inspector Manuel Salvador.
Como los buenos jugadores de ajedrez, la psicóloga parecía ir varias jugadas por delante, porque dijo:
– Y desea saber hasta qué punto estoy, como se dice coloquialmente, metida en el ajo, ¿no?
– Voy a ser muy sincero, señora Ordóñez. Respeto los métodos de todos mis colegas mientras no se vulnere la legalidad, claro, pero yo no tengo intención de seguir contando con sus servicios, ni en la presente investigación ni en ninguna otra.
– Lo entiendo perfectamente, inspector. Pero entonces ¿a qué debo el placer de su visita?
«¿El placer de su visita?» Perdomo no lograba establecer si la mujer estaba hablando irónicamente, y eso le desconcertaba profundamente.
– Necesito que me diga si dispone de información confidencial acerca de este caso, o si, como me temo, mis compañeros le han facilitado alguna prueba relacionada con el homicidio, al objeto de que pueda analizarla cómodamente en la tranquilidad de su domicilio. He oído que algunos videntes necesitan tener entre las manos objetos relacionados con el caso, para que se ponga en marcha eso que ustedes llaman percepción extrasensorial.
– ¿Y si así fuera?
El tono de la psicóloga seguía sin ser desafiante. La mujer lograba, a través de sus gestos y de su inflexión de voz, que el diálogo no desembocara en un enfrentamiento. Se había dado cuenta de que el policía había llegado muy tenso a la reunión y no tenía intención de echar más leña al fuego. Perdomo respondió con la expresión más severa de su repertorio:
– Sería gravísimo. Estaríamos ante una prueba contaminada que no podríamos utilizar en el juicio.
Ordóñez observó que el policía había terminado ya de beberse el café y le pidió la taza para dejarla sobre la mesa del escritorio. Luego comenzó a explicarle:
– Le voy a contar, para que se quede tranquilo, cómo he llegado yo a colaborar con la policía y mi grado de implicación en esta investigación en concreto. Vaya por delante que no dispongo en este momento de pruebas físicas relacionadas con el homicidio, ni las he tenido entre manos con anterioridad.
Perdomo, que no se había permitido ni un solo gesto de relax hasta ese momento, sonrió aliviado.
– Eso son buenas noticias.
– Hasta ahora, sólo he intervenido en media docena de casos, y únicamente he colaborado con el inspector Salvador, siempre a petición de él mismo.
– ¿Cómo entró él en contacto con usted?
– Nos conocimos porque un hijo de su hermana tenía problemas, y yo le analicé durante un tiempo. En la entrevista inicial que tengo siempre con los padres, antes de empezar la terapia con el niño, adiviné un par de detalles que ni yo misma sé si son atribuibles a la PES, percepción extrasensorial.
– ¿Puedo saber en qué consistieron sus adivinaciones ? -interrumpió el inspector.
– Eso no me está permitido. Debo respetar la confidencialidad del paciente.
– Pero su paciente era el niño, no los padres.
– En ambos casos, lo que vi estaba relacionado con el crío, y se trataba de información muy, muy sensible.
– Me hago cargo. Continúe, por favor.
– La madre de Tomás, que así se llama el niño, debió de hablar al inspector Salvador de mí, y éste vino a verme un día para pedirme ayuda en la solución de un caso aparentemente irresoluble.
– ¿Recuerda de qué se trataba?
– Lo recuerdo perfectamente, pero insisto en que debo respetar el sigilo profesional.
Perdomo la miró un poco confuso y protestó:
– ¿Sigilo profesional? ¿Pero no me acaba de decir que no se gana la vida como parapsicóloga? Esto no forma parte de su profesión.
– El hecho de que yo no haya facturado nunca por mis servicios no significa que no aplique mi código deontológico también en estas consultas, vamos a llamarlas… extraordinarias.
– ¿Puede decirme al menos si usted resultó decisiva en la investigación?
– Ni decisiva ni accesoria: le confieso que en el primer caso que me confió el inspector Salvador no pude aportar ni un solo dato. Fui un fiasco absoluto.
Parecía que iba a rematar su relato con una carcajada, pero ésta se quedó en sonrisa.
– ¿A qué lo atribuye usted?
– Quizá la información preliminar que me aportó la policía fue insuficiente o errónea por completo, o tal vez mis facultades tengan altibajos, en función de los ciclos menstruales o lunares, vaya usted a saber. Ya sabe lo raras que podemos ser a veces las mujeres.
A Perdomo le hizo gracia el comentario de Ordóñez sobre el género femenino, pero decidió no exteriorizar ni una sonrisa. En lugar de eso continuó indagando:
– Si se estrenó con un fracaso rotundo, ¿cómo es que fue consultada en más ocasiones?
– Me temo que la segunda oportunidad -que yo no solicité en modo alguno- me fue dada por la enorme tozudez de la hermana de Salvador, que tenía fe ciega en mis capacidades. Era un caso de homicidio y me complace decir que proporcioné a la policía un par de indicios que permitieron localizar al narcotraficante, pues se trataba de una vendetta por drogas.
El inspector Perdomo permaneció en silencio sin saber cómo reaccionar. La psicóloga le sorprendió con el siguiente comentario:
– Es evidente que usted no cree en la percepción extrasensorial.
Perdomo no quería ser maleducado con Ordóñez, así que tardó en reaccionar, buscando como estaba una manera no agresiva de mostrar su escepticismo. La psicóloga pareció darse cuenta de lo que pasaba por la mente del policía, porque añadió:
– No hace falta que se justifique; hay tal cantidad de farsantes en este campo que el escepticismo no es sólo comprensible, sino hasta recomendable. Los parapsicólogos policiales no abundan en España, pero no se puede imaginar la cantidad de ellos que hay en otros países; suelen acertar a posteriori. Uno le puede decir por ejemplo: «Veo agua y el número 13». Cuando concluye la investigación -en el caso de un secuestro, pongamos por caso- la policía descubre que había un depósito de agua por la zona y que la calle estaba en el distrito 28013. Los datos aportados no han servido en realidad para llegar hasta la casa del secuestrador, pero nadie puede negar que el vidente tenía razón en lo que dijo.
– Pero si el agua hubiera pertenecido a una piscina municipal y el 13 al número de la casa, el parapsicólogo lo hubiera computado también como acierto, ¿no es eso?
– Exacto. El secreto de esta gente está en proporcionar información ambigua o polivalente.
– Pero si la policía conoce estos trucos, ¿por qué siguen recurriendo a los videntes?
– Porque sus técnicas para obtener credibilidad son muy variadas, no se reducen simplemente al método de la apuesta segura. A veces, los supuestos médiums obtienen información muy sólida por medios convencionales y se la entregan a la policía como si la hubieran logrado a través de percepción extrasensorial. Hay casos de videntes que se han hecho pasar por inspectores de homicidios o que han sobornado a algún agente de policía para que les suministrara información sobre las pesquisas realizadas.
– No sabía que llegaran a tal grado de desfachatez.
– Esto son casos extremos. Lo normal es que el parapsicólogo obtenga la información a través de la técnica del echador de cartas, que consiste en ir consiguiendo datos a través de las reacciones de la otra persona. Por ejemplo: «Veo trabajo». «Eso es imposible, estoy en el paro.» «Lo sé. Pero veo que vas a conseguir uno muy pronto.»
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